Elecciones en Colombia, un cuento de Marvel

Estaba tan aburrida la final de la Liga Europa que me puse a hacer zapping y vi fragmentos de Los Cuatro Fantásticos que me retrotrajeron a mi infancia cuando disfrutaba imaginándome con sus superpoderes. No pude ver mucho porque el ruido de la destrucción me desesperó, toda la gracia de los superpoderes está en darse más duro con el enemigo. Como la carrera armamentista o nuclear.

Las escenas que vi me hicieron pensar en las elecciones en Colombia de la próxima semana, en la que a los politólogos no nos queda más que analizar los superpoderes de los candidatos: es que él sí va a hacer lo que Él diga y va a poner orden en la casa, es el que más y mejor fuete sabe dar; es que él va a acabar con el establecimiento y la oligarquía; aquel otro modernizará las instituciones como hizo en la alcaldía de Medellín; o este otro que es el adalid de la paz, fue el que logró concretar el Acuerdo con las Farc.

Mi sobrinita a sus 9 años entiende mejor el secreto de la transformación que la política en Colombia. Me lo explicó después de afirmar que el amor es eterno. Yo, con mi experiencia de monógamo serial, le decía que cuando empezaba parecía eterno pero ya en el camino a veces terminaba diluyéndose. Ella me dijo que era eterno porque pasaba de una generación a otra; se le podría acabar a algunas parejas, pero pervivía en muchos otros corazones. Una revelación. (Sigue leyendo »»)

Summa

En una crónica anterior contaba cómo llegué a la música de Arvo Pärt. La escuché cuando tenía alrededor de 15 o 16 años y me cambió la vida. Cuando digo esta afirmación he recibido caras de sorpresa o que me dicen que estoy exagerando. Pero es verdad y puedo elaborarlo. La literatura le envidia a la música que con unos simples acordes puede hacernos sentir una emoción intensa. Para que una obra literaria logre un efecto similar deben transcurrir muchas páginas. Cuando escuché a Pärt me cambió la vida porque me descubrió todo un universo emocional que no sabía que era posible ya con los primeros acordes. Su música me lleva a sensaciones que no puedo explorar por otro medio. Entro en trance, diría que hacia una experiencia mística.

Después de escucharlo descubrí que algo similar sucede con las personas: hay seres humanos que nos abren horizontes que no sospechábamos que existían, formas de sentir y pensar totalmente nuevas que nos atraen y nos invitan a explorarlas, compartirlas, quererlas. Podría decir que esa experiencia es la que nos lleva al amor, en esa mezcla con el deseo de querer conocer más de esa persona, de compartir más con ella. El efecto contrario es la antipatía, al rechazo de una persona por lo que nos deja ver de sí.

Mi cultivo de la música de Pärt ha sido de fanático absoluto. Colecciono todos los discos que encuentro de él y en múltiples versiones, incluyendo también la biografía musical que escribió Paul Hillier y la edición de lujo de ECM de Tabula rasa para conmemorar los 75 años del Maestro. Fuimos con F a un concierto en el Muziekgebouw aan ‘t IJ en el que se estrenaría una obra de él y la sorpresa es que él se encontraba entre el público. Cuando lo vi casi me desmayo. Me sentí como una de tantas fans histéricas de los Beatles, Bieber o Menudo. F me decía que fuera a saludarlo, pero me parecía excesivo hacerlo, así quisiera darle las gracias por todo lo que me ha dado y hecho sentir y descubrir. Pero fui prudente.

Mi más reciente hallazgo es el álbum del Cello Octet Amsterdam dedicado a Pärt. Según cita el Octeto, cuando el Maestro lo escuchó, dijo: «He descubierto diez años tarde esta joya de grupo». Desde entonces ha escrito obras para el grupo, interpretadas en este CD. Comparto con los lectores utópicos su versión de Summa, una celebración sublime para los amantes de la música de Pärt y del cello, y el enlace para comprar en línea los temas del disco:

 

Hojas de otoño

Llegamos un sábado en la mañana con F a Montecatini Terme. Nos pareció muy agradable la terraza de la estación del funicular que lleva al centro antiguo y nos sentamos ahí a desayunar. Al ver el menú descubrimos que los italianos no desayunan huevos, en ninguna de sus formas. Lo suyo son el café y los bizcochos. El mesero hace una excepción con nosotros y le pide al chef que nos prepare unos huevos en tortilla. Nos los trae fritos pero no le damos importancia. En la mesa de al lado hay una joven concentrada escribiendo. Me llama la atención que tiene un montón de páginas acumuladas a su lado y me pregunto desde qué hora estará escribiendo para alcanzar tal nivel de producción. Al paso que va pienso que trajo todo su trabajo para revisarlo en esta mañana de sol. Un plan fantástico, me parece.

