Ha estado muy divertida la historia de la restauración del Ecce Homo pintado en el siglo XIX en un muro de la iglesia de Borja, en Zaragoza, España. El resultado final es ahora mundialmente conocido:
El cura de la Iglesia ya se apresuró a decir que una comisión de restauradores expertos se encargará de tratar de rescatar la obra original. Sin embargo, al ver el estado en que se encontraba en la imagen de la mitad, en la que se ve que la pintura se ha caído porque el muro no estaba preparado para el cuadro, es muy difícil restaurar nada. De hecho, se necesita el trabajo de un artista… o una artista, como doña Cecilia Giménez.
Cada vez que iba a misa era brutalmente confrontada con el deterioro del cuadro. La señora no pudo contener más el impulso de hacer algo: al fin y al cabo Cristo ya había padecido lo suficiente como para tener que ser sometido al abandono y la indiferencia de los feligreses. El cariño y la dedicación de la señora Giménez se nota en los trazos de la túnica. Sin embargo, también es claro que los retratos no son su especialidad. ¿O sí?
La petición que ha iniciado Javier Domingo en change.org cambia por completo la perspectiva del trabajo de la señora Giménez. Domingo nivela el resultado final de la restauración con el trabajo de Goya, Ensor, Munch y Modigliani. Los comentarios de la petición no tienen pérdida tampoco: algunos señalan que la obra de Giménez es una revolución en el aburrido y manido arte religioso, da un salto cualitativo del siglo XIX al XXI con sus trazos. Otro comentario dice que esta es la versión de El Grito de Munch a la española. Los analistas más sociológicos se inclinan por que el cuadro sea preservado ya que es una expresión de la España actual, en crisis, sin presupuesto para cuidar y proteger su patrimonio artístico pero eso sí, con la capacidad para improvisar y seguir adelante que caracteriza a los españoles.
Dado que los restauradores probablemente tendrán que declararse imposibilitados para hacer su trabajo, la petición de Domingo tiene mucho sentido. Es además, una bellísima historia de cómo una artista anónima, en estos tiempos del mundo hiperconectado, retrató al nuevo Ecce Homo del siglo XXI, ese hombre que encuentra su rostro estrujado por un giro del destino (o quizás la mano invisible de la prima de riesgo), con su expresión alterada y apenas los ojos, tensos, como testigos. Ojalá alguien le comente a la señora Giménez sobre el enorme apoyo que está recibiendo en este momento, que su obra bien puede quedar registrada en la rica historia de la pintura española y pueda así dormir tranquilamente a sus 80 años sin necesidad de tomar pastillas contra la ansiedad.