Fiebre amarilla vs disciplina nipona

Para un admirador declarado de la cultura tradicional japonesa no deja de ser conmovedor ver la alineación de la selección nipona frente a Colombia. Sentir el peso de una tradición milenaria, ver cómo Eiji Kawashima, el portero, bien podría haber sido un samurái en el pasado, y también pensar a lo que nuestros tiempos frívolos han reducido la herencia de los samurái. Me sorprendí al caer en cuenta de que a pesar de toda la música japonesa que escucho con frecuencia, no había oído el himno nipón. Pensé que sería un bello solo de shakuhachi, o quizás una melodía propia del gagaku, pero sonó un tema breve con clara influencia occidental.

De entrada me gustó también el planteamiento de los japoneses. No juegan como favoritos, las casas de apuestas los sitúan como últimos del grupo, aceptan su papel y asumen que llegan a jugar con dignidad, a no ser goleados y, si se presenta la ocasión, desenfundar la katana un par de veces y ver si se produce alguna sorpresa. Y así fue.

Colombia empezó avasalladora desde el principio y el primer contragolpe nipón la cogió totalmente desprevenida. Japón, que venía a jugar al contragolpe, se encontró la primera ocasión al minuto 4. Papayazo total, que diríamos en Colombia. Un poco drástica la decisión del árbitro con la roja directa, una amarilla hubiera sido más apropiada considerando que el defensor colombiano casi rechaza con el pecho el segundo remate.

A pesar del apremio del 1-0 en contra desde el minuto 6 y con un hombre menos en el campo, Juan Cuadrado no pudo contener su costoso peaje: dos bicicletas al rival antes de hacer un pase. Es bien sabido que le encanta bailar, pero todo tiene un momento y un lugar. Cuando juego fútbol con mi sobrinita le hago unas bicicletas que me siento un poco como Di María pero se me pasa rápido. Ir a hacérselas a un jugador profesional, no me atrevería. Hice una búsqueda rápida en Youtube y no encontré ningún video en el que se pueda ver una bicicleta efectiva de Cuadrado. Bien sentado por Pekerman, ojalá tenga la madurez suficiente para descifrar el mensaje.

Falcao se echó el equipo a la espalda y me gustó descubrir su vena leninista: combinar todas las formas de lucha. Ni un observador desprevenido podría haber pasado por alto ese par de guiños desafiantes del Tigre a los japoneses con sus dos primeras ocasiones de gol: trató de resolverlas con sendas patadas voladoras cual campeón de karate. Una forma de decirles que podría derrotarlos en su propio terreno. Luego entró en un festival de piscinazos y faltas provocadas por él mismo. Desafortunadamente el empuje le duró hasta el minuto 50, cuando ya empezó a mostrar signos de fatiga por el exceso de carga.

Pero ¡ojo! Ser representante de una cultura milenaria no significa que no haya que estar al día. Quintero cobró su falta de tiro libre como ya lo hicieron Ronaldinho Gaucho y D10S: por debajo de la barrera. Si los jugadores japoneses vieran los videos en Youtube de jugadas de fútbol increíbles habrían tomado la precaución de dejar uno o dos defensas en tierra. Papaya recuperada, 1-1.

En el segundo tiempo Pekerman leyó muy bien el contexto: el partido necesitaba un diez, un jugador que le diera cohesión al equipo: «James, salve usted la patria». Pero fue ahí cuando pudimos contemplar la sabiduría del entrenador japonés: entró James y no logró el milagro. Pekerman apostó entonces por Bacca y ya el entrenador japonés confirmó que el técnico colombiano había caído en la trampa: en lugar de defender el empate, le hizo creer que podría ganar el partido y no fortaleció la defensa. Como en esa historieta de Boogie, el Aceitoso, en que una geisha de Nagoya le decía a su cliente estadounidense con la mayor de las delicadezas: «tu calva brilla como el sol naciente» para cortarle la cabeza minutos después. El entrenador japonés desenfundó su katana y procedió a darle ese golpe mortal a la selección colombiana: gol de tiro de esquina por una selección que no supera el 1,67 de estatura promedio. Pero así son los ataques con katana, cercenan una vida en un instante fugaz; 2-1.

Los jugadores nipones entraron en modo kamikaze a defender el resultado y hasta lograron desviar el misil Tomahawk que lanzó James en el área chica. Al final no daban crédito: una victoria clara de un equipo que conoce sus limitaciones, asume con dignidad que no está llamado a ganar el mundial, lleva al contrario al terreno donde le puede competir y sabe cuándo desenfundar su espada. Colombia no tuvo una sola jugada de ataque en la que intervinieran más de 4 jugadores. La clasificación a octavos se puso de para arriba.

Disfrutemos de un clásico japonés con koto y flauta traversa como homenaje en el mejor espíritu deportivo al equipo ganador esta vez: