Dos videoselfies

Esta mañana mi inconsciente me sorprendió en la ducha con dos videoselfies de mi adolescencia jugando basket. El primero fue de un partido contra el Helvetia. Nos estaban ganando por paliza, el final del partido estaba cerca y entró el jugador más pequeño a disfrutar de los pocos minutos que quedaban. Hicieron una buena jugada y quedó solo para hacer el doble salto. Para mí hubiera sido muy fácil bloquearlo pero decidí no hacerlo: pensé que dos puntos más en contra no eran nada y en cambio serían algo significativo para este jugador. Encestó y su felicidad fue mayúscula, celebró como Iniesta anotando el gol en la final del mundial contra Holanda.

Alguien pudo verlo como la humillación final, que hasta el más pequeño del Helvetia hubiera encestado, pero para mí habría sido peor bloquearlo y privarlo de ese pequeño instante de gloria.

El segundo videoselfie no me fue tan favorable. Me recordó un partido contra el Nuevo Reino de Granada. Mi amigo Mauricio Forero, el mejor jugador del NRG y uno de los mejores de la Uncoli nos robó un pase y salió corriendo a encestar. Cuando iba a terminar su salto doble no salté a bloquearlo sino que lo empujé para que no encestara. Todavía hoy no entiendo por qué reaccioné así. Por fortuna el empujón no fue tan bárbaro y él no se lesionó. Lo primero que hice fue disculparme con él. Me miró disgustado, pero igual me estrechó la mano. Los jueces me pidieron que me quedara quieto mientras se calmaban los demás jugadores en el otro lado del campo. Algunos querían venir a golpearme. Nunca, ni antes ni después, había hecho una falta antideportiva. Todavía me molesta recordarlo. O sí: me doy cuenta de que he empujado varias veces con mis palabras a gente que me molesta.

Los mensajes de los videoselfies son entonces claros.

The Man (22). Yerry Mina, herencia afrocolombiana

Para decirlo en la clave del Joe, poco sabían esos negreros españoles, belgas, ingleses, holandeses, alemanes y franceses lo que traían sus esclavos africanos al nuevo continente. Mientras dilataban lo más que podían el debate sobre si tenían alma o no para tratarlos como cristianos o animales, la cultura africana se iba diseminando por toda América. En las discusiones racistas extemporáneas mucho se escucha decir que los españoles nos legaron la lengua, a lo que Carlos Fuentes respondía que la hemos devuelto enriquecida, con tantos o más premios Nobel de literatura. Pero a la par hay que situar las raíces africanas que fueron parte del gran mestizaje y son un componente esencial de la identidad latinoamericana. Sin los inmigrantes africanos no tendríamos, por ejemplo, la riqueza musical que distingue a América (Jazz, tango, cumbia, son, danzón y mil ritmos más) ni esa sal particular que le da el guaguancó a las culturas donde es más fuerte la presencia afro.

En Colombia, por ejemplo, la mayor o menor presencia de afrocolombianos determina la identidad de cada región. De ahí las diferencias entre los habitantes de las costas Atlántica y Pacífica con los del interior, de los Llanos Orientales y la Amazonía. O el frío que impregna la identidad de los rolos y que se ha ido calentando con la llegada de personas de todas las regiones del país. La diferencia entre la cumbia y el mapalé con el bambuco y el pasillo, para ponerlo en términos musicales. O sociológicos: si una compositora como Mercedes Pedroso (cubana) canta en la voz de Celia Cruz tus labios son ricos / melao de caña / rica es su dulzura, en Bogotá dicen que hay que cuidarse de la melosería, esa tendencia a vencer las fronteras del espacio personal. Difícil entonces que salgan esos versos apasionados de la región andina. (Sigue leyendo »»)

#MeToo y la educación sexual

1.

Mi colegio tenía servicio de bus privado, un alivio en muchos sentidos para los padres: no tenían que gastar tiempo llevando los hijos, tenían la certeza de que estaban siendo protegidos por dos o tres adultos al menos, y llegarían seguros a su destino. Así se perpetúa la vida en una burbuja. El mundo exterior se limitaba en esos momentos a lo que podíamos ver por la ventana del bus.

Vi varias cosas que me impactaron mucho. La Avenida Suba era de un solo carril por entonces, muchos campesinos y obreros se desplazaban en bicicleta y varias veces hubo trancones porque atropellaban a alguno de ellos. No puedo olvidar un accidente brutal en el que vi a un hombre descerebrado por el golpe. La profe responsable del bus hacía su mejor esfuerzo porque no miráramos, pero yo estaba sentado en la ventana y no pude evitarlo.

Otra escena desafortunadamente inolvidable fue una violación en manada: al menos cinco perros tenían con las patas arriba a una perra y vi cómo el líder gesticulaba con la cabeza quién seguía mientras que con sus patas mantenía a la pobre perra contra el piso mientras chillaba. Era su grito de dolor el que nos hacía asomarnos por la ventana a ver qué sucedía. Me quedó la impronta de la impotencia ante la injusticia y no sé hasta qué punto me hizo inmune a la práctica de todos lo hacen, a la unión con la masa para no sentirme excluido. Pero cada vez que leo o escucho sobre una violación en manada siempre he de volver a esta imagen que vi de niño y sentir de nuevo el repudio ante el abuso y la injusticia.

La misma que siento cuando escucho sobre los casos de abuso sexual que denuncia #MeToo. Veo a ese jefe de la manada sometiendo a la mujer sin ningún tipo de consideración más allá de la satisfacción de su placer sexual. Obviamente el ala radical del feminismo mal entendido se lanza en manada contra los hombres y su dominación histórica. (Sigue leyendo »»)

El Barça como cifra, Messi como clave

Alguna vez, ya harto del tema de la independencia antioqueña, le pregunté a mi abuela materna, paisa hasta la médula, que por qué Antioquia no se separaba de una buena vez y dejaba de molestarnos con ese tema, que si se sentían tan superiores que arrancaran solos su camino y dejaran de aburrir con el tema. Dos veces me habló ella con solemnidad extrema, esta fue una de esas: «Mijito, uno nunca habla mal de sus raíces». He tratado de seguir esa máxima, pero aún me sigue ganando el espíritu crítico. Me gusta mucho ver que siguen siendo parte de Colombia, que le han bajado el tono al nacionalismo, y que en general se reconocen parte de un todo más grande.

También me gusta mucho ver y saber cómo habitantes de todas las regiones del país van haciendo de Bogotá la capital de todos y todas, relegando a los rolos a la minoría que somos en realidad. No hay nada mejor que le haya sucedido a Bogotá: llena de rolos es una ciudad insufrible.

Da grima ver que España no ha sido capaz de consolidar esa imagen de nación para todas sus autonomías. El separatismo catalán, inspirado sobre todo por la creencia de que España nos roba y solos nos iría mejor, refleja ese problema de quienes no han podido integrarse en algo más amplio, que no saben valorar la riqueza cultural española y sentirse parte de ella. (Sigue leyendo »»)

Rock stars (2). Con filtro

Creo que fue por el 2010 que el Giro D’Italia empezó en Amsterdam, cerca de mi casa. La vía principal que me llevaba al supermercado estaría cerrada para dar paso a los ciclistas. Me contagié del entusiasmo de todos los fanáticos agolpados contra las vallas y me llamó mucho la atención el efecto acústico cuando pasaban los ciclistas. Era una etapa contrarreloj, entonces a medida que se acercaba alguno, todo el mundo empezaba a golpear las vallas para motivarlo. Desde el punto de vista del ciclista era otro ejemplo bello de la teoría de la relatividad: el ciclista creería que la gente estaba golpeando las vallas durante todo el tiempo, mientras que en realidad solo lo hacían a su paso. Apenas seguía se silenciaban a la espera del siguiente corredor.

La caminata en Lucca el día del concierto de los Stones me hizo pensar en el mismo efecto para las rock-stars: llegan a una ciudad, ven la decoración, la masa de gente esperándoles, y les será inevitable pensar que el mundo gira a su alrededor. Los medios informarán sobre el éxito del concierto, quizás en primera plana, y así en su siguiente destino: todo el mundo está aplaudiendo. Pero la publicidad será recogida a la mañana siguiente, los fanáticos regresarán a sus casas y la ciudad volverá a su normalidad.

Cuando el ciclista pasaba pensaba si tanto ruido no le perturbaba. Algunos sonreían, otros iban muy concentrados. La gira de los Stones se llamaba #NoFilter y, mientras caminábamos por Lucca, me sonreía pensando en que nunca había visto la realidad tan filtrada. Algún fanático llevaba en la camiseta la expresión Who the fuck is Mick Jagger? dando a entender que sería como preguntar que quién no sabe quien es Dios. Al principio sentí un llamado a la solidaridad, luego entendí la ironía para pasar preguntándome cuántas veces se habrá hecho Mick Jagger esa pregunta. Quizás por eso le gusta vivir en Nueva York, donde solo es una estrella del rock más, donde puede salir a caminar como cualquier paseante anónimo por Lucca.