Leí los apartes del Manual gringo para entender a Colombia. En general es atinado. Yo aún recaigo en la mala costumbre de interrumpir a las personas cuando hablan, quizás por esto me parecen más ricos los chats o los emilios, porque no interrumpo a la persona que escribe. Sí eché en falta que no se mencionara el valor cultural de la corbata, ese objeto mágico que convierte al mono en doctor instantáneamente. Tengo disfraz de doctor, que yo llamo disfraz de payaso porque me hace reír por el efecto que crea en ciertas personas. Sé por ejemplo que es indispensable utilizarlo cuando voy a la embajada de Holanda en Bogotá, donde las secretarias colombianas por trabajar para un país europeo se sienten de sangre azul. Si le agrego un llavero de Mercedes Benz que casualmente dejo al lado de la ventanilla mientras hago mi consulta, el efecto es demoledor con estas funcionarias. Al salir de la Embajada el efecto de la risa me dura al menos media hora.
Curiosamente el truco del llavero lo aprendí en Nederlandia. Mi amigo A. era socio del club de tennis del Amstelpark y luego de un partido me invitó al pequeño spa que tenía el club. Le dije que no había traído vestido de baño y A. se rio: “Fresco que no lo va a necesitar”. Hasta ese momento no sabía que a los spas en Holanda se va desnudo. En minutos me encontré en medio de una especie de oasis naturista. No solo estaba feliz de ver tantas mujeres desnudas sino sobre todo de la tranquilidad con la que caminaban.
En ese ambiente de relajación entré en la piscina y al poco tiempo empecé a charlar de manera casual con una joven que no conocía. Me parecía un encuentro surrealista, como una recreación en el siglo XX del pasaje bíblico de Adán y Eva. Dos completos desconocidos que no tienen ninguna pista sobre el mundo del otro, salvo qué tanto cuidan sus cuerpos. Curiosamente este año apareció un reality en Holanda (y que ya está siendo exportado masivamente) llamado Adán busca a Eva, donde solteros tienen una cita a ciegas en una isla paradisiaca completamente desnudos. Un buen efecto.
Habremos charlado un cuarto de hora y luego ella se fue con su amiga al sauna. A., un depredador consumado, me preguntó que si ya las había cuadrado para la noche. Le respondí que no, que simplemente habíamos charlado. Ya de salida nos volvimos a encontrar. Yo estaba con mis tenis, morral y sudadera, con las llaves de la bici en la mano, ella con su sastre, tacones y cartera. En su mano un llavero con el logo de BMW. Mi bromista interior dijo: “Debe ser para distinguir las llaves del BM de las del Mercedes”. Nos despedimos a distancia. De regreso a casa tuve que preguntarme por mi concepción de la desnudez.
Holanda me cambió en gran parte la percepción que tenía del cuerpo desnudo hasta ese momento. Es inolvidable el primer cuerpo de mujer que vi desnudo, esa fuerza brutal, vital, de la mezcla del deseo y la contemplación extática de la belleza femenina. Aún siento esa fascinación cuando veo al agua dándole brillo al cuerpo de una mujer, lo más cercano a una escultura de agua que conozco. A mis amigas colombianas que han venido de visita las he llevado a conocer el spa. Al principio la resistencia a desnudarse es enorme. Luego del rito de iniciación de la piscina y el recorrido del spa, la sensación de liberación rompe con esa barrera y siempre me dicen que apenas regresen tenemos que volver.
El manual de los gringos me pareció una buena oportunidad para llamar a mi amigo F., sociólogo, y preguntarle por sus impresiones del manual. Como lo esperaba me respondió que era un compendio superficial para turistas. F. ha visto con lujo de detalles el cuerpo desnudo de la sociedad colombiana y ha sabido llevar este conocimiento a su vida cotidiana. Ahora que se multiplican las películas sobre gastronomía no he visto la primera que se aproxime al acto de comer como lo hace F. Ha alcanzado tal grado de refinamiento que cuando invita a cenar a una mujer, por su forma de tomar los cubiertos, de degustar la comida, el orden en que lo hace, sabe si será compatible con ella o no. Creo haber aprendido algo similar del spa y las playas nudistas holandesas, he ido aprendiendo cómo se relaciona una mujer con su cuerpo-desnudo-en-el-mundo y esto a la vez creo que me da muchas pistas sobre la compatibilidad que podría alcanzar con ella.
