Tengo dificultades para escribir este texto, un problema de aproximación y enfoque. La imagen que acude a ayudarme es la de una tía de un amigo que cuando llegó a los 70 no podía controlar sus flatulencias. Si se reía mucho, se le escapaba un pedo. Ella aprendió a vivir con mucha gracia con este problema: cuando le sucedía, ponía ojos de sorprendida, se llevaba la mano a la boca, decía “¡Oh! ¡Perdón!”, y se reía de sí misma. Todos nos reíamos con ella. Por fortuna no era nada tóxico que nos obligara a desocupar el salón –y pensar que cuando se es joven la primera preocupación narcisista con la edad es la aparición de la primera cana, ese copito de las nieves del tiempo a las que les cantara Gardel.
Otra imagen fue el shock que me dio saber que Pau Casals había rescatado las Suites para cello solo de Bach (BWV 1007-1012) del olvido, pues llegó un momento en que la gente ya no escuchaba a Bach, creo recordar que incluso murió en el olvido. En ese momento pensé que era como que García Márquez muriera en el olvido. A quienes nos apasiona la historiografía estos son fenómenos muy llamativos, pues una cosa es contar el pasado, otra saber detectar los vectores y las fuerzas que mueven el presente, los que le darán forma al futuro: ¿cómo se hace invisible en el presente un inmortal como Bach?
Otra imagen es el deseo de eternidad (que no de inmortalidad), de que las cosas buenas duren siempre. Por ejemplo, a quienes nos gustó mucho Midnight in Paris casi que podemos decir con exactitud el momento en que sentimos que no queríamos que se acabara la película. Como esas películas que se viven en la vida cotidiana, esos momentos que no queremos que se acaben nunca.
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