El mejor acuerdo posible (7). Un nuevo enfoque

Para sorpresa mundial ganó el No el plebiscito. Los votantes del Sí se preguntan con qué clase de gente están conviviendo en el país. Como se anotaba en la entrega anterior, la falta de discusión del Acuerdo con la sociedad llevaría a que el No tendría un millón de interpretaciones. Como votante del No y consumado antifuribista comparto mis razones para haber votado No:

1. La votación bajo la amenaza de guerra:

El gobierno de Santos escogió la carta del fin de la guerra con las Farc como el punto fuerte del Acuerdo, so pena de continuar de manera indefinida el conflicto interno. Pero en el fondo esta presentación equivalía a una extorsión velada: firman sí o seguimos la guerra, como hacen las mafias para justificar el cobro de seguridad. El hecho de que las partes puedan decretar el cese del fuego y dialogar demuestra que existen otros caminos para continuar con el enfrentamiento que no sea la vía armada. Ahora bien, tratándose de las Farc, que se levantaron del Caguán con la convicción de que se tomarían el poder por las armas, es comprensible que el país pudiera creer que esta era la disyuntiva. Retomar el camino de las armas para la guerrilla equilvadría en este momento a asumir su condición de fuerza extorsionista más que guerrillera pues su método es negociar bajo la amenaza de la destrucción de la guerra. Aún así habló la voz del pueblo y les dijo No.

2. El síndrome de La Habana:

Ni el mejor acuerdo posible está exento de discusión. Presentárselo al país como que es esto o nada es una imposición. Máxime cuando hay tantas cosas que son discutibles. El Acuerdo está escrito de una manera engorrosa, como la letra pequeña en un contrato de servicios que nadie quiere leer y termina firmando porque necesita el servicio. En esa letra pequeña hay muchas cosas que escapan a la comprensión de las partes: basta recordar la entrevista de Romaña en La Silla Vacía, donde se muestra convencido de que todos los crímenes, aún los de lesa humanidad, fueron acordados como conexos al delito de rebelión, entonces serán amnistiados por el Acuerdo. Una lectura detallada de la justicia transicional para el Acuerdo deja el gran interrogante de cómo se van a escapar los guerrilleros de pagar cárcel si en el Acuerdo mismo se expresa que los crímenes de lesa humanidad no podrán quedar impunes. Si el Secretariado en pleno se encuentra con las víctimas de la masacre de los diputados, ¿cuál de ellos se salvará por este crimen de lesa humanidad? ¿Pedir perdón fue una forma de aceptar la responsabilidad individual o colectiva? Santos afirmaba que el Acuerdo estaría blindado con todo el bloque de constitucionalidad que incorpora, pero tiene la grieta enorme de que prácticamente ningún guerrillero se salvaría de condena y pena.

3. La actitud de la guerrilla:

Es comprensible que el Secretariado tiene que venderle el Acuerdo a sus tropas como una victoria y no como una entrega o una derrota. Pero se le fue la mano en la creencia de que es una victoria. Tanto así que no entiende por qué debería de pedir perdón. Recuerdo el inventario resumido de crímenes atroces que recogió El Espectador en un artículo. ¿Cómo es posible tanta indolencia como para hacerles creer que no hay que disculparse al menos por estos? ¿De cuál respeto y reparación a las víctimas están hablando?

4. La falta del punto 7 del Acuerdo, el presupuesto:

¿Cuánto va a costar el Acuerdo? ¿Está dispuesto el país a darle un cheque en blanco al dr. Mermelada? Como se mencionaba antes también, sin saber este dato es como firmar una hipoteca por una casa sin saber su costo real: fácilmente se puede caer en el error de vivir más allá de las posibilidades del firmante, como le sucedió a todos los que firmaron hipotecas subprime. Habría sido ideal que entre todos los esfuerzos pedagógicos hechos por el gobierno se hubiese detallado con plastilina el cálculo del presupuesto para el posconflicto.
En los puntos anteriores no encuentro la influencia de Uribe, salvo el reconocimiento de que tanto él como Pastrana y las demás fuerzas vivas de la nación deben estar sentadas o representadas en la mesa de negociación y ahí sí llegar al mejor acuerdo posible. Puede tomar años, pero con altísima probabilidad se llegaría a un acuerdo que podría ser apoyado masivamente por los colombianos, no polarizado por la impuesta espada de Damocles que utilizó el gobierno para promoverlo.
Mi mayor objeción al Acuerdo, y que podría servir para promover un enfoque diferente, es que ni el Estado ni las Farc han asumido el debate de tal manera que se asegure una paz estable y duradera: esta paz no se logra solo con la dejación de las armas, sino sobre todo con el reconocimiento explícito de las Farc de que han fracasado en la vía armada para tomarse el poder y ahora le piden a la sociedad colombiana que los reciba como actores políticos.

Esta solicitud pasa por el reconocimiento de todos los errores cometidos durante la guerra, tanto de parte de ellos como del Estado para que se vea la responsabilidad compartida en el conflicto armado, para pasar a la petición de reconciliación y reincorporación a la sociedad civil, con el apoyo de la sociedad colombiana para emprender un nuevo camino en la vida nacional sin recurrir a las armas. Las Farc debe de estar preparada para ser recibida a regañadientes pero con la confianza de que ha hecho su mejor esfuerzo para pedirle una oportunidad a los colombianos. Y, eventualmente, estar preparada a perder en las urnas, como le ha pasado anteriormente a los mismísimos Santos, Pastrana y Uribe. Eso es ingresar a la vida democrática en un ambiente político tan complejo como el colombiano.
Con esta solicitud de reincorporación a los colombianos, las Farc haría el ejercicio de humildad que necesita urgentemente y el país asumiría el corazón del Acuerdo, que no es otro que encontrar la mejor forma para recibir a las Farc en su seno. Con este enfoque, la dejación de las armas es un sobrentendido y se pasa a elaborar la actitud correcta para todas las partes para votar masivamente por el sí, sin mayores polarizaciones.