Nunca imaginé que celebraría la condescendencia de la élite bogotana con los resentidos, pero debo aceptar que me alegra que en esta ocasión sirva para desarmar a las Farc. Obviamente no oculto mi antipatía por esta guerrilla retrógrada. Hasta los diálogos de Tlaxcala aún me parecía importante que alguien asentara que la situación del país no está bien y que le dé voz a los más desfavorecidos por el statu quo. A la decepción de Tlaxcala con las exigencias absurdas de las Farc le siguió el fracaso estruendoso e injustificado de los diálogos de San Vicente del Caguán más de una década después, todo por la agenda doble que tenía las Farc (y que Fidel Castro hizo pública en su La paz en Colombia). La mejor oportunidad hasta entonces fue totalmente despilfarrada por ese divorcio entre la fantasía y la realidad, entre la creencia de que la toma militar sería posible y la realidad que demostraba lo contrario.
El hombre encargado de darles el golpe final es el mismo que los azotó con la Operación Conejo, más conocida como Operación Jaque. En un gesto de simpática semiótica, las Farc decidieron hacer un acto político en febrero de este año en Conejo, en La Guajira, como diciendo que ellas saben a qué juega Santos y advirtiendo que también están en capacidad de hacer lo mismo, como lo demuestra la experiencia de los diálogos de Tlaxcala y el Caguán. Pero el juego está llegando a su final.
En las últimas tres décadas las Farc ha demostrado que su principal relevancia política es el conflicto armado, el terrorismo, el narcotráfico, la extorsión y el secuestro. Activos políticos que solo le ha servido para entrar en la lista de organizaciones terroristas del mundo y dilatar los cambios políticos que necesita Colombia, pues cualquier semilla socialdemócrata es fumigada como aliada del comunismo fariano. De resto, las Farc poco más tiene que aportar al panorama político colombiano. Las casas de apuestas pueden abrirse a la pregunta de cuánto durará las Farc como partido político: ¿6 meses, uno, dos o tres años?
La historia política de Colombia demuestra que los grupos guerrilleros desmovilizados han fracasado, sin excepción, en consolidarse como opciones políticas, a pesar de que en sus mentes eran ejércitos del pueblo. Ese mismo pueblo les ha dado la espalda una y otra vez. No en vano las Farc prefieren una Asamblea Constituyente y no un plebiscito, porque ya saben que les caerá la gota fría. ¿Qué experiencia tienen en gestión más allá de planear la destrucción para hacer valer sus ideas? De hecho no se retirarán sin dejar en el aire la amenaza de volver a las armas, que son las que han legitimado en última instancia su existencia: ese será su último coletazo antes de desaparecer. En este sentido, otra buena apuesta es estimar cuánto demorará Tanja Nijmeier en reagrupar una célula rebelde de las Farc para regresar a la selva después de decepcionarse de la vida civil en Bogotá.
Por su falta de experiencia en la vida política colombiana real, las Farc desconocen los verdaderos problemas del país, los mismos que los harán naufragar en poco tiempo. Desconocen, por ejemplo, la magnitud de los cánceres creados por la corrupción y el clientelismo del sistema político colombiano. De la capacidad de la plutocracia criolla para mantener el Estado operando a mínimos con tal de justificar la baja tasa impositiva (¿pagar más impuestos para que se los roben?), la doble contabilidad y los beneficios a sus empresas (el 4×1000 y el impuesto a la cerveza por el costo de producción y no de venta, por citar un par de ejemplos que benefician a los grandes cacaos del país). Sin mencionar que las Farc aún no ha pedido cuota para su propio medio de comunicación, como sí lo hizo el M-19, que comprendía que manejar la agenda de los medios es sinónimo de manejar la opinión del país. Hoy Timochenko lucirá sus mejores galas completamente sordo al filo rechinante de la guillotina que le espera.
Igual, que se desmovilicen las Farc solo puede ser una excelente noticia y comparto la felicidad de todos los colombianos y amigos de Colombia que así la celebran. Ha llegado la hora de tomarse el destino del país en serio y esto solo pasa por convertir al Estado colombiano en una entidad seria que trabaje por los colombianos y no para la élite y las sanguijuelas clientelistas, no más excusas del costo de la guerra o la amenaza comunista.
Una organización que sea modelo de eficiencia y que se ponga como ideales los de cualquier sociedad civilizada: a ningún colombiano le faltará alimentación, acceso a la salud, la vivienda y la educación, las condiciones básicas para lograr el bienestar de los colombianos. El país se lo puede permitir, solo falta la gente, la actitud y los medios adecuados para que podamos creerlo y trabajar por ello. Sin la cortina de humo de las Farc ahora es posible la semilla de la socialdemocracia, cultivada por todos aquellos que creemos en un país mejor.