Utopian Sniper (2)

Me había pasado un poco el desasosiego con la historia de Chris Kyle y su habilidad para matar bárbaros hasta que leí la columna de Mario Vargas Llosa en El País el domingo pasado, El harakiri, una nueva oda del nobel peruano al neoliberalismo. Descubrí un macabro paralelismo entre Kyle y Vargas Llosa; el primero ejecutando bárbaros, el segundo, todo lo que no sea neoliberal. Podríamos decir que ambos trabajan para el mismo amo.

Kyle no se cuestiona sobre sus víctimas, Vargas Llosa tampoco. Apuntó su teleobjetivo contra Syriza en Grecia para dar de baja a un partido de izquierda, sin cuestionar que los griegos lo votaron después de 5 años de medicina neoliberal, de obediencia puntillosa a la Troika, que apenas han servido para que Grecia sobreviva, no para que crezca. Pero desde que Vargas Llosa es un francotirador del neoliberalismo, estos matices no cuentan para nada.

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De la serie Lost in translation presentamos Mártires

1.

En clase, a principios del bachillerato, oí preguntas de mis compañeros tales como:

—Si la reencarnación existe, ¿de dónde vienen tantas almas? Si la población en el siglo XX es de seis mil millones y en el XIX era de mil millones, ¿de dónde aparecieron esas cinco mil millones de almas, dónde estaban escondidas?

—Si según el Génesis Dios creó el mundo en 7 días, pero en la época de las escrituras se desconocía que la Tierra era redonda o siquiera que América existía, ¿cuánto tiempo le está tomando la creación del universo a ese ritmo?

—Si un astronauta se muere en el espacio, ¿desciende al cielo?

—Si todo se originó en el Big Bang, ¿qué había antes? ¿no había prerrequisitos para hacer posible esa gran explosión?

Es simpático ver también a los budistas buscando la reencarnación de un lama en los Estados Unidos, pues las leyes de la reencarnación no contemplan la distancia física para que esta se dé.

Todo muy misterioso. En una de sus citas célebres, Rodolfo Llinás dice que:

Dios es un invento del hombre. Y como todos los inventos humanos, se parece a él. Dios tiene dos razones de ser: a los inteligentes les sirve para gobernar a los demás y a los menos inteligentes para pedirle favores. A todos, para explicar lo que no entendemos de la naturaleza. Es una lógica de un primitivismo nauseo.

Y de lo más nauseabundo son los crímenes cometidos en nombre de este dios o dioses.

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Ustedes no son Charlie (o el derecho a ofender)

“Nos vomitamos sobre todas esas personas que de súbito son ahora nuestros amigos”. Una de tantas respuestas provocativas que dio Bernard Holtrop (uno de los dibujantes fundadores de Charlie Hebdo) en una entrevista con De Volkskrant. A mí también me indigestó ver a Netanyahu marchar contra el terrorismo; un acierto del Elíseo convocar a Abu Mazen para resaltar que la marcha era por la unidad, por los valores occidentales, contra el terrorismo y contra la intolerancia. Los líderes mundiales se cuidaron mucho de no llevar pancartas diciendo Je suis Charlie. Desde este punto de vista, el vómito de Bernard Holtrop es inmerecido (como tantas veces ha sucedido con el semanario).

En un editorial, Jyllands-Posten expresó que su decisión de no imprimir viñetas de Charlie Hebdo obedecía a la responsabilidad que debe a sus empleados y colaboradores:

Hemos vivido con el miedo de un ataque terrorista durante nueve años. Sí, esta es la explicación de por qué no publicaremos las viñetas, bien sean las nuestras o las de Charlie Hebdo. […] Somos conscientes de que nos inclinamos ante la violencia y la intimidación.

Un editorial sensato y responsable, solamente una persona intransigente leería cobardía en su declaración.

He pensado mucho en cómo Crónica de una muerte anunciada, de García Márquez, nos ayuda a comprender lo que sucedió con Charlie Hebdo. La compañera de Charb señaló varias veces que él sabía que iba a morir pero no podía parar, no podía inclinarse ante el terrorismo, como lo ha hecho Jyllands-Posten. Desde esta perspectiva, Estados Unidos también se habría arrodillado ante el terrorismo al no enviar a una figura prominente (Obama o Kerry) a la marcha del domingo. Sus disculpas fueron más que aceptadas: la presencia de alguno de ellos habría exigido tales medidas de seguridad que era mejor no importunar a las autoridades francesas. O en buen colombiano: no daremos papaya. Kerry visitará París este jueves.

