De mis preguntas favoritas destaca la de qué haría si solo me quedara un día de vida. Ahora el filósofo francés Roger-Pol Droit lleva esa pregunta al extremo en su libro Si solo me quedara una hora de vida. Aún no lo he leído, sin embargo me puse a explorar la pregunta: ¿cómo condensar en una hora ese último día que me he imaginado? Le hice a F. la pregunta de Droit. De manera espontánea me respondió en un segundo: “Llamaría a despedirme de todas las personas que quiero”. Una respuesta que llevaré al Club del shock, sin duda; me dejó pasmado. Confieso que al reducir a una hora de vida el ejercicio, esa despedida final de los seres queridos no entró en mi top tres. Fue una especie de latigazo a mis prioridades vitales.
—Oye, ¿pero no es como llamar a amargarles la vida a los seres queridos, decirles “llamo a despedirme porque me muero en una hora”?
—Obviamente no les voy a decir eso, les diré cuánto los quiero y les daré las gracias por cuánto enriquecieron mi vida.
El latigazo fue aún más fuerte. Mi ser sigue clamando una gran aventura final, a pesar de que sé que F. tiene toda la razón. Algo tengo que cambiar.