El mejor acuerdo posible (2). Nace una semilla del pragmatismo

En su bello libro didáctico sobre la historia de Amsterdam, Geert Mak enfatiza la capacidad de negociación y el talento para el comercio de los nativos originales de la ciudad, el que se mantiene hasta hoy y que garantiza la pujanza de los holandeses. No importa mayor cosa quién es la contraparte, si profesa los mismos principios o no, lo importante es que fluya el comercio entre ambos. Se alaba mucho la tolerancia de los holandeses, cultivada por estos siglos de interacción con otros muy diferentes sobre la base de dejarlos hacer lo que ellos quieran siempre y cuando respeten la convivencia colectiva, la vida de los demás y sus principios.

El Acuerdo del fin del conflicto tiene mucho de este espíritu. Es un ejercicio pragmático de reconocer que no se puede desaparecer al otro y es necesario aprender a negociar con él, respetando las diferencias, y encontrar el espacio que necesitan ambas partes para seguir viviendo. Aún así, no se puede desconocer que el enfrentamiento armado sí fue eficaz para ablandar la posición de las Farc, que se levantó del Caguán con la quimera de que estaba lista para tomarse el poder por la vía armada. La desaparición de medio Secretariado (sobre todo del ala belicosa) en dos lustros fue suficiente para traer de nuevo a las Farc a la mesa de negociación.

Como recoge orgullosamente en sus memorias Andrés Pastrana (un éxito innegable), Marulanda mismo reconoció que el expresidente les había ganado la guerra a nivel internacional, pues no solo dejó al Estado colombiano ante los ojos del mundo como el adalid de la búsqueda de la solución del conflicto mediante la negociación, sino que además logró enlistarlos como organización terrorista.

Paralela a la pérdida de medio Secretariado, la victoria de Pastrana es la que termina por hacer ceder a las Farc en su empeño guerrerista: no hay forma de retirarlos de la lista de organizaciones terroristas mientras continúen financiándose con la extorsión, el secuestro y el narcotráfico. Y sin estas tres fuentes, ¿cómo pueden financiar la guerra y la toma última del poder? ¿Cómo conseguir simpatizantes en el extranjero? Gracias a esa presión internacional fue que terminó con el secuestro.

El pueblo que dice representar no tiene tampoco ni la forma ni los recursos para financiarlos y, muy probablemente, aún si los tuviera, ha demostrado en estos cincuenta años su repulsa a la vía armada: ese sueño de Tanja Nijmeijer de llegar en hombros del pueblo a la Casa de Nariño, como Castro a La Habana, es un delirio tropical –al menos por la vía armada. (Sigue leyendo »»)

El mejor acuerdo posible (1). La hipótesis sofista

Con el anuncio del fin del conflicto armado ayer en Colombia la Bitácora Utópica abre una sección para acompañar esta nueva fase del proceso. Empecemos por felicitar a los equipos negociadores: el arte de la Utopía se basa en la selección del mejor escenario posible y este es el que ambos equipos han alcanzado. Ahora se abre el debate que siempre acompaña a todo planteamiento utópico: ¿será alcanzable?

En este primer análisis imaginemos el primer no: el 2 de octubre, fecha señalada para el plebiscito, los colombianos le dicen no al acuerdo. ¿Qué sucedería?

Como descubrió el joven Stephen Dedalus, la palabra Irlanda representa una cosa para su padre y otra para él. Igual sucede en Colombia con la palabra pueblo: es una cosa para las Farc, otra para el Estado. Y como sucederá también con el no. El discurso vencedor del sí obviamente dirá que el pueblo ha escogido el nuevo camino y ambos conceptos de pueblo podrán caminar juntos. Pero si el resultado es el no veremos de nuevo las diferencias en el concepto de pueblo de las partes. Para empezar, las Farc dirán que han sido los tentáculos de la plutocracia los que han derrotado a la voz del pueblo otra vez; el Estado hablará del triunfo de los enemigos de la paz, etc.

¿Qué haría las Farc en ese escenario? Uno pensaría que honraría las siglas EP y comprendería que esa P le está diciendo que no más E y es mejor entregarse. Pero con el grado de estulticia que ha demostrado a lo largo de su historia, en especial en las últimas tres décadas, perfectamente puede decir que el no es un mandato del pueblo a seguir luchando, que el pueblo le exige precisamente no entregar las armas, no bajar los brazos y las banderas para tomarse el poder y seguir trabajando por la sociedad justa que desea –cualesquiera que sean las definiciones de justicia y trabajo en el lenguaje de las Farc. (Sigue leyendo »»)