Hang

La primera vez que escuché el Hang fue en Bruselas en 2002-2003, bajando por el Monte de las Artes. Eran siete músicos callejeros, cada uno interpretando un hang. De lejos me pareció que era el sonido de una kalimba africana, al acercarme vino la sorpresa de ese nuevo instrumento del siglo XXI en forma de platillo volador. Compré un CD y tuve la oportunidad de charlar con los músicos, que me contaron que era originario de Suiza.

Después volví a escucharlo en el Vondelpark en Amsterdam, de nuevo por músicos jóvenes callejeros. En concierto lo escuché por primera vez con el Portico Quartet en el Bimhuis, cuando presentaron el que todavía es mi album preferido de ellos:

O mi favorita de su último álbum, que tuve la oportunidad de escuchar en vivo el año pasado en el Stegi en Atenas:

(Sigue leyendo »»)

Divertimentos (¡oh, perdón!)

Tengo dificultades para escribir este texto, un problema de aproximación y enfoque. La imagen que acude a ayudarme es la de una tía de un amigo que cuando llegó a los 70 no podía controlar sus flatulencias. Si se reía mucho, se le escapaba un pedo. Ella aprendió a vivir con mucha gracia con este problema: cuando le sucedía, ponía ojos de sorprendida, se llevaba la mano a la boca, decía “¡Oh! ¡Perdón!”, y se reía de sí misma. Todos nos reíamos con ella. Por fortuna no era nada tóxico que nos obligara a desocupar el salón –y pensar que cuando se es joven la primera preocupación narcisista con la edad es la aparición de la primera cana, ese copito de las nieves del tiempo a las que les cantara Gardel.

Otra imagen fue el shock que me dio saber que Pau Casals había rescatado las Suites para cello solo de Bach (BWV 1007-1012) del olvido, pues llegó un momento en que la gente ya no escuchaba a Bach, creo recordar que incluso murió en el olvido. En ese momento pensé que era como que García Márquez muriera en el olvido. A quienes nos apasiona la historiografía estos son fenómenos muy llamativos, pues una cosa es contar el pasado, otra saber detectar los vectores y las fuerzas que mueven el presente, los que le darán forma al futuro: ¿cómo se hace invisible en el presente un inmortal como Bach?

Otra imagen es el deseo de eternidad (que no de inmortalidad), de que las cosas buenas duren siempre. Por ejemplo, a quienes nos gustó mucho Midnight in Paris casi que podemos decir con exactitud el momento en que sentimos que no queríamos que se acabara la película. Como esas películas que se viven en la vida cotidiana, esos momentos que no queremos que se acaben nunca.

(Sigue leyendo »»)

Cuenta el Almirante. Secretos del deseo (y la mujer andaluza)

TENGO ansias de una mujer en este momento. No de cualquier mujer. Sólo de esa porción de amor y de pasión, de felicidad y de tragedia, de fugacidad y eternidad que una determinada mujer puede brindar al hombre más ruin, más desvalido, más infame.

En los momentos de mayor riesgo, de cara a la muerte, cuando he sentido su aliento helado y me ha atraído la insaciable succión de su cuerpo de embudo oscuro, es en la mujer vencedora de la muerte en la que pienso. El duro clamor de la carne, la inmemorial trompeta del deseo, resuena en mí. Me atacan erecciones terribles, no sólo del órgano genital. Todo el cuerpo, todo el ser, se me pone rígido y enhiesto. Mucho más que ese mástil tironeado por el velamen que pende de él, cargado con el furor del mar y de los vientos. Y todo el velamen no es más que un refajo, una falda, una pequeña braga con olor a mujer. Y en ese olor la mujer misma es mortaja suavísima con la que nos envuelve y acoge en sus brazos hasta la resurrección.

No pienso en la fornicación. El sexo no debiera ser la parte más vulnerable del ser humano. Es su parte más noble y más santa puesto que ella es la que se encarga de la propagación de la especie. El adulterio, la violación, el incesto, el estupro más violento, no son más que profanaciones y engañabobos a que nos empuja el instinto animal. Pienso en la posesión natural y total que hace la mujer del hombre. Su entrega sumisa y aterciopelada le hace creer al varón que es él quien la posee imperativa y furiosamente. Pero es la mujer quien le sorbe los tuétanos delicadamente, incansablemente. Puede dejarle los huesos vacíos, chuparle la última gota de sangre. Matarlo. Peor aún…, puede destruirlo, dejarlo hecho un pelele, que se arrastra a sus pies pidiendo más y más goce, cuando ya no puede más que morir.

