Estaba tan aburrida la final de la Liga Europa que me puse a hacer zapping y vi fragmentos de Los Cuatro Fantásticos que me retrotrajeron a mi infancia cuando disfrutaba imaginándome con sus superpoderes. No pude ver mucho porque el ruido de la destrucción me desesperó, toda la gracia de los superpoderes está en darse más duro con el enemigo. Como la carrera armamentista o nuclear.
Las escenas que vi me hicieron pensar en las elecciones en Colombia de la próxima semana, en la que a los politólogos no nos queda más que analizar los superpoderes de los candidatos: es que él sí va a hacer lo que Él diga y va a poner orden en la casa, es el que más y mejor fuete sabe dar; es que él va a acabar con el establecimiento y la oligarquía; aquel otro modernizará las instituciones como hizo en la alcaldía de Medellín; o este otro que es el adalid de la paz, fue el que logró concretar el Acuerdo con las Farc.
Mi sobrinita a sus 9 años entiende mejor el secreto de la transformación que la política en Colombia. Me lo explicó después de afirmar que el amor es eterno. Yo, con mi experiencia de monógamo serial, le decía que cuando empezaba parecía eterno pero ya en el camino a veces terminaba diluyéndose. Ella me dijo que era eterno porque pasaba de una generación a otra; se le podría acabar a algunas parejas, pero pervivía en muchos otros corazones. Una revelación.
Su visión del amor me trajo ese cuento maravilloso de Kafka, De la construcción de la muralla china, donde narra cómo todo un país se concentró en la construcción de la muralla, con los niños creando réplicas de arena en el recreo, mientras que los arquitectos principales trabajaban día a día a sabiendas de que no la verían terminada, pero sí sería un legado para sus descendientes. La misión del gran líder era mantener con vida este espíritu y velar porque se realizaran las obras.
En la esencia de todo partido político está la construcción de una muralla china, una metáfora para referirse a un proyecto a largo plazo guiado con una visión particular por el bien común. En su corazón late la utopía, de una u otra manera su objetivo es guiar a Utópica, esa ciudad del horizonte a la que queremos llegar. En Colombia no tenemos partidos políticos. No hay un movimiento que lleve una o dos generaciones trabajando por su muralla china, por una visión de país, por una Colombia que queremos. Lo que tenemos es un cuento de Marvel protagonizado por los superhéroes que aparecen para las elecciones. Los debates entre ellos se parecen mucho a las escenas que vi de los Cuatro fantásticos solo que con efectos especiales mucho más moderados –o sofisticados, según el ángulo desde que se miren.
Después de algunos meses nadie se acordará de lo que prometió el candidato elegido, de los superpoderes con los que iba a transformar la realidad colombiana. El país seguirá manteniendo el Statu Quo, y los televidentes nos aburriremos del ruido de las batallas de los Cuatro fantásticos. El gran logro del establecimiento colombiano, su auténtico superpoder, ha sido reducir la política a esa lucha de superhéroes cuatrienales incapaces de crear una visión que perdure de una generación a otra, que las motive a trabajar por otra realidad mejor para todos.
Ese y su capacidad para magnificar o reducir al enemigo: de la gran amenaza comunista que era las Farc supo reducirlas a 50 mil electores en sus primeras elecciones. Como rayos de chiquitolina y grandiloquina, la misma que está utilizando ahora con Maduro: asustar a los niños con la amenaza castrochavista para lanzarle un rayo de chiquitolina a Petro a través de sus medios de comunicación. Lo que importa al final es que la realidad no cambie. En las universidades se seguirá estudiando esta historia perpetua de Marvel, revistiéndola con la capa de seriedad y rigor que amerita una de las democracias más longevas de América Latina.
Apagué el televisor y me fui a cine, como buen abstencionista.