Quién no conoce la fábula de la liebre y la tortuga de Esopo, esa historia que nos quiere enseñar que la humildad y la constancia son más importantes que la excesiva autoconfianza en el propio talento. O como la han reformulado los gurús del mindfulness: «Tu yo quiero es más importante que tu cociente intelectual». Pues hoy Didier Dechamps le ha llevado la contraria a Esopo y ganó por goleada.
Acabamos de ver una final fantástica, emocionante hasta el minuto 80, cuando ya los cien kilómetros que recorrió de más la selección croata se hicieron palpables. Pero los aficionados al fútbol les estaremos siempre agradecidos porque fueron ellos quienes pusieron el fútbol en la final. Los franceses, con una liebre llamada Mbappe, fueron más contundentes y anotaron cuatro goles en un número similar de contraataques.
Los croatas se vieron con el balón en sus pies, con la idea de construir juego y anotar, pero la verdad es que perdiendo 3-1 esa estrategia jugaba en su contra, el antifútbol en pleno: tener el balón era contraproducente. Bastaba un descuido, un pase al vacío a la liebre Mbappe, para generar peligro frente al guardameta croata. Qué triste llevar a esto al fútbol, me recuerda las últimas tres copas de campeones del Madrid, que salvo por uno que otro gol memorable, no dejaron nada de fútbol para recordar. Pero hay que reconocer el genio de Deschamps: sabía que los croatas no estaban para correr, que les gusta armar juego, y que había que jugar a la contra a destrozarlos. Y lo logró. Algo así como lo que hizo Mourinho con el Barça de Guardiola, solo que con más talento y elegancia.
Empieza la era de la liebre, ojalá venga acompañada con más juego.