El mejor acuerdo posible (6). El síndrome de La Habana

Un músico cubano, bajista, en una charla después de un concierto espléndido de jazz en Amsterdam, hablaba de los riesgos de vivir en Cuba. No, no se trataba de un sentido discurso anticastrista. Se refería a los riesgos de vivir en una isla sin acceso a lo que sucede en el mundo exterior. Le conté la historia de un amigo que había nacido en Isla Margarita y creía que todo provenía de allá, casi que hasta la cocacola. «Exacto, toma tiempo abrirse al mundo y es más difícil aún dimensionar que es más amplio del que uno conocía», comentó con una sonrisa el bajista: «Yo sigo en esas» concluyó él y podemos repetirlo en coro sin problema.

Los cuatro años de la Comisión Negociadora del Acuerdo en Cuba parece que fueron suficientes para desarrollar el que podemos llamar Síndrome de La Habana, la creencia de que lo pactado entre las partes en la mesa de negociación es a lo que los colombianos deben decir sí o no. La consecuencia es que ha creado un Acuerdo cerrado al mundo exterior –léase: cerrado a los colombianos, inmodificable según Humberto De La Calle– y expuesto a la cruda realidad política colombiana.

En una entrada anterior se esbozaron los posibles escenarios ante el No, pero ¿cómo interpretar ese No? ¿Es un no a las Farc, al bloque de constitucionalidad al que se opone Pastrana, a la impunidad a la que se opone Uribe, a la falta de discusión en la sociedad, a su inviabilidad o poca factibilidad, al desconocimiento de saber en concreto cuánto va a costar el posconflicto y cómo va a ser pagado, no a Santos o De la Calle, no a la solución negociada, no a la amenaza comunista, no al castrochavismo, no porque no? Es muy difícil saberlo porque no se ha abierto el espacio para discutirlo. En suma, en caso de que gane el No será muy complicado saber cuál alternativa habrá que seguir y habrá interpretaciones para repartir a millón.

Esta falta de espacio para discutir el Acuerdo en sociedad antes de firmarlo para plantear dudas o alternativas a puntos más que espinosos del mismo es preocupante porque demuestra que la sociedad no está lista para remar en la misma dirección y así es muy difícil que el Acuerdo se haga realidad.

Faltan por oír muchas voces. Por ejemplo, la periodista Claudia Gurisatti, que ejerció como vocera del Grupo Ardila Lülle más que como directora de un medio, le comunicó todos los interrogantes del Grupo al comandante del Ejército Nacional, Alberto Mejía. Le dieron cátedra de periodismo a Gurisatti a la lata, como dicen en su Valle del Cauca natal. El problema de fondo es que los medios le pertenecen a los monopolios y su intervención en los medios es diaria, solo que con el interrogatorio de Gurisatti se hizo demasiado evidente. Pero esto es otra discusión, lo importante ahora es no matar a la mensajera.

Ante la falta de un espacio público para discutir el Acuerdo, al Grupo Ardila no le quedó más remedio que airear sus dudas en sus propios medios, como harán los otros cacaos. Al fin y al cabo para qué son dueños de los medios. Y como este lujo solo se lo puede permitir el 0,1% de los colombianos, los demás quedan reducidos al Sí o No, asociado a los voceros que más acceso tienen a los medios. De consuelo nos quedan las redes sociales o bitácoras utópicas como esta para que la gente se desahogue o sienta que participa en el debate.

Sin importar si triunfa el Sí o el No, el Síndrome de La Habana hace que se desconozcan las demás fuerzas que mueven el país y que harán sentir su presencia en cualquiera de los escenarios que se desprenderán del plebiscito. Viéndolo más en perspectiva puede incluso pensarse que Santos confía en la dinámica de estas fuerzas el destino final del Acuerdo (al fin y al cabo él sí se quedó en Bogotá): lo importante es desarmar a las Farc y tener rodeados protegidos a sus cabecillas miembros. No es una entrega, pero se le parece mucho. La Operación Conejo palidece ante este nuevo acto del Doctor Mermelada.