Dormí diez horas seguidas. Desayuné una ensalada de frutas y me fui a la playa a descansar. Me encontré con María, lectora superfanática de El amor en los tiempos del cólera. Me saludó con un creí que te habías ido sin despedirte. Le dije que no, que me había ido de paseo a Ios por un fin de semana, conocí a los lotófagos rumberos y casi no puedo escaparme de la isla: “Recién regresé anoche”.
—Esos lotófagos están por todo el mundo, tú sí que sabes de ellos—, me dijo con una sonrisa, haciendo referencia a los productores de otro tipo de loto colombianos.
—Ahora como que están más activos en Perú —le comenté yo.
—Las variedades del loto son infinitas. Me haces pensar en una compañera del colegio que se llama Fotini, cumplirá 50 años el próximo mes.
—¿Es una lotófaga?
—Diría que sí. Se quedó estancada en sus 25 años, la época más feliz de su vida según cuenta, cuando fue porrista de un equipo de fútbol estadounidense, la más buscada y fotografiada por las revistas, la más deseada por los jugadores. A los 27 la relevaron y nunca se recuperó de la falta de atención. Hoy da clases de aeróbicos en Miami. Nunca quiso volver a Atenas. La vi en un video de Youtube y más que clase de aeróbicos parece que estuviera repitiendo las rutinas de porrista con sus alumnos. Muy en el fondo sospecho que todavía suspira por esos jóvenes atléticos que morían por estar con ella.
–Un loto difícil de dejar.
–Tal cual.
–Desde esa perspectiva me recuerdas otro caso algo similar. Un compañero de colegio nos envió una foto suya de visita en el colegio hace poco… vestido con el uniforme del colegio y ya tiene 40 años.
–Es un chiste cruel tuyo.
–No, en serio. Él nunca ha sido tan feliz como lo fue en esa época del colegio, no tengo ni idea qué es lo que le daba tanta felicidad en ese tiempo para no querer dejarlo atrás. Ahora es el presidente de la asociación de exalumnos y está preparando a cada rato eventos relacionados con el colegio.
–Deberías organizarle una ceremonia de graduación exclusiva para él.
–Lo intentamos, pero él se niega a graduarse.
–Otro loto difícil de dejar entonces –remató ella con una sonrisa.
María se despidió y me quedé solo en la playa. Empecé a preguntarme cuáles eran mis lotos difíciles de dejar, aparte de la experiencia de los últimos días en Ios. Recordé a Tessa, cuando casi me quedé a vivir por ella en Nueva York.
Disfrutemos: