De niño tenía la misma dificultad para comprender a Marcel Marceau que a los ritos del catolicismo. Con las interpretaciones de Marceau contaba con mi mamá como traductora y sin ella no entendía nada, hasta que aprendí el lenguaje de los mimos. Con el catolicismo no he encontrado un traductor decente, sigue siendo una religión incomprensible para mí. Admiro, como Wilde, sus ritos, en especial el funeral y el matrimonio. Son ceremonias que preparan a los participantes para dos grandes experiencias, vida y muerte. ¿Qué hacer ante la muerte de un ser querido sin un rito de despedida? ¿Tirar el cadáver a la basura?
A la vez, nunca he entendido el celibato de los curas ni la virginidad de María. Mucho menos ese triángulo amoroso entre María, José y el Espíritu Santo, que Borges y Bioy Casares recogieron de manera hermosa en el cuento Eugenesia:
Una dama de calidad se enamoró con tanto frenesí de un tal señor Dodd, predicador puritano, que rogó a su marido que les permitiera usar la cama para procrear un ángel o un santo; pero, concedida la venia, el parto fue normal.
El guiño al Espíritu Santo es evidente. Otros tienen como patrón de la canción El santo cachón a José, el esposo de María, padre putativo de Jesús. Todo apunta a que la única función de ese enredo es legitimar el celibato. En todo caso, gracias al Espíritu Santo disfruto un día libre cada año, no puedo menos que estar agradecido con él.
La reflexión sobre el Espíritu Santo me sorprende esta mañana con mi duda constante sobre la delicadeza de Borodin al componer las danzas polovtsianas.
La semana pasada escuché un recital de guitarra con obras de Albéniz. Me llevó a una caminata por Córdoba a la hora de la siesta. En un pequeño carmen apenas se escuchaba una guitarra interpretando fragmentos de Iberia. Me emocioné al pensar que esa mezcla de buen clima y silencio son los ingredientes secretos para esas composiciones. Pero ¿qué sucedía en la vida de Borodin para escribir esas danzas polovtsianas? ¿cómo alcanzó tal grado de delicadeza? ¿una visita del Espíritu Santo? Quizás la clave esté en el pentecostés.
Al gran Diego Amador probablemente lo asaltó la misma duda y su respuesta es esta:
Un flamenco que recuerda la delicadeza de las tardes andaluzas a la hora de la siesta. (N. del E.: Para los lectores desprevenidos que se preguntan por el silencio de Málaga o Marbella a la hora de la siesta hay que destacarles que en la Bitácora Utópica Andalucía es sobre todo, como Macondo, un estado del alma). Ese espíritu que trajo a Borodin a Cádiz fue el miso que inspiró la Suite Andaluza de Ernesto Lecuona:
Que llevada al Jazz suena así, como The Breeze and I:
Ese espíritu andaluz que recorre el mundo, que inspiró a Lecuona y dio origen al Breezin’:
Siendo ya la tarde en Andalucía y después de este pequeño viaje musical inspirado por el Espíritu Santo no me queda más que honrarla con una siesta, o motosito (porque en Andalucía también se habla colombiano). ¡Música, Maestro!