Grecia como cifra

1.

Yanis Varoufakis sigue asimilando la tortura por la que pasó este verano. En una entrevista con De Volkskrant la semana pasada continuaba exorcizando sus demonios. Esta vez agregó a Tsipras al baile: “Confié en él de manera equivocada: creí que éramos un equipo y al final él se rindió sin consultarme. Aceptó la presión de Dijsselbloem para que me relevaran de mi trabajo”. Igual se sigue mostrando poco autocrítico, de manera un tanto comprensible pues se le sigue acusando de ser un lunático marxista que casi hace saltar a Grecia por el precipicio.

En general, sus planteamientos económicos son acertados, pero falla en reconocer que su baza principal era el objetivo último de Schäuble. Presionó hasta el final con la amenaza de sacar a Grecia de la Eurozona (los países que comparten el euro, no de la Unión Europea) confiado en que el costo sería tan elevado que nadie querría asumirlo. De manera increíble no se enteró de todas las medidas que el Banco Central Europeo ha ido tomando durante los últimos cinco años para prevenir el efecto de contagio del Grexit. Tanto, que en la sesión de tortura por la que pasó Tsipras a la semana del célebre referéndum griego, Schäuble la puso sobre la mesa: “Lo mejor es que Grecia se retire por cinco años, haga sus tareas y se prepare para volver al euro”.

Varoufakis también evita incluir en el paquete de traidores a su camarada, amigo y sucesor Euclides Tsakalotos, quien al día siguiente de la entrevista de Varoufakis daba una a El Mundo donde se puede entender entre líneas que fue él quien puso el freno de mano a la estrategia de Varoufakis: Grecia no estaba lista para salir del euro, había muchas incertidumbres en el plan de la moneda paralela o del retorno al dracma y a la postre el país tendría que renegociar su deuda en una posición mucho más débil, so pena de convertirse en un paria en el mercado internacional, algo así como la Cuba europea.

En lo que sí lleva toda la razón Varoufakis es en el golpe de Estado que significó el acuerdo al que llegó Grecia, reduciendo al país a una especie de protectorado de Bruselas con cierto margen de maniobra que permite guardar las formas democráticas.

2.

Colombia es un buen ejemplo para comprender por qué son necesarios los partidos políticos. Después de que Serpa se lanzara a la Operación Avispa en 1990 (López Michelsen no se la inventó, solo le dio el nombre), el ya frágil sistema de partidos colombiano recibió su golpe final. Desde entonces no existen partidos políticos propiamente dichos en Colombia, solo grupúsculos que se forman a la hora de las elecciones con algún candidato carismático a la cabeza. El gran problema de este avispero político es que no se pueden consolidar equipos de trabajo a largo plazo, que es la idea central de un partido político, realizar su programa político. El gobierno de Álvaro Uribe es contundente al respecto: la burocracia que tiene el presidente de turno a su mano es tan grande que ningún candidato espontáneo puede conformar un equipo excelente para ocuparla. Terminan trabajando entonces en los cargos políticos el primo del amigo del tío del concejal del pueblo. A Petro y Garzón les sucedió lo mismo: la administración de Bogotá les quedó muy grande por eso. Moreno en cambio sí tenía en claro con quiénes iba a robar desde el primer día.

En contraposición se destacaba el bipartidismo español, el modelo ideal según el politólogo Fernando Cepeda y que quiso promover cuando trabajó en el gobierno de Virgilio Barco. Cepeda entendía la necesidad de tener un sistema político fuerte, no solo para gobernar con seriedad sino también para tener una posición sólida y respaldada en materia de política exterior. Promovió que la oposición fuese financiada, como sucede en España y Estados Unidos. Sin esta financiación de los perdedores de las elecciones no es posible consolidar a los partidos políticos en el tiempo. Por esto fracasó el M-19 y muy probablemente seguirá el mismo destino las Farc del posconflicto.

El peligro del modelo bipartidista es que los partidos tienden a crear una nueva élite, la de sus miembros, que eventualmente se toma el poder y se olvidan de gobernar para los ciudadanos. Da grima escuchar los debates entre el PP y el Psoe hoy en día: no se discute nada trascendental y a la hora de lanzarse trapos sucios ambos tienen suficiente munición. A la corrupción desatada se suma el alto nivel de desempleo. Es natural que la gente se pregunte que si estos partidos tradicionales no son capaces de arreglar el problema, debe haber alguien más que sí pueda hacerlo. Entran Podemos y Ciudadanos al redil.

Todo el optimismo de la nueva sangre política se disuelve con la propuesta de cinco puntos hecha por Iglesias. No toma la sartén por el mango, solamente busca debilitar la estructura bipartidista de tal manera que los nuevos partidos tengan más opciones de gobernar. Pero, ¿el poder para qué? Quimeras, porque a nada de lo que propone se le puede llamar utopía.

3.

¿Cuánto afectó el tórrido verano griego a las elecciones en España? Podría decirse que bastante. El mensaje de los capos de Bruselas con el submarino o ahogamiento simulado de Tsipras fue contundente. Ningún país querrá pasar por algo similar, mucho menos por el corralito al que se vio abocado el país eleno. Es sabido que el electorado español se mueve mucho por la billetera. Ante la crisis económica se abalanzó al PP, si bien el gobierno de Zapatero ayudó bastante a orientar a los electores. Ni Rubalcaba ni Sánchez han logrado consolidarse como alternativas. Por el contrario, han perdido millones de votos con Podemos. Para el PP fue todo un papayazo relacionar a Pablo Iglesias con Alexis Tsipras: “Política en serio” fue su eslogan para la campaña, resaltando el problema de dejar que políticos aficionados lleven las riendas del Estado. Los votantes de izquierda sí quisieron castigar al Psoe, dándole a entender que necesitan imprimir cambios radicales en el discurso.

En su rueda de prensa después de las elecciones, Pablo Iglesias afirmó que su política exterior estaría enfocada a recuperar la soberanía para España, dejar de ser una marioneta en manos de Alemania. Varoufakis utilizó la misma metáfora en su entrevista con el diario neerlandés: Dijsselbloem y los demás ministros de finanzas no son más que marionetas manipuladas por Schäuble. A Varoufakis le sorprendió que el único economista (por no decir doctor en economía) en el Eurogrupo era él, los demás eran políticos con diferentes carreras. Quizás por ello se apresuró a decir recién elegido que en menos de 48 horas se podría poner fin a la crisis económica europea. Varoufakis nunca exploró su sorpresa más allá de lo anecdótico: ¿por qué no hay economistas entre los ministros de finanzas del Eurogrupo? Porque el juego político es otro.

En la entrevista deja entrever que aún no sabe del todo qué fue lo que le sucedió, pero también es visible que tiene la semilla del cambio. Grecia es la cifra de la Europa neoliberal, de un sistema que está siendo tremendamente favorable para unos pocos mientras que las economías de los países menos favorecidos ven cómo aumentan su número de desempleados y los recortes en la seguridad social, con élites al poder resignadas a hacer lo que dicta Frankfurt, la política en serio que llaman. Varoufakis propone un partido político paneuropeo, que rescate los valores que fundaron a la Unión Europea en Maastricht y que los neoliberales solo están utilizando para lucrarse. Política en serio, habría que decirle al doctor Schäuble, es hacer una Unión Europea fuerte para todos sus miembros y no solo para el más poderoso. Es una crónica utópica maravillosa el reencuentro de Schäuble con Varoufakis en la pugna por una organización paneuropea, pero todavía falta mucho camino.