Mi papá paseaba a su niño interior sin complejos por Bulevar Niza. Había en el centro comercial una tienda que mostraba una amplia gama de estilógrafos Montblanc que hacían babear a su niño interior, a pesar de que hacía ya varios años tenía estilógrafo, lapicero y cartuchera de la marca alemana. A veces entraba para que le mostraran algún modelo nuevo. Llegó a hacerse tan cliente habitual de la vitrina que una vez una vendedora lo invitó a que le ayudara a polichar los estilógrafos. Regresó a casa como si se tratara de un niño aficionado al fútbol que se tomó un selfie con Messi. A mí me gusta trolearlo enviándole fotos de las tiendas Montblanc cuando me las encuentro por casualidad en un viaje.
Pues ahora resulta que me está sucediendo lo mismo, no con estilógrafos sino con parlantes. Hace unos años, mi niño interior iba entrando en pánico en Florencia. Sentí un desasosiego inexplicable luego de estar cinco días caminando por la ciudad, hasta que entré a una tienda de música, encontré una sección dedicada a ECM y la música logró tranquilizar a mi niño interior. Desde entonces en mi checklist de viaje figura siempre la música.
Compré primero un reproductor de MP3 Sony de dos gigabytes. Una tortura escoger apenas cien canciones, pero era lo que había. Luego, con la llegada de los teléfonos inteligentes, me hice a una tarjeta de 32 Gb gracias a la cual multipliqué la selección musical, pero aún me sigo sintiendo limitado. Hasta que llegó Groove de Microsoft: ahora toda mi música está en la nube, puedo sintonizarla en el teléfono desde cualquier lugar del mundo siempre y cuando tenga conexión a internet. De lo contrario me toca seguir dependiendo de la que tengo guardada offline.
El problema de este gran salto tecnológico es la calidad de los audífonos. Después de mucho investigar opciones, opté por unos Sennheiser que cuestan la mitad de precio de los Bose y de mejor calidad. Pero igual, cuando estoy en la terraza o en el balcón me siento un poco raro con los audífonos. Hasta que llegaron los miniparlantes inalámbricos. Ahora ando como mi papá probando en cada tienda que me los encuentro los parlantes bluetooth de Bose, que son los que más me han gustado hasta ahora. C. me dice que los de Sonos son mejores, así que los pondré en mi radar también. Mi niño interior me tiene mareado porque los compre. Yo, adulto, le digo que ahora mismo no los necesitamos, se acerca el invierno y no estaremos sentados en la terraza o en algún parque donde podamos conectarnos “por internet a la nube” (su punto de negociación más fuerte) y escuchar lo que queramos disfrutar en ese momento.
Me toca distraerlo diciéndole que si deja de joder se porta bien de pronto para Navidad. Pero temo la primavera, creo que sucumbiré sin alternativa cuando esté feliz escribiendo en la terraza, el cielo azul despejado, la suave brisa y el sonido inmaculado de los Bose transmitiendo desde la nube. Y desde la entrada de ayer, en la que veíamos cómo el niño interior de Florentino Pérez le exige los cromos de los jugadores más galácticos para las páginas del Real Madrid, mi niño interior me dice que él no es tan exigente. “Además, ya que no viajas ahora con laptop sino con tableta, tienes más espacio en el morral para los parlantes”. Solo me detiene pensar que ya no tendré autoridad moral para decirles a mis amigos que compraron la PS4 o la Nintendo para ellos y no para sus hijos, «¡maduren!».