1.
Tuve la oportunidad de escuchar las intervenciones de dos afamados escritores colombianos, uno sobre el arte de la novela, el otro sobre la influencia de Cervantes en su obra. Ambas charlas fueron decepcionantes porque se limitaron a repetir la información suelta que se encuentra en Internet sobre cada tema, con el agravante de que no mencionaron los autores de los fragmentos que citaron y de que dichos fragmentos eran el resumen del resumen de lo que habían dicho los autores originales.
El primer autor se preguntaba por qué escribía y qué aporta la literatura que ningún otro arte o forma puede aportar. Las mismas preguntas que se hacen Carlos Fuentes en su Geografía de la novela y Milan Kundera en El arte de la novela. La conclusión del autor no podría ser más kunderiana: La novela habla sobre todo lo cual ningún otro arte puede hablar. Se cortó un poco al decir que hablaba sobre la condición humana, quizás porque es un concepto que no ha logrado abstraer del todo y prefirió no hundirse en territorio fangoso. Es el mismo autor que desconoció cualquier influencia de García Márquez porque él es un escritor urbano de finales del siglo XX (a pesar de que en sus obras, curiosamente, está siempre presente el campo colombiano).
Tanto las obras de Fuentes y Kundera van mucho más allá de los tópicos que citó el escritor urbano, lo que me lleva a concluir que el autor no las leyó (o las leyó superficialmente que es lo mismo) y no pudo ir más allá de los resúmenes que se encuentran en el rincón del vago. Terminó su desaguisado citando fragmentos de artículos de Vargas Llosa en El País para mostrarse como autor contestatario.
Algo similar sucedió con el otro autor colombiano. Empezó muy bien diciendo que la influencia de Cervantes en su obra era más bien poca y que le gustaría que fuera mayor. Una frase de una diplomacia exquisita, porque si se le explora no se entiende por qué le gustaría que la obra de Cervantes fuese más influyente en su obra: la desconoce, luego ¿qué podría aportarle? De pronto hasta le parece aburridora a morir. Pero bueno, su viaje dependía de que armara una charla sobre ese tema, la influencia de Cervantes en su obra. Cualquier persona que empiece a investigar un poco sobre la novela se encontrará con el consenso general de que Don Quijote es la obra fundadora del género. Comprensible entonces que se le pregunte a cualquier escritor sobre la influencia de Cervantes en su obra: cómo descubrió la novela, qué aprendió de ella, encontró mecanismos o técnicas narrativas útiles para su propia obra, etc.
Este autor va más retrasado que el primero, pues no se ha hecho muchas preguntas sobre el arte de su oficio: desconoce las obras citadas de Kundera y Fuentes y en general cualquier otra bibliografía relacionada con Don Quijote, Cervantes o la novela. De hecho dudo que se haya leído más de dos capítulos del Quijote; creo que estuvo a punto de confesarlo pero por cierto pudor prefirió no confesarlo públicamente.
Se limitó a resaltar que lo que más le gustaba de Don Quijote era su humor, que se imaginaba a Cervantes como un hombre de humor excelente y que se gozaba plenamente la escritura de su novela porque se le notaba. Después de leer su obra, Kundera lo llamaría un escritor lírico, pues su arte radica en fundir la gastronomía con las emociones.
En otro de sus libros contaba la decepción narcisista del personaje principal porque estaba con una gripa terrible en el Caribe y la bruja de su esposa solo se preocupaba por disfrutar del sol, la brisa y el mar, no de mimarlo para que se recuperara pronto (como su mami seguramente lo haría). Curiosamente esto lo hermana con el libro de Salman Rushdie Joseph Anton (que exploraré en otra entrada), en el que el autor también se muestra como víctima de una mujer despiadada.
Ya en ese mismo cuento el protagonista nos contaba de su afición onanista al lado de su esposa mientras ella dormía. Ahora que presumiblemente el autor vive solo, se levantó una mañana y le dictó a su teléfono el pajazo mental la epifanía que tuvo sobre el origen de los personajes de don Quijote y Sancho Panza. El clímax de su epifanía lo logró con un fragmento de Los trabajos de Persiles y Sigismunda, en los cuales se validaba su hipótesis de que la novela es para quienes van a caballo y la poesía es un arte peripatético; perdón, corrijo, no aprovechó la oportunidad de mencionar a Aristóteles en el sitio y momento más adecuado, sino a Machado y sus versos de caminante. Pessoa bien pudo ser otro recurso a la mano. La meseta final llegó al recitar el poema de Borges Sueña Alonso Quijano de memoria, un truco lírico que siempre toca los corazones de la audiencia. Lluvia de aplausos y corazón contento. Ya me lo había dicho mi psicoanalista antioqueño: Nada más bravo que un Edipo paisa.
Por si algún utópico día este célebre autor lee esta entrada, le comparto el texto de Kafka sobre don Quijote, a mi parecer la descripción más bella de qué es la literatura y una de las visiones más agudas de la obra de Cervantes:
La verdad sobre Sancho Panza
Sancho Panza, que por lo demás nunca se jactó de ello, logró, con el correr de los años, mediante la composición de una cantidad de novelas de caballería y de bandoleros, en horas del atardecer y de la noche, apartar a tal punto de sí a su demonio, al que luego dio el nombre de don Quijote, que este se lanzó irrefrenablemente a las más locas aventuras, las cuales empero, por falta de un objeto predeterminado, y que precisamente hubiese debido ser Sancho Panza, no hicieron daño a nadie. Sancho Panza, hombre libre, siguió impasible, quizás en razón de un cierto sentido de la responsabilidad, a don Quijote en sus andanzas, alcanzando con ello un grande y útil esparcimiento hasta su fin.
2.
Después de publicar mi libro sobre Crónica de una muerte anunciada tuve la suerte de ser invitado al programa cultural de Gloria Valencia de Castaño. La entrevista salió tan bien que luego Margarita Vidal me invitó a su programa de entrevistas. Se daba la coincidencia de que a esa hora cantaba Luciano Pavarotti por primera vez en Colombia en el Campín, acompañado por la Filarmónica y con transmisión en vivo para todo el país. Era tal la magnitud del evento que desde la misma torre de control de El Dorado desviaron los aviones para que no sobrevolaran sobre el estadio durante las dos horas del concierto. Margarita necesitaba un relleno y este pechito fue el escogido.
No me importó en absoluto, si bien entre el equipo de la consagrada periodista las apuestas más optimistas hablaban de un 0.02% de cuota de pantalla. Descontaron la magia del zapping, por la cual en los descansos del tenor italiano la gente llegaba al canal siguiente y ahí me encontraban hablando de cualquier cosa menos de mi libro: era evidente que Margarita tampoco se lo había leído (no la culpo, es pesado) y nos limitamos a tener una tertulia amena sobre la actualidad del país.
A la mitad de la charla, mientras citaba a Turbay Ayala diciendo que había que llevar la corrupción a sus justas proporciones, algo que mucha gente después me comentó que la entrevista iba bien hasta que mencioné a Turbay Ayala, unas palabras proféticas que se quedaron hace mucho cortas con la realidad del país, pensaba que era ridículo que yo estuviera hablando en televisión nacional sobre estos temas cuando en mi universidad había personas mil veces mejor capacitadas que yo para hacerlo.
Luego me llamaron de otros programas para hablar sobre cualquier cosa. Recuerdo una entrevista sobre por qué era bueno leer y me gustó mucho la respuesta que improvisé en la marcha porque en estas entrevistas no se sabía qué podría salir. Dije que servía para abrirse a nuevos horizontes, conocer otras experiencias de vida, ponerse por un instante en los pies de otro y asombrarse por las decisiones o destino que ese otro tendría. Claro, todo esto depende de cuáles libros se leen.
Un amigo del colegio me llamó a decirme que estaba cansado de verme en televisión. Le dije que me pasaba lo mismo, que había muchos programas de televisión que necesitaban completar la parrilla y nos tenían a intelectuales satélite para rellenar esos espacios. Dije que no a las siguientes entrevistas: hay gente más capacitada que yo para hablar de estos temas.
Es fácil dejarse atrapar por estas invitaciones, máxime si son en el extranjero e incluyen viáticos y todos los gastos pagos. Lo que es horrible es la desazón de sentir que uno se convierte en un talking head para rellenar espacios. Salvo que se aproveche la oportunidad y se dé una charla a la altura, pero para lograrlo hay que ir más allá de los primeros veinte resultados en Google y hacer el esfuerzo de preparar bien la charla.