Un amigo me dijo una vez que “los verdaderos triunfadores en la vida son los que pueden conservar la sonrisa aún en medio de la adversidad”. No sé si estaba plagiando a El Cata, Frankl, Coelho o el Dalai Lama. Sea de quien sea es una bella reflexión. Quizás por este motivo quedé enamorado de la sonrisa de Ángela Giraldo, esa misma sonrisa que originó un nuevo episodio de desdén público de María Fda. Cabal. Una sonrisa natural, efusiva, radiante si se quiere, de una mujer que atravesó el infierno del secuestro del hermano y luego el duelo por su asesinato. Una sobreviviente con carácter.
Cabal tiene una relación extraña con la muerte. Nos iba arruinando el duelo por García Márquez, ahora pone en entredicho la condición de una víctima sólo por sonreír. Da la impresión de que tiene una visión rígida del mundo dominada por sus expectativas y por la certeza de que siempre tiene la razón, de que no se equivoca. No le importa el dolor de los familiares de García Márquez o de Giraldo, no cree que les debe algún respeto porque no se han comportado como ella cree que deberían. Por raro que suene, hay gente que ama así: la pareja debe comportarse según ciertos criterios o su amor estará en duda.
En esta utopía de construir una Colombia en paz o por lo menos sin conflicto armado nos encontramos con el choque de dos imaginarios antagónicos: las expectativas de Cabal (simbolizando la ultraderecha) y las de las Farc. Cada cual tiene su visión del mundo y sin duda es la correcta. ¿De dónde nos viene esta incapacidad para ceder aunque sea un poco? ¿Quién ha cultivado esa noción de que el mundo se debe ajustar a nuestras expectativas?
Lo repito, estoy enamorado de la sonrisa de Ángela Giraldo, de esa capacidad de decir cerremos ya este capítulo, asumamos responsabilidades y procuremos una vida en paz. Esa es la reflexión que nos regala su sonrisa. Pero la situación es que estamos a un estrechón de manos (por no decir un piquito) entre María Cabal e Iván Márquez para hacerla realidad.