Que recuerde en este momento, después de Vénus noire la película más brutal que he visto ha sido The Cove. La semana pasada vi finalmente Blackfish, que denuncia el maltrato de las orcas en Sea World. De niño, como a los 8 o 9 años, fuimos con mi mamá y mi hermana a Miami a visitar Disneyworld y Sea World. A esa edad fue un viaje a otro mundo. A mi edad me sorprendió que el Cholo Simeone invitara de escapada romántica a su novia a Eurodisney, pero ese es otro tema. El espectáculo con las orcas es muy impresionante. Recuerdo que llegamos un poco tarde y ya todas las sillas estaban ocupadas, salvo las de la primera fila. Había una línea amarilla que advertía que era mejor no sentarse en las sillas debajo de esta línea. Como no había más lugar no hice caso y me gané un chapuzón tremendo por parte de una de las orcas, pero hasta eso disfruté. John Hargrove cuenta en Beneath the Surface que después de un paseo similar decidió que quería ser entrenador en Sea World. Su testimonio es uno de los más impactantes en Blackfish.
He visto cuanto documental he podido sobre las orcas, me cautiva su inteligencia y la capacidad que tienen para organizarse. También he leído mucho sobre ellas. Después del documental, me encontré con el libro de Mary Getten, Communication with Orcas: The Wales’ Perspective. La autora afirma que está en capacidad de comunicarse telepáticamente con las orcas. No pasé del primer capítulo, donde recrea una conversación con una orca ya mayor y sabia, según ella. Me pareció un cuento infantil muy gringo, pues la cosmogonía que revela Getten de su comunicación con las orcas es muy tradicional estadounidense.
Me recordó la historia del niño compatriota suyo que afirmaba haber hablado con dios. Aquí uno tiene que imaginarse que dios, por su carácter todopoderoso, habla en todos los idiomas habidos y por haber. A veces he creído que me comunico telepáticamente con un amigo o amiga, pero creo que esto no es más que la capacidad del cerebro o de la imaginación para visualizar a un ser querido que se conoce bien y vaticinar qué diría ante determinadas circunstancias. Ahora mismo podría tener una charla telepática por ejemplo con A, en la que hablaríamos sobre sus recientes ataques de ansiedad y la sensación de desorientación actual. Creo que le declamaría el Canto I de La Divina Comedia:
A mitad del camino de la vida,
en una selva oscura me encontraba
porque mi ruta había extraviado.
Y seguiríamos conversando. ¿Puedo afirmar que me comuniqué telepáticamente con ella? No lo creo, pero podría ser una experiencia tan vívida que eventualmente podría afirmar que sí. Creo que es lo que les ha pasado a la señora Getten y al niño estadounidense. ¿Y Jorge? ¿Cuando está solo creerá que habla con dios y que es su representante en la tierra? Lo veo saludando a diestra y siniestra en su papamóvil y me rio de nuevo con Habemus Papam, ¿cómo se come uno ese cuento? Pero bueno, el escepticismo absoluto no es sano, entonces mejor llamaré a A. a preguntarle si efectivamente hablamos telepáticamente o no. Una buena excusa en todo caso para ponernos al día.