Amanecí con el utópico alborotado. Todo por una discusión que no di anoche. Estaba en un evento sobre Construcción de la paz en Colombia. Empiezo con una breve digresión: Construcción de la paz parece ser una traducción de Peacemaker. Contaba Borges que su traductor al inglés le preguntó que cuál podría ser la traducción de El hacedor, que no daba con la palabra. Borges se sorprendió, pues le dijo que la palabra la había traducido precisamente del inglés: hacedor era maker. Quizás suena demasiado borgiano entonces decir Hacedores de paz, un toque literario que no estaría mal para una tarea utópica.
Prosigo. Un hombre protestaba indignado porque ahora había una cátedra de Educación para la paz en la cual le estaban enseñando a los niños y los jóvenes a convivir con las Farc, que qué descaro era ese. No alcanzó a decirlo pero sí dio a entender que Santos no estaba sentado en la mesa de negociación sino en cuatro y con ganas. Pensé que con ese imaginario erótico este hombre bien podría ser un cliente potencial de la Comunidad del anillo, más allá de sus represiones.
Alguien le respondió que era una cátedra lógica, pues de lo contrario cómo se podría lograr la convivencia en paz en Colombia si no se aceptaban múltiples puntos de vista, aunque esto ya debería de estar en las clases de educación cívica, de convivencia o como las llamen ahora. El hombre, irritado, preguntó abiertamente que para qué carajos servían las clases de educación cívica. Nueva digresión: F. me enseñó una expresión griega muy bella: No le sudan los oídos, para referirse a una persona que escucha sin irritarse o sobresaltarse aún si está siendo criticada severamente. Alguien que se mantiene cool (y ya escucho a A.: lo dicho, los griegos ya lo dijeron todo). Claro, tiene su gracia que sea algo para resaltar, porque la tendencia es que les suden los oídos a los griegos, como al locombiano enardecido en el evento.
¿Para qué sirve la educación cívica? Hizo falta un Sócrates ayer para que le diera una terapia mayéutica a este hombre. A mí el tono de desdén con el que hizo la pregunta ya me dejó sin interés para participar. Mi imaginación se divide en dos para responder esta pregunta: a la izquierda veo a un oso polar con su cría; a la derecha una amplia bibliografía dedicada al tema. La imagen del oso polar y la cría sería ya suficiente respuesta: es enseñarle a los jóvenes y niños cómo aprender a moverse en el mundo, cómo aprender a utilizar las herramientas para crear su propio camino, cómo aprender a convivir con las demás personas y el largo etcétera que aborda la bibliografía en la imagen de la derecha.
La etapa final de ese aprendizaje es la política, aprender sus derechos ciudadanos, humanos, saber para qué sirve la política y qué es un político. Que algo falla en la educación es evidente porque es difícil entender que millones de personas se pregunten, 25 siglos después de que los griegos plantearan esta pregunta y múltiples respuestas, para qué sirve la educación cívica. Esta ignorancia lamentable es la que dificulta también las (grandes) transformaciones en una sociedad: quienes por desdén no se han tomado la molestia de encontrar algún tipo de respuesta, que se sienten satisfechos con afirmar que no sirve para nada, que no es más que una pérdida de tiempo, tendrán mucha dificultad para plantearse objetivos colectivos y trabajar por ellos.
En el fondo fue inevitable darle la razón al señor: si las clases de educación cívica no son capaces de dejar un par de definiciones aunque sea para el recuerdo, no sirven para nada y hay que replantearse por qué fracasan. Una tarea que amerita acción inmediata, pues el fallo en esta materia hace la diferencia entre resolver los problemas con guerrilleros y (para)militares y un congreso multipartidista. Casi nada.