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Abatido (pero tampoco soy Charlie)

Los sucesos en París me han dejado abatido. El asesinato de los dibujantes de Charlie Hebdo, del policía francés musulmán indefenso en la calle, la agente que patrullaba el tráfico, dejan una huella de indignación profunda, duelen. Pero tampoco celebré que dieran de baja a los asesinos. Sentí pesar por ver a tres jóvenes totalmente perdidos en la vida, sin otro camino que el islamismo radical y sin respeto alguno por quienes no comparten sus creencias.

¿Hasta dónde llegarán ahora las consecuencias de los actos de estos tres jóvenes perdidos (y sus jefes)? Este es el momento preciso para que los islamófobos se pronuncien y nos recuerden que “el fin está cerca”. Como Ayaan Hirsi Ali diciendo que es hora de responder al islam, pues tanta moderación y conciliación han sido atendidas con Kalashnikovs en el corazón de París. O los fundamentalistas de la libertad de expresión, que abogan por el legítimo derecho a decir lo que se quiera sin temor alguno.

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Dos minotauros menos

Detesto cuando me toca publicar notas necrológicas pero este 2014 ha estado imparable. Falleció Francisco Porrúa, el legendario editor del sello Minotauro y a quien le debemos las publicaciones de Cien años de soledad y Rayuela por la Editorial Sudamericana. Del obituario de Clarín destaco también esa frase que resume el trabajo de un editor: No se atribuía otra función que la de "colaborar" con los autores.

El otro minotauro a punto de fallecer es la librería Minotaurus en el centro de Amsterdam. Para quienes pertenecemos o amamos el mundo editorial, Minotaurus también comparte el estatus de librería mítica. Está especializada en todo lo que tiene que ver con el universo del libro: su evolución en el tiempo, tanto en la forma (tipografía, impresión, diseño gráfico y cubiertas) como en el contenido (historia del libro y bibliografías). En Minotaurus he encontrado varios de mis libros fetiche, como The Coming of the Book, de Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, The Elements of Typographic Style, de Bringhurst, los clásicos de Stanley Morrison First Principles of Typography y Letter Forms. Alguna vez intentaron incluir libros de artista pero no tuvieron mucha acogida, como tampoco los libros sobre el mundo editorial en español. Hay joyas increíbles en neerlandés que quién sabe si encontrarán traductores al inglés o español. La curaduría de la librería es en sí una obra de arte y son evidentes las décadas de trabajo siguiendo su objeto de estudio con máxima atención. De ahí el dolor cuando su dueño, el señor Nol Sanders, me dio la noticia: "Nos quedan máximo tres meses de vida. Las ventas no dan para más". Sentí el golpe como un banderillazo certero en el lomo.

Minotaurus señala muy bien uno de los enigmas o problemas de la transición hacia el mundo editorial digital: el papel de los libreros, los curadores de las librerías y bibliotecas. Ya antes del desafío del libro electrónico, su papel estaba amenazado por la tiranía de los superventas: lo que tiene que estar en la vitrina es lo que más vende, dicta el mercado, o los libros de tal o cual sello editorial, en lugar de destacar un nuevo aporte al campo. Un poco más libertad tienen los bibliotecarios, si bien dependen de que los libros que ordenen sean consultados por alguien. El segundo banderillazo entró cuando el señor Sanders me dijo que ni la Biblioteca Pública de Amsterdam ni la de la Universidad de Amsterdam tenían interés en adquirir colecciones o partes de su librería: "El presupuesto para libros impresos ha disminuido bastante en los últimos años". Le pregunté que cómo iba la venta en línea y me dijo que la había suspendido por motivo de costos. Esta parte no la entendí y bien valdría la pena empezar un proyecto utópico con Minotaurus en este sentido.

Picasso - Minotauro acariciando a una mujer dormidaLe pregunté al señor Sanders que por qué había nombrado así la librería. Señalando una postal me indicó que era culpa de él, de Picasso. Le conté mi pesadilla con un toro y de cómo había amanecido convertido en un minotauro. Él se sonrió y me regaló la postal Minotauro acariciando a una mujer dormida. Finalmente compré el libro Artists' Books, un catálogo de la Caldic Collectie publicado por W Books.

El prólogo dice:

Nada huele más rico que los libros, en especial, los de artista. En esencia no es que huelan distinto, sino que uno trata de aspirar, más intenso que con los demás, algo del artista y sus ideas. Se liberan el ramillete de tinta impresa, las fibras de papel y el Padre Tiempo mientras nuestros dedos recorren sus páginas.

Ese olor que con la posible desaparición de Minotaurus también se va extinguiendo.