El editor perdido (2)

(Continuación de la entrada anterior)

5.

Fui suscriptor de la revista Semana, incluso por un par de años recién llegado a Europa. Varias veces sugerí que se cambiara su nombre a Quincena, porque la lectura de un ejemplar no era completa hasta leer todas las fe de erratas en el número siguiente. Cuando expulsaron a Gómez Buendía por autoplagio, me reí casi una semana entera porque la revista era el digno ejemplo del copy & paste. Aparte de las páginas de análisis sobre Colombia, todo lo demás era un refrito de las agencias internacionales. Envié una carta al director señalando esto y no sé si tuvo alguna repercusión; poco después empecé a notar un fenómeno paradójico desopilante: para enriquecer los cables que copiaban de las agencias extranjeras, decidieron enriquecerlos con la opinión de expertos nacionales, una idea muy buena salvo que en casi todas las ocasiones los expertos nacionales mostraban puntos de vista más ricos y hasta contradictorios con los de los extranjeros. Los pobres periodistas se volvían un ocho completo tratando de armar un artículo coherente. Pero la pregunta principal seguía flotando en el aire: ¿dónde está el editor? ¿por qué la revista no es capaz de proponer temas propios y se limita a seguir lo que le llega?

6.

El editor se parece mucho a ese guía al cual se le pregunta una ruta de viaje. Mejor aún, es el que diseña las rutas de viaje, el paseante que explora una ciudad para saber qué lugares recomendar de ella, qué posibles paseos organizar: ¿paseo arquitectónico, gastronómico, museográfico, terrazas, placer…? En un nivel más avanzado, cómo desarrollar la ciudad. A Victoria Ocampo y Jorge Gaviria los hermana su papel de editores: la primera vio la necesidad de crear un medio de comunicación entre Europa y América, en especial uno que llevase noticias de los americanos a Europa, tan vistos todavía como seres exóticos. Jorge detectó la necesidad de compartir la poesía a la intemperie, la que hacen los habitantes de la calle a merced de todos los elementos naturales y urbanos, la que nos habla del mundo visto a través de sus ojos. Obviamente él no tenía muchos recursos y nos dejó apenas un par de obras, nada comparado con los más de 300 números de Sur legados por Victoria y su sinfín de colaboradores, pero sí suficientes para hermanarlos en este punto: la capacidad para trazar una línea editorial como vector de fuerza hacia algún lugar o dibujar un mapa de navegación por la realidad.

7.

Brasil es de los pocos países que son autónomos culturalmente, como Indonesia. Es una sentencia fáctica con especial resonancia. Nos recuerda cómo los demás países estamos a merced de ese editor desconocido globalizado que nos dice qué observar o que señala caminos hacia dónde ir como individuos y sociedad, el que pone a circular la información (y de ahí el poder de las fake news). Si pienso en Colombia, veo cómo en sus principales medios escritos esa dependencia de las agencias internacionales cada vez se hace más dominante, al punto de que ya el papel del editor –si aún queda– se reduce a decir qué se copia y qué no. Ya ni sombra de esos quijotes que alguna vez quisieron ser contrapesos del poder, que quisieron ejercer como quinto poder, pues sus jefes son los cacaos del país. Para no ir más lejos, el personaje del año 2018 para el diario El Tiempo fue el fiscal Néstor Humberto Martínez, exabogado de la familia Sarmiento, los actuales dueños del periódico. Es dramático ver cómo sin ese guía que debe ser el editor el pensamiento propio se va diluyendo en las noticias que vienen de afuera. La cultura del entretenimiento lentamente se va carcomiendo el pensamiento crítico. Las consecuencias se reflejan en los niveles de producción intelectual propia y, sobre todo, en el nivel del actual debate político. El editor está perdido.