El 7 de octubre de 1571 se enfrentaron las armadas del Imperio Otomano y la Santa Liga. La flota de los otomanos, comandada por Alí Bajá, consistía de 328 naves: 208 galeras otomanas, 56 galeotas y 64 fustas, sumando alrededor de 90 mil hombres. La Santa Liga, comandada por Juan de Austria (hermanastro de Felipe II), estaba conformada por 270 barcos: 206 galeras, 6 galeazas y 70 fragatas más algunos barcos auxiliares, para un total de 83.000 hombres (Fuente). Entre todos protagonizaron la famosa batalla naval de Lepanto (hoy Nafpaktos), la más espectacular de todo el siglo XVI y probablemente de la Historia. Recordemos que la batalla del Puente de Boyacá, que le dio la independencia a Colombia en 1819, fue librada por menos de cinco mil soldados.
Cuesta imaginarse este despliegue de hombres y poder en el tranquilo mar de la foto superior. Hay que acudir a las ilustraciones de la batalla en el golfo de Patras (la foto superior fue tomada desde el castillo y la fortaleza de Nafpaktos que aparece en esta ilustración arriba a la derecha):
La batalla empezó temprano en la mañana, pues alinear todos los barcos tomó cerca de dos horas, y hacia las cuatro de la tarde ya se había consumado la derrota de los otomanos, que perdieron cerca de 30 mil hombres, la tercera parte de su flota fue hundida, otra tercera fue confiscada y la parte restante alcanzó a regresar a Constantinopla.
Entre las 206 galeras de la Santa Liga, en La Marquesa, se encontraba el joven arcabucero Miguel de Cervantes, con 24 años recién cumplidos. En La Marquesa había 200 remeros, 200 soldados más 25 personas de la tripulación. Cervantes se encontraba en un camarote en el puente de la enfermería, con fiebre, mareo y malaria.
Según cuenta Jean Canavaggio en su biografía de Cervantes, venía de trabajar como camarero de monseñor Acquaviva en Roma tres años atrás. El alistamiento de su hermano Rodrigo parece haberlo motivado a tomar el camino de las armas; en esa época solo había tres destinos para los jóvenes comunes españoles: Iglesia, mar (las Indias) y la Corona. Cervantes abraza la carrera militar quizás con la ambición de ser capitán algún día. De momento, en Lepanto, era un inexperto arcabucero.
El día de la batalla, a pesar de la enfermedad:
[…] se presentó en la cubierta antes de entablarse el combate; y, en respuesta a su capitán y a sus amigos que le aconsejaban ponerse a salvo, puesto que estaba enfermo y en malas condiciones para combatir, exclamó: «“que más quería morir peleando por Dios e por su Rei, que no meterse so cubierta, e que su salud”. E así (…) peleó como baliente soldado, con los dichos turcos en la dicha batalla en el lugar del esquife, como su capitán lo mandó».
Durante la batalla Cervantes recibió tres arcabuzazos: dos en el pecho y uno en su mano izquierda, que la dejó inútil de por vida. De ahí uno de sus sobrenombres más conocidos: el manco de Lepanto (es un falso mito que le hubieran amputado la mano a su regreso a Mesina, solo perdió su uso). Vivió orgulloso de esta herida de guerra, como lo dijo de sí mismo: «Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos».
Sin embargo, vista en perspectiva histórica, la batalla de Lepanto no tiene el estatus que le confirió Cervantes: fue impresionante y memorable, mas no definitiva. Los otomanos se recuperaron en menos de un año creando una flota aún más grande. Pero Lepanto demostró que no eran invencibles y esto sí creó una grieta significativa en su moral, como resalta Braudel en su El Mediterráneo y el mundo mediterráneo. La cabeza de Alí Bajá, asesinado por un disparo en la cabeza durante la batalla, colgada a medio mástil en su galera se convertiría en un símbolo de temor y temblor para los turcos.
Cervantes partió a Italia a sanar sus heridas. Allí –sigue contando Canavaggio– lo esperaba un grupo de amigos literarios que ayudaron a formar su talento como escritor: Petrarca, Boiardo, Ariosto, Boccaccio y Garcilaso de la Vega, entre muchos otros. El estilo de vida de los italianos, con su sofisticación desconocida para Cervantes, fue una fuente increíble para sus primeras obras, que tienen lugar en diferentes puntos italianos. Lepanto aparecerá también en ellas y en el Quijote, en el capítulo XXXIX, Donde el cautivo cuenta su vida y sucesos.
Nafpaktos lo recuerda como el herido más famoso de esa batalla: una estatua de Cervantes se encuentra a la entrada del puerto de la ciudad, donde se puede apreciar su mano izquierda, aunque la verdad sea dicha, hoy en día muchos de sus habitantes no saben muy bien quién fue Cervantes: