Largos silencios

Una vez le comenté a un colega holandés que mi mamá resentía que no la llamaba muy seguido. “¿Cada cuánto?”, me preguntó. “Una vez al mes por lo menos”, le respondí. “¿Tanto? Yo hablo con la mía una vez al año”. Para una cultura matriarcal como la latina esta frecuencia anual resulta inimaginable. La anécdota esboza también muy bien la relación entre padres e hijos en dos culturas diferentes.

En Amsterdam he conocido varios casos de hijos que dejan de hablarse con sus padres durante muchos años. Una amiga llegó a alcanzar 17 años sin hablar con su padre, mientras que otra ignora a su madre desde que tenía 22 años, y ya va para los 45. No son personas fáciles, estas distancias las han marcado de múltiples maneras. Obviamente, al disgustarse con ellas ya sabe uno que podrán pasar décadas y no habrá ningún esfuerzo por recobrar el contacto.

Caso diferente es el de una Tanja Nijmeijer, que decide dedicar su vida a la justicia social y se enrola en las Farc, perdiendo el contacto con su familia hasta que su madre finalmente es capaz de hablar con ella y comprender los motivos de su hija para irse tan lejos de ella y la familia. O el de una joven Diana Quer que es buscada por toda España en este momento y no se sabe muy bien si fue secuestrada o quiso escapar de las constantes discusiones con sus padres. (Sigue leyendo »»)

Un mal día en el trabajo

1.

En la escuela de mi sobrinita hay una profesora asistente con síndrome de Down, Thérèse. Es supremamente dulce y cordial. La otra tarde que fui a recoger a mi sobrinita le dije que fuéramos a despedirnos de Thérèse. Nuestro saludo la distrajo y se le cayó la caja con los juguetes que estaba guardando. Mi sobrinita puso los brazos en jarro y empezó a burlarse de ella: “Oh oh, qué mal Thérèse, no es una buena idea tirar los juguetes al piso”. Mi reacción fue decirle que le ayudáramos de inmediato a recogerlos. Para mi sorpresa Thérèse seguía sin perder la sonrisa. Una vez terminamos nos dio las gracias muy emocionada.

En la calle le comenté a mi sobrinita: “qué gusto haber ayudado a Thérèse, ¿no te parece? Mejor que ese gesto poco amable de burlarse de ella”. Mi sobrinita está en la fase en que disfruta del narcisismo de sentirse perfecta, que todo lo hace bien, entonces una crítica como esta le produce una pequeña herida. Respiró profundo y exhaló de inmediato, con cara de preocupación y tristeza: “Discúlpame pero no sabía que tenía que ayudarla”.

En la fila del supermercado, al hermano de mi cuñado le sucedió lo siguiente: un niño de 5 o 6 años estaba empujando el carrito de la compra contra su trasero. Él se volteó y le celebró despreocupado la gracia. El niño siguió insistiendo hasta que tuvo que pedirle a la mamá que por favor lo detuviera. La respuesta de ella lo dejó desconcertado: “No, lo siento, lo estoy educando para que exprese todo lo que siente de la mejor manera que encuentre para ello”. El niño atacó con más fuerza y el hermano tomó una caja de leche, la abrió y bañó al niño de blanco. “¿Pero qué hace?”, le gritó la mamá. “Lo siento, a mí me educaron de la misma manera”. (Sigue leyendo »»)

Regalos anónimos

De las cosas que más gratamente sorprenden al viajero utópico en Amsterdam es la amplia gama de actividades artísticas que hay en la noche. Durante 5 años participé en el taller de escultura de los martes en la noche en MK24 y 1 año en el de cortometrajes de los sábados. Como estos cursos hay muchos y es una de las mejores actividades para conocer personas con afinidades similares a las de uno.

Hombre corriendo con estuche de violín

Hombre corriendo con estuche de violín

No es extraño entonces encontrarse con artistas aficionados que llevan carreras profesionales disímiles. Uno de los casos más famosos es el del neurocirujano que una noche de 1982 donó una de las esculturas más célebres de la ciudad, la del Hombre corriendo con estuche de violín (Rennende man met vioolkoffer), también conocida como Hombre corriendo a tomar el tranvía 10, que pasa en la Marnixstraat. Pocas personas sabemos quién es el artista y pues no queda más que respetar su deseo de anonimato. Una pista: es el autor de otro violinista famoso en la ciudad. (Sigue leyendo »»)

Los límites de la investigación en Internet

1.

Tuve la oportunidad de escuchar las intervenciones de dos afamados escritores colombianos, uno sobre el arte de la novela, el otro sobre la influencia de Cervantes en su obra. Ambas charlas fueron decepcionantes porque se limitaron a repetir la información suelta que se encuentra en Internet sobre cada tema, con el agravante de que no mencionaron los autores de los fragmentos que citaron y de que dichos fragmentos eran el resumen del resumen de lo que habían dicho los autores originales.

El primer autor se preguntaba por qué escribía y qué aporta la literatura que ningún otro arte o forma puede aportar. Las mismas preguntas que se hacen Carlos Fuentes en su Geografía de la novela y Milan Kundera en El arte de la novela. La conclusión del autor no podría ser más kunderiana: La novela habla sobre todo lo cual ningún otro arte puede hablar. Se cortó un poco al decir que hablaba sobre la condición humana, quizás porque es un concepto que no ha logrado abstraer del todo y prefirió no hundirse en territorio fangoso. Es el mismo autor que desconoció cualquier influencia de García Márquez porque él es un escritor urbano de finales del siglo XX (a pesar de que en sus obras, curiosamente, está siempre presente el campo colombiano).

Tanto las obras de Fuentes y Kundera van mucho más allá de los tópicos que citó el escritor urbano, lo que me lleva a concluir que el autor no las leyó (o las leyó superficialmente que es lo mismo) y no pudo ir más allá de los resúmenes que se encuentran en el rincón del vago. Terminó su desaguisado citando fragmentos de artículos de Vargas Llosa en El País para mostrarse como autor contestatario. (Sigue leyendo »»)

Caprichos del niño interior (2)

No entendí el revuelo que causó la visita del youtuber Germán Garmendia en la Filbo 2016. No me refiero a la masa de fans que acudió a comprar su libro o simplemente a verlo, sino a la gente crítica que llegó incluso a pedir que no se volvieran a invitar youtubers porque la Filbo no era su espacio.

Me parece una veneración del libro como objeto físico y no como esa extensión de la imaginación que lo llamaba Borges. Como también lo son las videocreaciones de los youtubers. No pude ver más de un par de minutos de los videos de Garmendia, pues están hechos con esa técnica de los planos rápidos para no perder la atención del público que tanto me desespera. Pero es sin duda un lenguaje creativo en plena formación, más si se tiene en cuenta que Youtube apenas tiene diez años de creado.

De hecho creo que esta entrada también podría hacerla como videoblog. Alcanzo a imaginar la secuencia de recuerdos con imágenes vintage saltando una detrás de otra. La serie empieza con una fotografía del primer tocadiscos que tuve, un aparatico portátil de Fisher Price que me regaló mi mamá cuando apenas tenía cinco años. Venía acompañado de discos de 45rpm con los éxitos del verano de ese año. Para mí era una gran felicidad pasear con el tocadiscos y ponerle música a quien me encontraba. Aquí podría incluir una imagen mía sentado al lado del aparato y escuchándolo con extrema atención. (Sigue leyendo »»)