La Cala Chicre, un pequeño paraíso naturista en el Cabo de Gata, es otro sitio natural para tener estas reflexiones. Estoy tomando el sol desnudo y de vez en cuando miro a las otras personas que están en la Cala. Veo un grupo de mujeres jóvenes que juegan entre ellas, se echan agua y dudan si entrar a jugar con las olas o no. Cerca de mí hay una mujer de piel muy blanca, protegida a la sombra de un parasol rojo. Está haciéndose un selfie. Me mira y me pregunta que si puedo tomarle una foto. Me dice el ángulo, la altura a la que debo tomarla, sentada endereza la espalda, dobla las piernas y cruza los pies, cruza los brazos sobre las rodillas y no sé cómo hace para que los ojos de color gris cambien a aguamarina. Mira a la cámara y me pregunto quién será el destinatario de esa foto.
Hago unas tres tomas. Ella las mira y aunque creo que no la convencen del todo se muestra satisfecha. Me pregunta que si quiero estar un poco a la sombra y me ofrece un lugar debajo del parasol. Se lo agradezco y empezamos a charlar. Me cuenta que viene de Magden, un pueblito suizo, trabaja en Basilea, es fotógrafa y está haciendo una serie sobre japonesas en el flamenco, está recién llegada de Jerez de la Frontera y estos son sus días de descanso. “Solo traigo esta camarita, porque con la otra no me desconecto. Por mí hasta dejaría los ojos descansando, pero igual me llamo Iris, entonces ni modo”. Charlamos casi hasta el atardecer. Le pregunté que cómo había venido y me dijo que tenía un auto en alquiler. Le dije que vine en bicicleta y que en el camino me había comido un boquerón exquisito, que si íbamos a comernos otro allá.
Guardé la bici en el baúl. Iris tomó una caja con CDs y me pidió que escogiera la música. Muchos músicos que no conocía; opté por el concierto en París de Diego Amador, un discazo. “Adoro el piano”, le dije. Me empezó a contar de los pianistas flamencos que había fotografiado para una revista francesa. Si algo me gusta de conocer fotógrafas es que empiezo a ver el mundo de manera distinta, como en encuadres. Se lo comenté y me dijo que por eso ella no salía con su cámara, le sucedía algo parecido y por eso la única forma de descansar era guardarla: “créeme, puede ser agotador”.
Llegamos al chiringuito de Toni, que justo lo estaba cerrando. Me bajé y me dijo: “Anda con estos ciclistas, ¿la cambiaste por un deportivo rojo con chofer?”. Justo cuando iba a explicarle se bajó Iris y exclamó en su español mezcla de alemán y francés: “Pero Toni, ¿tú qué coño haces aquí?”. Se fundieron en un abrazo. Resultó que Toni es cajonero y el Chiringuito lo tiene para tener una entrada adicional. Iris lo ha fotografiado varias veces. Él le contó que esta noche tendrían un cante en Roquetas de Mar y que fuera a verlo. Ella se ofreció a llevarlo también, pero mi bicicleta ocupaba todo el espacio de atrás. Les dije que no era problema, que me regresaba en la bicicleta a la cabaña donde me alojaba y que podríamos vernos más tarde.
El mar ya tenía ese color azul mercurio que hace que parezca una gota flotante gigante. Volví a pensar en pasajes de la charla con Iris y terminé pensando que, como dirían los andaluces, tiene su punto conocerse desnudos, así lentamente ya nos fuéramos vistiendo con nuestras realidades. Presioné play y seguí mi camino: