Anna me preguntó emocionada que si abrir una empresa dedicada a hacer piñatas sería una buena idea. Vio la ceremonia de la piñata en la fiesta de los hijos de unos amigos chilenos y le pareció que había descubierto un nicho en el mercado de fiestas infantiles en Holanda. Le conté de los orígenes precolombinos de la tradición y de cómo los mismos sacerdotes la utilizaron como herramienta de evangelización. Recordé una anécdota que hoy pienso que contiene ciertas claves para comprender la política en Iberoamérica.
En una fiesta infantil el momento de la piñata sólo es comparable al canto del cumpleaños, la repartición de la torta, la llegada del mago, las marionetas o los payasos. La piñata despierta la avidez por ser el que más acumula en el menor tiempo posible. Así es, en esta simple descripción de una fiesta infantil ya hay varios elementos reveladores del mundo adulto y sus relaciones políticas.
Yo tendría unos 7 u 8 años, ya estaba grande para la piñata pero igual me dejaron participar. Se me notó la experiencia. La piñata parecía un muñeco de nieve, con nariz larga y una barriga enorme llena de sorpresas. Cuando la partieron en dos salté encima de todos los niños y me apropié de la barriga: difícilmente podía cerrar mis brazos alrededor de ella. No duró ni cinco segundos la rapiña infantil. Un niño grande se la había llevado toda. Los niños me miraban con frustración y yo no sabía qué hacer, cómo explicar que la vida era así y me la había ganado toda de una sola vez. Una tía fiel al principio budista de no piense, actúe, tomo la iniciativa y al grito de venga para acá rompió aún más la piñata en mis brazos y la lanzó al aire: finalmente la fiesta comenzó. Todos los niños se lanzaron a buscar dulces y juguetes, yo me quedé de pie sin entrar en acción. Creo que ese día mi tía sembró la semilla del socialismo en mi corazón.
Estoy siguiendo los casos Gürtel, Palma Arena y Torre de Babel en España. Después de la sanción y expulsión de Baltazar Garzón no sé si España está en condiciones de juzgar o actuar contra la red Gürtel. Reconozco en Correa, Camps, Costa, el Bigotes a los niños que quieren un pedazo más grande de la torta del que les corresponde, o de los que se lanzan sin misericordia a coger todo lo que puedan de la piñata. Ya lo dijo Eduardo Zaplana claramente en su día: "Yo me he metido en política para forrarme". Esta es una frase arquetípica de la corrupción política. Seguramente estos son niños que no tuvieron la fortuna de que una tía les arrancara la piñata de sus manos cuando la cogieron toda para sí mismos.
Ese mismo día vi como los niños se peleaban entre ellos mismos, las lágrimas del pequeño al que le habían quitado de sus manos un juguete o un dulce, los pisotones, la codicia desatada. No quise volver a participar en piñatas, aunque para ese momento, ya por la edad estaba fuera de ellas. Me alegré el día en que las sorpresas bien cargadas remplazaron la piñata, otro gesto más de la revolución femenina.
Anna creyó que me estaba inventando esta historia, muy realista mágica según ella. El titular de Het Parool ayer era: El déficit para el 2013 estará en 4.5%, es necesario aumentar los recortes. A pesar del amplio espectro político, la política holandesa tiene la disciplina de agruparse cuando sube el nivel del agua y es consciente de la necesidad de trabajar en la misma dirección. Una escena como la que se dio entre Republicanos y Demócratas en EUA al borde de entrar en suspensión de pagos no es muy probable acá, si bien el manejo de la crisis puede llevar a estancamientos partidistas. Si bien hay niños que quieren llevarse toda la torta o la piñata creo que ayuda que no sea una práctica estimulada en la infancia y mucho menos en la vida adulta. En todo caso, no supe proponerle otro nicho en el mercado de fiestas infantiles a Anna.