VII

Llegamos a la base de la cadena donde está la laguna (creemos). Acampamos en un cañón ideal para protegernos de los fuertes vientos, cercano a un riachuelo. El pasto parecía bastante cómodo. Sólo hasta que me acosté descubrí que estaba encima de una placa de piedra. Alejandro se rió y se durmió profundo con un «de malas, chino, ponga su cobija debajo y trate de dormir». Traté, pero a la medianoche, cuando ya estaba quedándome dormido por puro cansancio, sentí una mano invisible que me quería robar el sistema simpático. Se enterró en todo mi estómago, sentí una garra en el tórax y tuve un forcejeo tenaz con ella. Empecé a gritar pidiéndole ayuda a Alejandro. La mano se fue y quedé asustado. Me volteé a ver si Alejandro se había despertado con mis gritos, pero seguía profundo. Más que una pesadilla, me pareció una alucinación porque no estaba del todo dormido. Revisé la carpa, pero estaba intacta. Raro. A los cinco minutos volví a quedarme dormido y sufrí un nuevo ataque de la mano invisible. Esta vez alcancé a ver cómo cortaba con un cuchillo la carpa y se introducía por el agujero decidida a tratar de robarme el simpático otra vez. La agarré por el antebrazo y sostuvimos otro combate. Esta vez estoy seguro que sí grité durísimo pidiéndole ayuda a Alejandro, pero él no se inmutó. Finalmente venció mi resistencia y la mano se fue. Es absurdo, pero recuerdo su fuerza con gran intensidad todavía. Cuando Alejandro descubrió el agujero en la carpa no me atreví a decirle cuál creía que era la verdadera causa: «Seguro se descosió con mi peso y el del equipo en tensión con la piedra». Lo zurcí, recogimos el campamento y empezamos a remontar el cañón hacia la cima.