Cuando he podido ir a recoger a mi sobrinita a su escuela me gusta pararme en una esquina y observarla jugando en el patio con sus amigos. Veo cómo se va dando esa transición de la niña alrededor de la cual gira todo a una que aprende a relacionarse con los demás y empieza ya a negociar espacios, deseos, expectativas. Incontables los desencuentros de los niños a esta edad, su tendencia natural a absorber la atención de los demás o la frustración por no lograrlo. También he visto el goce de las primeras complicidades y afinidades.
Si es válido hacer un paralelo entre el desarrollo de la sexualidad, en su sentido amplio, y la escritura, la pregunta sobre por qué escribir se torna como una revisión periódica de nuestra práctica. No existe entonces una respuesta única sino la que le vamos dando a medida que pasa el tiempo, enriquecida por las respuestas de los demás.
La respuesta de la joven documentalista me pareció que estaba en una fase primaria entonces, o quizás no quiso compartir más ideas, impresiones o experiencias sobre su arte creativo. Igual, me pareció más auténtico que el otro famoso escritor que ante la pregunta de por qué escribir se limitaba a repetir las respuestas que había leído en Google de Fuentes o Kundera, sin comprender muy bien a qué se referían ellos cuando hablaban de la condición humana. Son los problemas de la teoría.
Si el psicoanálisis es el arte de comprender por qué hacemos lo que hacemos, de hacer consciente ese saber – no saber, la pregunta por qué escribir se convierte en un medio análogo para ayudarnos a comprender cómo estamos en nuestro presente, cuál es nuestra condición en este momento. Como una pregunta diagnóstica, del tipo cómo estás, que no tiene una respuesta definitiva sino que va cambiando con la experiencia en el tiempo.
Cuando leí Geografía de la novela de Carlos Fuentes pensé que iba a encontrarme con un libro como Dirección única de Benjamin, en el que el autor exploraría los espacios del alma, el retrato de la famosa condición humana según sus autores seleccionados, para decirnos en qué punto estábamos. Pero no, hablaba más de los autores ubicados en un mapamundi para resaltar su idea de la literatura excéntrica (en calidad de periférica). La pregunta sobre la escritura sí podría ayudarnos a construir esa geografía de nuestra alma, el mapa de qué terrenos hemos ido caminando en el tiempo, incluyendo los caminos cerrados o equivocados, de la misma manera que nuestras lecturas nos ayudan a constituir nuestra propia geografía de la novela.
He conocido a varias personas a las que les causa angustia esta pregunta, la necesidad de tener una certeza, una justificación válida, sólida, coherente, quizás hasta indiscutible. Creo que verla en su forma dinámica, de múltiples respuestas según va la vida, le da una perspectiva más libre y amable: la respuesta nos ayuda a saber en qué punto de nuestra geografía estamos. Basta con marcarla en el mapa y volver a hacerla en un año para ver hacia dónde nos hemos desplazado o llegado. Perdón, apreciado lector utópico: creo que me atacó otro instante filosófico. Mejor paro aquí.