La pregunta era cuándo. Era sospechoso que a la firma de las Farc en el Acuerdo de Paz le aparecieran disidencias, que no eran más que el nombre en clave del Plan B en caso de que hubiera necesidad de retomar las armas. El ala política de las Farc reaccionó muy bien a la invitación de Iván Márquez a volver a levantar las armas: “¿Volverlas a levantar? Si apenas nos podemos levantar de las sillas ahora”. Así de obsoleta es ahora la lucha armada. Pero no para Iván Márquez, que ha decidido volver a la comodidad de su refugio en Venezuela y que sean los guerrilleros rasos los que hagan el ruido de los fusiles.
La JEP va al ritmo necesario para que la Farc se diluya como los otros grupos guerrilleros desmovilizados, suficiente para que a la hora de ir identificando a los responsables de los crímenes de lesa humanidad, no tenga ya la fuerza necesaria para acudir a ese nuevo llamado a las armas. Márquez y Santrich parece que prefirieron no pasar por ese proceso donde la amenaza de las demandas de Estados Unidos por narcotráfico se está haciendo sentir cada vez más fuerte. Y, según los movimientos de Santrich antes de rearmarse, acudirán al narcotráfico para financiar la nueva lucha revolucionaria.
La desmovilización de las Farc, esa gran cortina de humo, ha servido para ver de manera descarnada los crímenes de Estado que están escandalizando ahora hasta a los mismos furibistas, el alcance de la corrupción con sus innumerables carteles en el Estado, y la fragilidad de un sistema político incapaz de tener partidos políticos estables y organizados con una visión de país que le fije algún rumbo y lo saque de su triste deriva. Que Iván Márquez quiera volver a montar esa cortina de humo no puede ser más que su esfuerzo por lograr una tumba en Colombia, a la estela del más sanguinario cartel narcotraficante. Poco le importa que los primeros que la encuentren sean los jóvenes que le creen su cuento antes que él, cuando el testigo de una sociedad justa les debería ser entregado para que empiecen de cero sin cometer los errores ni cargar con los crímenes de sus antecesores revolucionarios.