De la montaña desciende una fuerte brisa y empieza a llevarse todas las hojas de su montón, que se elevan como alas al viento. Me levanto y salgo corriendo para atrapar las que más pueda. Ella se sonríe y nos dice en italiano que no, que no es necesario, que las deje volar, que ese es su propósito.

Veo cómo se alejan y le pregunto que por qué no le importa perderlas. «Son mi regalo para darle la bienvenida al otoño. Me gusta ver cómo las hojas se entremezclan, como danzan entre sí, un baile casual gracias a un fortuito viento. En ellas escribo poemas e historias que ojalá sorprendan a los caminantes. Tomen, les regalo una a cada uno». (Sigue leyendo »»)

El toro invisible

En La casa de Asterión, Borges nos cuenta cómo es el mundo visto a través de los ojos del minotauro, cómo es la vida cuando se está condenado a vivir en una casa con puertas abiertas, con infinitos senderos que se bifurcan pero no se sabe a dónde llevan. En su documental Tauromaquia, Jaime Alekos le resta toda la poesía del mito griego y del universo borgeano para ponernos en el lugar del toro sin decir una sola palabra.

Es cuando menos sorprendente que en las discusiones con taurófilos den por supuesto que el toro tiene una función específica, un destino claro y se niegan a ver algo más. En ese sentido el toro es invisible, no existe para nada más que no sea brindar una corrida brava.  De ahí el acierto de Alekos al mostrar las corridas con el toro como protagonista. A las etapas de la liturgia (como algunos taurófilos las llaman) las acompañan una serie de textos que explican sin pudor alguno cómo se debe (mal)tratar el toro, cómo ejercer el arte del engaño para que pique y haya función.

Como ya lo he compartido en entradas anteriores, he visto la belleza en los gestos del torero, y me impresiona aún más el rejoneo; ver los movimientos increíbles del caballo frente al toro me deja embelesado. Pero esta manifestación episódica de la belleza no puede ser excusa para continuar con ese arte. Las secuencias registradas por Alekos no dejan duda sobre la tortura a la que es sometido el toro. Asterión esperaba a su redentor, ojalá sea Alekos el del toro.

Paradojas utópicas

Estábamos un grupo de amigos en Aquitania, listos preparando una caminata por la laguna de Tota. Nos dijeron que esa noche habría fiesta en el pueblo. Se presentaba una estrella naciente, el joven Pipe Bueno. No tocó nada especial, pero sí recuerdo dos cosas en particular: la primera, que entre canción y canción alentaba al público a tomar aguardiente para mejorar el ambiente; la segunda, el guitarrista de su banda, un personaje excéntrico de quien me fascinaría hacer un documental. Alcancé incluso a visualizar el comienzo con ecos del Ulises, el hombre frente al espejo después de una noche de farra y listo para afeitarse y darle mantenimiento a sus prominentes patillas.

Anoche en Bogotá se dio una paradoja utópica increíble. Las Farc resemantizadas (ahora Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común) se presentaba como nuevo partido político, con una estrategia común y corriente: agüita para mi gente y música para mi pueblo. Yo habría ido solo por el placer de escuchar a la Aragón y de ver qué estribillos utilizarían a lo Pipe Bueno, qué arengas lanzaban para mejorar el ambiente. Pero como ya lo venía haciendo desde Tlaxcala, la nueva Farc recurrió a su discurso compuesto de retales para pedir lo que, en efecto, desearía cualquier ciudadano del común colombiano: llevar a la corrupción a sus justas proporciones (como lo pidió alguna vez Turbay Ayala), una democracia plena donde todos los colombianos tengan las mismas oportunidades, y los mínimos de vivienda, salud y educación (si no dijeron esto último fue que se les olvidó). Para esto no hay que recurrir a la violencia armada ni vivir enterrado en la selva. ¿Cómo lo piensa hacer? Esa es la gran pregunta que queda después de la resaca del concierto. (Sigue leyendo »»)