Disfraces de novia (2), o las polillas como ánimas mensajeras

Abuelo Drácula, familia Monster.
Al Lewis, 1923-2006.

—Hola J, ¿cómo amaneces? Llamo a confirmar mi asistencia a tu fiesta de disfraces matrimonio. Dile a Germen que me muero por conocerlo.
—Que no se llama Germen, se llama Germán.
—¿Que Germen va a ir disfrazado como Herman Monster? ¿Puedo ir disfrazado de abuelo Drácula entonces? Haríamos muy buen trío: te ofrezco mi mano para que entres a la Iglesia disfrazada como Lily. Del Chanel No. 13 me encargo yo.
—Estás insoportable. Qué celos los tuyos.

Y me colgó. ¿Celos? Uno de los hechos más difíciles de explicar para mí es el desarrollo de mi vida afectiva en la infancia. Crecí rodeado de mujeres. Por el lado de mi papá son dos tías, una de ellas tiene una novia, la otra (a la que quería mucho, q.e.p.d.) tuvo dos hijas. Por el lado de mi mamá, son 6 tías vs. 4 tíos, que como buenos jóvenes paisas, casi nunca estaban en casa (las mujeres paisas de mi familia mandan a los hombres a la calle a ganar dinero desde temprana edad). Más la figura dominante en la escena de mi abuela Rosita. De mis tías nacieron dos primas (pasaron 6 años antes de que naciera mi primer primo). Y está la figura central en mi vida de mi hermana. Así que mal contadas, nací rodeado por 17 mujeres (incluyendo la empleada del servicio de nuestra casa y las tres en casa de mi abuela). Total, una infancia saturada por la presencia femenina –algunas de ellas bastante histéricas. Recuerdo las peleas cuando me preguntaban a mansalva mis tías que a cuál de todas quería más. "A todas las quiero por igual". Es decir, desde pequeño desarrollé un corazón muy grande para querer a muchas mujeres y tener un sentido profundo de la igualdad. Hoy en día, curiosamente, tengo más amigas que amigos. El caso es que ese concepto de los celos me es muy lejano: J. puede casarse con Germen sin que sienta celos por estar en su lugar: desde niño no me sorprende que las mujeres que ame tengan esposo o novio. En mis años como tinieblo descubrí que ese hecho influía también para que no me importara si una mujer que me atraía estaba casada o no. Sobra decirlo, soy perfectamente incompatible con las mujeres posesivas en extremo: cuando a los 7 años escribí Mi mamá me mama varias tías perversas se sonrieron.

La formación de mi identidad masculina tuvo otro obstáculo principal, extrañamente relacionado con otro tipo de disfraces: los castrenses y los masónicos. Mi abuelo paterno fue bombero y mayor de la Policía. Mi papá lo admiró toda su vida y trató de encontrar su identidad propia, primero, como monaguillo. Todo iba muy bien hasta que un día, al llevar las ostias de la panadería a la Iglesia, se le cayeron en el bus. Las recogió como a quien se le hubiera caído un saco lleno de diamantes. Al llegar a la Iglesia y contarle al sacerdote lo sucedido, este no le dio mayor importancia, las sopló y dijo Así están perfectas, no se van a dar cuenta de nada. Por su inclinación natural a las ceremonias y los ritos apolíneos, la fe de mi papá entró en crisis profunda: "No es posible que trate así al cuerpo de Dios". Ese día se quitó su disfraz de monaguillo y lo remplazó años después por uno de masón. El día que lo nombraron Grado 32 amaneció con este puesto. Y en ese momento entendí que yo jamás podría ser masón: qué disfraz más aburrido. Cuando me propuso que entrara a ser lubetón, algo así como los boy scouts de los masones, le respondí con un no rotundo. Estaba fascinado con los disfraces de los budistas, los samurai, los guerreros ninja y, en especial, con el del Santo. Sufrimos un temprano choque de civilizaciones y hoy en día no tenemos muchos referentes sobre los cuales hablar. En nuestras charlas a veces se me olvida nuestra relación y cuando reina el silencio, por poner un tema, le pregunto: "¿Y tus hijos cómo están?". Siento tristeza cuando intuyo que le gustaría responder que su hijo es un mayor destacado del glorioso ejército colombiano o que está muy orgulloso porque recién acaba de recibir su grado 17. Así es la vida en los trópicos: su verdadero hijo es un feliz paseante experto en ocio y proyectos utópicos. ¡Mierda! Justo ahora que iba a hacer un pequeño performance con mi traje de pingüino frente al espejo descubro que ha sido vilmente devorado por las polillas. J no me lo va a creer y no pienso comprarme otro –salvo que se parezca al del abuelo Drácula.