Llegamos en plenas fiestas a Montegat. Hay decorados por todas partes en la plaza principal. La torre de la iglesia está cubierta con una pancarta, hay globos colgando por todos los faroles, mucha gente andando y la banda del pueblo toca un bambuco: el pueblo está muy animado. Comemos algunos quesos y visitamos el mercado de artesanías, dominado por la cerámica precolombina. Compramos un par de cobijas de alpaca, muy livianas y a muy buen precio. También conseguimos todas las provisiones para partir mañana temprano a la Laguna Negra y tener autonomía por 15 días. La economía de estos pueblos es increíble: se puede casi sobrevivir apenas con centavos. Dejamos los morrales en el pequeño hotel y salimos de nuevo a integrarnos a la fiesta, donde encontramos dos profesoras de baile. Alejandro rechazó la invitación de un señor a tomar aguardiente y casi se empieza una pelea: «¿Qué? ¿Le parece poca cosa mi aguardiente?». El señor estaba bastante borracho, Alejandro se lo tomó para evitar un conflicto y preferimos irnos al hotel. «Mañana salimos temprano a la Laguna Negra», y fue como decir que íbamos al infierno. De inmediato empezaron los comentarios sobre que estábamos locos, que era ir a la muerte, nos daban bendiciones, que en el camino habían muerto muchos montañistas, que si algo nos pasaba no habría forma de ir a rescatarnos, y cualquier otra cantidad de comentarios similares. Casi diría que fuimos asaltados por un grupo de fanáticos religiosos o, mejor, una banda de psicoterroristas. Varios amigos montañistas que han estado en la Laguna Negra nos han dicho que es un lugar excepcional, claro que nunca nos mencionaron un pueblo tan supersticioso, así que seguimos adelante.