Para un admirador declarado de la cultura tradicional japonesa no deja de ser conmovedor ver la alineación de la selección nipona frente a Colombia. Sentir el peso de una tradición milenaria, ver cómo Eiji Kawashima, el portero, bien podría haber sido un samurái en el pasado, y también pensar a lo que nuestros tiempos frívolos han reducido la herencia de los samurái. Me sorprendí al caer en cuenta de que a pesar de toda la música japonesa que escucho con frecuencia, no había oído el himno nipón. Pensé que sería un bello solo de shakuhachi, o quizás una melodía propia del gagaku, pero sonó un tema breve con clara influencia occidental.
De entrada me gustó también el planteamiento de los japoneses. No juegan como favoritos, las casas de apuestas los sitúan como últimos del grupo, aceptan su papel y asumen que llegan a jugar con dignidad, a no ser goleados y, si se presenta la ocasión, desenfundar la katana un par de veces y ver si se produce alguna sorpresa. Y así fue. (Sigue leyendo »»)