(Sigue leyendo »»)

El arte de las variaciones

Ayer en el filmclub M. propuso que fuéramos a ver Her al cine al aire libre. Es uno de los mejores planes del verano sin duda. Pero después de las dos películas malas del fin de semana me he propuesto minimizar los límites de mi masoquismo. Dije que me parecía mala, recordé un emilio de A. en el que me decía que no fuera a verla y además dije que me recordaba un episodio de la Dimensión desconocida. M., que es una experta en cine, me dijo que había varias películas y series de televisión buenas que eran derivados o variaciones de la Dimension desconocida. Mencionó Lost (que no he visto) y The Truman Show. “Está basada en el episodio Special Service, donde el protagonista descubre que su vida ha estado en la televisión durante los últimos 5 años”. A mí me parece una combinación de ese capítulo con el de People Are Alike All Over, donde el protagonista descubre que es parte de un museo natural.

Fotograma de <em>People Are Alike All Over</em>Diría que Her está basada en The Lonely. La variación sobre el tema que hace Spike Jonze –según da a entender el trailer– es que reemplaza a la robot por un sistema operativo avanzado, el protagonista no está confinado a un asteroide remoto sino a la soledad de la vida moderna, el romance no se da en el desierto o en la habitación sino en sitios pintorescos urbanos y la sobriedad de la robot es remplazada por la voz de Scarlett Johansson. Como es un sistema operativo, para aterrizar al protagonista al final, la destruirán con un virus, le harán una actualización en la que pierde los datos y no se acuerda más de él o sufre una sobrecarga de usuarios y él no puede pagar el upgrade, algo así bien original.  “¿Qué tiene de malo desarrollar o actualizar el argumento original? Ya todo está contado, no hay nada nuevo”, anotó tajante M. “Ya lo dijo Borges además en El jardín de senderos que se bifurcan”, concluyó.

(Sigue leyendo »»)

De la serie Revelaciones dramáticas presentamos: Gaita de apareamiento

Me gradué como compositor de la Juilliard en Nueva York hace 15 años. Mis obras, musicalmente complejas, gozan de cierto prestigio entre los autores modernos. Este verano estoy invitado a siete festivales donde se estrenarán o interpretarán algunas de ellas. Ver mi nombre asociado con el de grandes compositores modernos es algo a lo que no me acostumbro todavía. Mi pieza más interpretada es una variación de Las cuatro estaciones de Vivaldi que compuse para el Kronos Quartet. De todas las experiencias musicales que he vivido hay una que me persigue desde hace algunos años. Desde hace cinco, para ser exacto.

Un colega y amigo colombiano, Rafael Hernández, me invitó a recorrer la costa Atlántica de su país para rescatar joyas perdidas. Empezamos el viaje en un pueblo llamado algo así como Capurganá. Recorrimos la Costa Caribe hasta llegar al norte de La Guajira. El primer día que llegué a Bogotá Rafael me llevó al sitio que sería la entrada a la aventura: la plaza de mercado de Paloquemao, si mal no recuerdo el nombre.

Jamás en mi vida había visto tal variedad de frutas y verduras. Rafael me había enviado fotos de unos buses conocidos como chivas en la costa, me dijo que serían nuestro medio de transporte. Me hizo reír la cantidad de corotos y colores que llevaban, el mismo festival de colores que veía en Paloquemao. Luego me invitó a probar la guanábana, una fruta verde gigante que parecía un erizo y de textura blanca en su interior. Cuando la probé sentí que estaba lamiendo el sexo de una mujer. De no ser por el sabor no hubiera sabido reconocer la diferencia. "No lo mastiques" me dijo Rafael cuando me comí un pedazo de aguacate, "se va a derretir en tu paladar". Así fue.

(Sigue leyendo »»)