La biblioteca de Babel 2.0

Conocí a Jay J. (JJ) en un jamsession en el bar Hoppe, en Amsterdam, un par de años después de la caída de las Torres Gemelas, en plena fiebre antiterrorista estadounidense. Me preguntó que de dónde era yo, «¡Ah, Colombia, la tierra de Borges!». Me hizo sonreír, una asociación mucho más original que la de «Pablo Escobar», «Cali Cartel» o «Cocaine». «Borges es argentino, pero sabía muy bien que ser colombiano es un acto de fe». «Oh, sí, leí eso en un cuento». No esperaba hablar con un gringo de Borges esa noche, pero me contó una versión actualizada de La biblioteca de Babel que hoy ya tiene pleno sentido.

–Imagina una biblioteca donde están archivados todos los e-mails del mundo. Incluyendo los drafts que no se envían o los correos borrados –dijo JJ con gran fascinación.

–Existe, es la biblioteca de Babel. Aunque Borges jamás envió un e-mail, su biblioteca contiene también todos los emilios escritos y por escribir de la humanidad –anoté yo, mientras acompañaba un maní con un poco de ginebra añeja. Su mirada me dio a entender que no estaba dispuesto a ser outsmarted por un colombiano en Amsterdam.

–De acuerdo, lo que quiero decirte es que esa biblioteca existe y la tenemos nosotros –. JJ bebió su copa y la puso con fuerza sobre la mesa, como quien vence en una competencia de fondo blanco con un escorpión sobre la mano.

–¿Cómo así que la tienen ustedes? ¿Se pusieron a imprimir todos los libros y armaron la biblioteca de Babel? –le pregunté incrédulo a JJ. Visualicé a un petrolero tejano que había caído rendido ante la imaginación de Borges y decidió hacer realidad la biblioteca. Próximamente se convertiría en un parque temático cuyo desafío sería ofrecer un millón de dólares a quien encuentre su propia autobiografía escrita por su tatarabuelo.

Sort of –respondió él enigmático–. Lo que estamos haciendo es construir la biblioteca en tiempo real con los correos y toda la información en general que pasa por nuestras redes, incluyendo los cables submarinos.

Me dejó callado por un buen momento, como también lo hizo Borges cuando me puso a imaginar la dimensión y los contenidos de su biblioteca.

–Eso es demasiada información JJ. ¿Además quién se va a leer todo eso?

Pidió otro trago como quien es el dueño de la baraja. Sabía que me tenía colgando de sus labios, como diría un holandés.

–¿Ya leíste El código da Vinci? ¿No? Ok, da igual. Brown se mofa de los circuitos de seguridad del Louvre, diciendo que hay alrededor de 1.500 cámaras monitoreando el museo permanentemente pero ¿quiénes miran a estas cámaras? Es imposible cubrirlas a todas.

–Tiene un punto ahí.

–De acuerdo, pero solo demuestra que no ha entendido nada.

Por cierto gesto de cortesía me imagino que entró a elaborar su comentario, porque ahí estaba yo igual que Brown.

–El punto es que lo que importa es archivar las cintas de las cámaras. La cinta más insignificante se torna valiosa si capta el momento en que roban un cuadro. O si sirve para detectar la visita de un supuesto terrorista.

–Lo primero está claro, lo segundo si lo veo más improbable.

–¿Por?

–Por lo que dice Brown: ¿quién va a revisar el contenido de 1.500 cámaras para ver si Bin Laden visitó a la Monalisa?

No es común ver cómo un hombre empieza a levitar no por el efecto del alcohol sino por el del conocimiento. JJ empezaba a hablarme como si estuviera a tres metros de altura.

–Borges imaginó lectores de carne y hueso leyendo libros impresos. Yo te estoy hablando de patrones de información incrustados en archivos digitales. Te doy un ejemplo: si tarareo esta canción, «duuuu du bi duuuu» ¿podrías decirme el título?

–Fue la última que tocaron esta noche, Poinciana, aunque también podría ser la canción del árbol –comenté, agregando una puyita que tratara de bajarlo un poco a tierra con un guiño cubano.

–Ja ja, podría ser también, pero la probabilidad más alta es Poinciana. Nuestra biblioteca es digital, entonces imagina que además de todos los libros de la biblioteca de Babel, tenemos guardada toda la música de la humanidad: en el mundo digital, los libros y la música están almacenadas en el mismo «idioma», bytes. En el futuro serán populares los programas que identifican canciones a partir de una pequeña muestra de cinco segundos. A los libros y la música, agrégales todas las fotografías y todas las películas digitalizadas: ¿ya ves cómo podríamos saber si Bin Laden visitó el Louvre? Lo que para Brown son datos anodinos para nosotros son preciosos.

Recordé el chiste de un amigo catalán después de explicarme en qué consistía el programa Crónicas marcianas: «lo que para la gente es telebasura, para mí es dinero», decía el presidente de la productora. Preferí no dañar la fiesta de JJ con esa ocurrencia.

–¿Cuándo dices nosotros a quiénes te refieres? ¿A los EUA?

–A nuestras agencias de inteligencia. A una en especial en la que trabajo yo.

Era obvio que no iba a preguntarle cuál.

–Oye, con todo el respeto, eso es demasiada información. ¿En dónde caben tantos discos duros? ¿O en qué graban toda esa información?

–Nuestra biblioteca es el sitio más espantoso que puedas imaginarte. El ruido es ensordecedor y la energía que gastamos en mantenerla aclimatada es la que consume una ciudad como Denver. ¿Conoces Denver?

–Lo más cerca que he estado es en Austin. Más cerca que la distancia de Colombia a Argentina en todo caso.

JJ rió. –Todo el trabajo se lo debemos a Borges. Cuando nuestros jefes nos pidieron una solución para este problema, cómo almacenar estos datos, alguien comentó este cuento y ahora todos tenemos que leer Ficciones como parte de nuestra formación. Impresionante ese Borges, una pena que no haya trabajado para nosotros.

–En todo caso parece que les dejó material más que suficiente. Déjame hacerte una última pregunta: la biblioteca de Babel contiene todos los libros del mundo, pasados y futuros, ¿ustedes se limitan a los que se producen en EUA?

Una de las lecciones de cultura holandesa más fuertes que aprendí fue precisamente cuando cayeron las Torres Gemelas: «Mientras mi jardín esté seguro eso me tiene sin cuidado», me dijo un colega cuando le pregunté impresionado que cómo le parecía lo que había sucedido. Un poco como mi colega quería saber si mi correo electrónico estaba a salvo de ese agujero negro.

We are working on it –. JJ me dio un espaldarazo de despedida y se fue levitando del Hoppe.

Hoy que Edward Snowden (wow, acabo de recibir tres visitas a mi bitácora y aún no he publicado esta entrada, Happy New Year NSA!) ha aguado un poco la fiesta, da un poco de grima ver a la principal potencia europea pidiéndole un convenio a los EUA para no espiarse mutuamente. Volví al Hoppe a continuar de manera imaginaria la conversación con JJ: –Exacto, ahora sí lo has entendido. En nuestra biblioteca también están guardadas todas las conversaciones telefónicas. Por supuesto, negaré que yo te lo dije, pero el tono de voz de Angela Merkel es inconfundible, no hay sistema de encriptación que pueda ocultarlo de nosotros.

Esta vez sentí a JJ a años luz de nosotros los demás humanos.