Detesto cuando me toca publicar notas necrológicas pero este 2014 ha estado imparable. Falleció Francisco Porrúa, el legendario editor del sello Minotauro y a quien le debemos las publicaciones de Cien años de soledad y Rayuela por la Editorial Sudamericana. Del obituario de Clarín destaco también esa frase que resume el trabajo de un editor: No se atribuía otra función que la de "colaborar" con los autores.
El otro minotauro a punto de fallecer es la librería Minotaurus en el centro de Amsterdam. Para quienes pertenecemos o amamos el mundo editorial, Minotaurus también comparte el estatus de librería mítica. Está especializada en todo lo que tiene que ver con el universo del libro: su evolución en el tiempo, tanto en la forma (tipografía, impresión, diseño gráfico y cubiertas) como en el contenido (historia del libro y bibliografías). En Minotaurus he encontrado varios de mis libros fetiche, como The Coming of the Book, de Lucien Febvre y Henri-Jean Martin, The Elements of Typographic Style, de Bringhurst, los clásicos de Stanley Morrison First Principles of Typography y Letter Forms. Alguna vez intentaron incluir libros de artista pero no tuvieron mucha acogida, como tampoco los libros sobre el mundo editorial en español. Hay joyas increíbles en neerlandés que quién sabe si encontrarán traductores al inglés o español. La curaduría de la librería es en sí una obra de arte y son evidentes las décadas de trabajo siguiendo su objeto de estudio con máxima atención. De ahí el dolor cuando su dueño, el señor Nol Sanders, me dio la noticia: "Nos quedan máximo tres meses de vida. Las ventas no dan para más". Sentí el golpe como un banderillazo certero en el lomo.
Minotaurus señala muy bien uno de los enigmas o problemas de la transición hacia el mundo editorial digital: el papel de los libreros, los curadores de las librerías y bibliotecas. Ya antes del desafío del libro electrónico, su papel estaba amenazado por la tiranía de los superventas: lo que tiene que estar en la vitrina es lo que más vende, dicta el mercado, o los libros de tal o cual sello editorial, en lugar de destacar un nuevo aporte al campo. Un poco más libertad tienen los bibliotecarios, si bien dependen de que los libros que ordenen sean consultados por alguien. El segundo banderillazo entró cuando el señor Sanders me dijo que ni la Biblioteca Pública de Amsterdam ni la de la Universidad de Amsterdam tenían interés en adquirir colecciones o partes de su librería: "El presupuesto para libros impresos ha disminuido bastante en los últimos años". Le pregunté que cómo iba la venta en línea y me dijo que la había suspendido por motivo de costos. Esta parte no la entendí y bien valdría la pena empezar un proyecto utópico con Minotaurus en este sentido.
Le pregunté al señor Sanders que por qué había nombrado así la librería. Señalando una postal me indicó que era culpa de él, de Picasso. Le conté mi pesadilla con un toro y de cómo había amanecido convertido en un minotauro. Él se sonrió y me regaló la postal Minotauro acariciando a una mujer dormida. Finalmente compré el libro Artists' Books, un catálogo de la Caldic Collectie publicado por W Books.
El prólogo dice:
Nada huele más rico que los libros, en especial, los de artista. En esencia no es que huelan distinto, sino que uno trata de aspirar, más intenso que con los demás, algo del artista y sus ideas. Se liberan el ramillete de tinta impresa, las fibras de papel y el Padre Tiempo mientras nuestros dedos recorren sus páginas.
Ese olor que con la posible desaparición de Minotaurus también se va extinguiendo.