Ha vuelto a despertarme la pesadilla de que soy un francotirador. No me recupero de esa escena de American Sniper en la que Kyle asesina al francotirador de la resistencia iraquí a 1.920 metros de distancia. Una belleza de disparo. Esto es lo que me despierta, el horror de ver lo bello en la precisión del francotirador al disparar a otra persona.
Mi inconsciente me trajo a la memoria a Wile E. Coyote y la felicidad cada vez que llegaba un paquete de los laboratorios Acme. Creo que gracias a él aún mantengo intacta la felicidad cuando me dan un regalo o llega algún paquete de una compra en línea. Wile E. Coyote fue la preparación para la ceremonia de graduación con De Quincey y su Del asesinato considerado como una de las bellas artes. Probablemente De Quincey compartiría que el disparo de Kyle entra en la clasificación.
Cuando Stockhausen propuso que los ataques del 11 de septiembre entraran también el mundo se le fue encima. Tuvo que repetir, de manera resumida, la introducción de De Quincey a su libro. Como director de orquesta, Stockhausen sabía de qué hablaba al ver ese crimen orquestado con cuatro aviones y esos dos grandes estruendos inolvidables al ojo y corazón humanos; casi igual que con el atentado de Atocha, cuando gracias a la impuntualidad, al error en el tiempo (whiplash!), Madrid se salvó de una desgracia aún mayor.
Stockhausen ya no vivió para alabar la desaparición del avión malayo. En la música de Arvo Pärt el silencio es fundamental, la raíz de la cual nace y a la cual vuelve. El avión malayo entra en los anales del asesinato considerado como una de las bellas artes como un gigante alado que desaparece sin dejar el más mínimo ruido, la más mínima huella, silencio total.
En oposición está el ruido en esa otra forma novedosa del asesinato utilizada por Jaime Correas en su Los falsificadores de Borges. Correas hace dos character assassinations acudiendo al olvido, si bien la forma que utiliza es un poco estrepitosa: utilizó el silencio para degollar a sus víctimas haciéndonos testigos de la justificación de su acto mientras los estrujaba. Eso sí, hay que reconocerle a Correas la pasión en la ejecución de los asesinatos, lejos de la asepsia de Kyle. Al lector atento no se le escapará el crack con el punto final del párrafo.
Hay otro personaje al que no se le permite un mal asesinato: James Bond. A pesar de la espectacularidad de las últimas tres entregas, la serie está en crisis porque no ha logrado crear un asesino convincente. Javier Bardem puede tener a todo el MI6 a su disposición pero la motivación de sus actos no puede ser más pueril. Obviamente tenía que terminar llorando como un niño en brazos de Q, patético. Los creadores se han inventado cualquier clase de variaciones para minimizar la crisis, mostrar a un Bond mundano, que toma Heineken y pasa por momentos de depresión. Pero el problema sigue vigente: no hay una trama que justifique una nueva película –salvo el ánimo de lucro con la marca Bond.
Kingsman es un guión perdido de James Bond. Un grito cinematográfico que clama por el estilo de Bond, por el agente gentleman y sofisticado, los juguetes tecnológicos, la guardaespaldas guapa y aguerrida, el final con champaña, pero igual no logra superar la crisis de la serie: el asesino ridículo. Tratan de sorprendernos con una masacre a escala global motivada por la idea de que la única solución al calentamiento global es reducir al mínimo a la especie humana. Ajá. Lo conmovedor es que se le mide a hacer una precuela de cómo fue la infancia y adolescencia de Bond, de la que no sabemos nada.
Ante tanto ruido en Dolby Surround 3D, se aprecia mejor el regreso a lo clásico como lo hace Alberto Rodríguez en La isla mínima. Una trama muy bien elaborada, una serie de crímenes atroces, la captura del asesino es digna de Sherlock Holmes y deja un final abierto en el que se sugiere que el asesino peor sigue suelto. Un dedo profundo en la llaga del franquismo en la sociedad española.
Il Capitale Humano cuenta la historia del asesinato fortuito de un ciclista en la carretera en una noche de invierno. Lo bello aquí está en el encubrimiento, una capa adicional a los estudios sobre el asesinato. Como con el caso de Luis Andrés Colmenares: descartada la hipótesis de los asesinos de que él se suicidó, queda la capa del encubrimiento, por amor o temor. Lástima que la trama se pierde en los flashbacks creando muchos cabos sueltos y dejando irresoluto el destino de varios de los protagonistas.
Qué veta la que abrió De Quincey, ayuda además a combatir las pesadillas. Cantemos y bailemos, que es viernes:
Cantemos y bailemos que llegó la parranda santa! Y a las pesadillas usuales se suma ahora la de algún piloto con cara de yo no fui, esperando que su capitán se vaya a mear al inodoro.