Hace unos meses, un amigo español entregado totalmente a la causa de Podemos me regaló el libro Ganar o morir. Lecciones políticas en “Juego de tronos”, que trae en la portada a Pablo Iglesias sentado de manera distendida en el trono de hierro. Como juvenil autor de un libro sobre Crónica de una muerte anunciada, reconocí de inmediato el entusiasmo desbordante por la materia de estudio, pero con un matiz o perspectiva diferentes: en Crónica no hay propiamente un héroe al cual seguir, sino un narrador que nos confronta con la responsabilidad colectiva frente a la muerte de un inocente.
En este análisis de Juego de tronos eché de menos a un Miguel de Cervantes que contribuyera con un artículo satírico sobre la saga. El libro es testimonio de un síndrome de don Quijote colectivo llevado a extremos insospechados: Podemos es hoy la tercera fuerza política en España y esta semana tuvo en sus manos la oportunidad de negociar el destino del país.
Una variante de don Quijote que a Cervantes nunca se le ocurrió (porque evidentemente sería caer en lo que criticaba): ¿qué tal que su Quijote hubiese triunfado? Series como House of Cards se nutren de esta variante: llevar a los Underwood a la cima para que luego los guionistas se deleiten con toda clase de torturas con tal de hacerles pasar varias temporadas en el fango.
Personalmente no encontré nada novedoso en términos de ciencia política en el análisis que hacen en el libro Ganar o morir. Al contrario, me dejó el sinsabor de ver cómo todos estos científicos sociales creían haber encontrado el grial del análisis político y, más preocupante aún, de la acción política en la realidad. De hecho tengo problemas con la preposición para decir que se trata de un libro de Juego de tronos para dummies, Juego de tronos por dummies o la versión 2.0 de Desde el jardín.
El amigo que me regaló el libro me dijo: “todo lo que creías saber sobre el poder jamás será igual”. Quizás ese era el efecto que Iglesias y su equipo de autores buscaban, más que alguna novedad politológica: conectarse con la masa de seguidores de la serie para mostrarles cómo se puede leer la situación española a través de ella y qué lugar puede ocupar cada uno en la épica. En esa clave debe leerse el regalo de la serie al rey Felipe por parte de Iglesias: «Venimos por vuestro trono. Preparaos, majestad». Así pues, un ejército de quijotes quizás sin ningún Sancho Panza ha emprendido su camino por senderos que Cervantes jamás llegó a imaginar. Sigue siendo sorprendente cómo en pleno siglo XXI no comprendemos del todo el alcance y significado de la novela de Cervantes. Salvo quizás Albert Rivera con un dardo preciso que le envió ayer a Pablo Iglesias: “la épica de ustedes es de laboratorio”.
El espectáculo que dio Pablo Iglesias en las dos sesiones de investidura fue lamentable. Dentro de esa óptica guiada por el análisis de la obra de R. R. Martin, Iglesias clama un par de tronos (la vicepresidencia y algunos ministerios) que coronen la alianza de los grupos de izquierda, lejos de las fuerzas del mal (PP y Ciudadanos). A pesar de que el Psoe ha sido claro que no hará alianzas con grupos que avalen el separatismo catalán, Podemos insiste en que sí hay mayoría de izquierda: falso, con la línea roja del Psoe las matemáticas no dan.
Rivera fue un líder más pragmático: ante las fichas en el tablero lo importante es lograr la coalición que saque a Rajoy del poder mediante un acuerdo que permita los cambios que el país necesita. Sabe que tanto él como Sánchez son jóvenes y están listos para una carrera por el poder de largo aliento. Ante esta situación se impone la necesidad de negociar, de crear alianzas y consensos y ambos estuvieron a la altura. Fue refrescante escuchar una posición sensata ante la realidad (al igual que los canarios), no la rigidez de un Iglesias convencido de que las cosas se deben hacer según su análisis y estrategia, seguramente por fidelidad a la khaleesi. Con Iglesias hemos topado, diría don Quijote.
Ayer, cuando su registro histriónico alcanzó la cota más alta, le propuso a Sánchez el pacto del beso, que más que un capítulo en la saga de Juego de tronos parecía de 50 sombras de Grey: después de la paliza personal que le dio y de destruir los pocos puentes que quedaban, de una sesión sadomasoquista en toda regla, creía que ahora sí quizás podrían surgir las mieles del amor. Hay varios puntos en los que Iglesias tiene razón en su libro, por ejemplo, cuando dice que:
Nosotros mismos enfrentamos una situación de una complejidad política incomparable, y especialmente sentimos la imperiosa urgencia de tener que hacer algo para cambiar este desastre y empezar a hacerlo ya.
Desafortunadamente tomó el libro equivocado y la complejidad no ha sido comprendida del todo a cabalidad. La actitud de Rivera, de ceder posiciones en aras de un compromiso, de resaltar cómo estos pactos obedecen a la tradición europea (en la UE hay 21 países liderados por coaliciones, 7 de ellos por una entre centro-derecha y socialistas) y es necesario lograrlos para trabajar por el cambio, dejó claro que Juego de tronos es una serie insuficiente, medieval, o que hay que hilarla mucho más fino para leer bien el tablero político actual. Por la obstinación de Iglesias, lo más probable es que España vaya a nuevas elecciones el 26 de junio, elecciones que probablemente no darán el triunfo por mayoría a un candidato y tendrá que repetirse este mismo circo dos meses más: en lugar de haber elegido a un gobierno ayer, el país tendrá que permanecer en la interinidad (con Rajoy a la cabeza) al menos durante los próximos seis meses, un lujo que ante la situación actual el país no se puede permitir. ¿A quién besa realmente el podemita?