Modo viaje y el libro de los pasajes

1.

Una mañana marcada por el modo viaje. C. escribe: “Ya me quedé sin celular, porque se lo dí a DO, una odontóloga que a veces me ayuda con las cirugías. Quedé incomunicado hasta el próximo martes. