Dentro de mi propia teoría conspirativa de cómo Borges prefiguraba ya los flujos de información en la era digital le llegó el turno a La memoria de Shakespeare. Siempre que escucho o veo algo hermoso, algo que me estremece, me pregunto qué estaba pasando en la vida del autor para crear esa obra. Pocas veces he tenido la oportunidad de preguntárselo al autor. Una de ellas fue en la Universidad, cuando la Orquesta Aragón estuvo visitando a los estudiantes del Conservatorio. Fue la primera vez que vi a César Pagano: su forma de vestir me dijo que tenía que ser él, alguien que parecía recién escapado de Juanchito con sus zapatos y traje blanco. En la ronda de presentaciones confirmaron que era él. En la rueda de preguntas, no me contuve: «¿Quién es el compositor de Mi bajo con tumbao?».
El violonchelista, un bacán en todo el sentido de la palabra, me miró sorprendido y respondió: «Yo». Le dije que era un genio y que esa canción era magistral. Los músicos empezaron a improvisar y estuve cual groupie al bordel del desmayo. Luego los escuché en el Teatro Libre interpretando la canción y lloré de la emoción.
¿Qué pasaba por la cabeza de Shakespeare cuando escribió el monólogo de Hamlet? Quizás esta pregunta inspiró el cuento de Borges. Siguiendo el diálogo con JJ, él me diría que la NSA está construyendo ese saber en tiempo real también. ¿Qué pasaba por la cabeza de Angela Merkel cuando se enteró de que su teléfono estaba intervenido? Todo está en su base de datos, las conexiones que hace con su entorno, lo que dice, habla o respira: toda la memoria de Ángela Merkel. Lo que nos lleva a una de las crónicas utópicas del siglo XXI: ¿podrá esa memoria anticipar los próximos pensamientos y hasta movimientos de Merkel?