V

Tuve una discusión tremenda con Alejandro. Según mis cálculos y lo que habíamos planeado inicialmente, teníamos que tomar la cadena montañosa de 8 kilómetros más adelante, según los suyos, «apoyado en su brújula», era ahora que teníamos que desviarnos. Este pequeño desvío nos ha costado 2 días de camino, hasta que finalmente aceptó que su brújula estaba dañada: seguimos el recorrido del sol y no apunta hacia el Norte, sino hacia el noreste. Por si fuera poco, seguimos encontrándonos campesinos supersticiosos que enmudecen cuando les preguntamos que hacia dónde queda la Laguna Negra. Ninguno nos da noticia, se devuelven silenciosos a sus cultivos de hortalizas y hacen como si no existiéramos. Terminamos acampando cerca de la laguna Colorada, a 32 kilómetros de la Negra. El desgaste energético va a ser grande: tenemos que descender 400 metros, toda esta cadena montañosa y escalar 700 para llegar a la Negra (a 3.500), un desvío de 4 días en total. Tuvimos que hacer una tregua, concentrarnos en otras actividades para pasar el disgusto. Al final de la noche aceptamos que habíamos sido muy afortunados, pues la Colorada y el paisaje que la rodea son bellísimos. Además, Alejandro pescó una trucha y nos reconciliamos después con unos rones.

IV

Llegamos en plenas fiestas a Montegat. Hay decorados por todas partes en la plaza principal. La torre de la iglesia está cubierta con una pancarta, hay globos colgando por todos los faroles, mucha gente andando y la banda del pueblo toca un bambuco: el pueblo está muy animado. Comemos algunos quesos y visitamos el mercado de artesanías, dominado por la cerámica precolombina. Compramos un par de cobijas de alpaca, muy livianas y a muy buen precio. También conseguimos todas las provisiones para partir mañana temprano a la Laguna Negra y tener autonomía por 15 días. La economía de estos pueblos es increíble: se puede casi sobrevivir apenas con centavos. Dejamos los morrales en el pequeño hotel y salimos de nuevo a integrarnos a la fiesta, donde encontramos dos profesoras de baile. Alejandro rechazó la invitación de un señor a tomar aguardiente y casi se empieza una pelea: «¿Qué? ¿Le parece poca cosa mi aguardiente?». El señor estaba bastante borracho, Alejandro se lo tomó para evitar un conflicto y preferimos irnos al hotel. «Mañana salimos temprano a la Laguna Negra», y fue como decir que íbamos al infierno. De inmediato empezaron los comentarios sobre que estábamos locos, que era ir a la muerte, nos daban bendiciones, que en el camino habían muerto muchos montañistas, que si algo nos pasaba no habría forma de ir a rescatarnos, y cualquier otra cantidad de comentarios similares. Casi diría que fuimos asaltados por un grupo de fanáticos religiosos o, mejor, una banda de psicoterroristas. Varios amigos montañistas que han estado en la Laguna Negra nos han dicho que es un lugar excepcional, claro que nunca nos mencionaron un pueblo tan supersticioso, así que seguimos adelante.

III

Caminamos alrededor de 35 kilómetros y estamos a casi 2.800 metros. El paso de Alejandro estaba imposible, terminé exhausto. Parece que quiere recuperar los dos días de convalecencia, tengo que decirle que en verdad no hay afán y que está loco si cree que voy a caminar 11 horas seguidas hoy también. Logré que descansáramos hasta las 9am, dormí profundo pero ya sé que en cuestión de días tendré ampollas en los pies. El páramo empieza a darnos lentamente la bienvenida: la ropa está muy fresca, es casi un baño natural vestirse con ella. Ya vimos a Montegat a la distancia. Los pastores muy amables con nosotros nos regalan leche fresca de sus cabras. Las niñas están muy abrigadas a pesar del sol candente. Tienen la piel curtida. Cuando una de ellas se arremanga el saco para tomar un poco de agua de una fuente, aparece un antebrazo casi blanco, brillante.
Alejandro está feliz con las fotografías del viaje.

II

Estamos listos para partir. Compramos provisiones para la caminata de dos días hasta Montegat, el último pueblo antes de ir hacia la Laguna Negra.
La dueña del hostal trata de disuadirme de ir a la Laguna, insiste en que allá hay fantasmas y son pocos los caminantes que han regresado con vida. Una más de las leyendas que la rodea y de las que nos vamos enterando a lo largo del camino. Ni Alejandro ni yo les damos importancia. Hemos recorrido ya bastantes caminos y senderos a pie y salvo casos de delincuencia común, no nos hemos encontrado ni fantasmas ni espíritus ni nada similar. Revisamos la cantidad de agua y me alegro de ver a Alejandro lleno de entusiasmo, como siemspre.

I

Alejandro está hoy un poco mejor con sus problemas de indigestión. La enfermera que lo está atendiendo nos recomienda que esperemos un par de días más para que se recupere por completo. Lo dejé en el Centro de Salud y fui a dar una caminata por los alrededores del pueblo. El clima está fantástico: cielo azul, completamente despejado, el sol no está muy fuerte y parece que así seguirá el resto de la semana. Hablé con algunos campesinos y ya temen la sequía, aunque confían en que va a llover en cualquier instante. Ojalá que no, las montañas se ven hermosas con esta luz: es increíble cuántos tonos de verde y amarillo tienen.
Antes de irme al hostal, paso a charlar un rato con Alejandro. Lo noto bien de ánimo y le digo que no tiene que preocuparse, que vamos bien de tiempo, que en el peor de los casos pasaremos dos días menos en la Laguna Negra, pero lo importante es que se recupere.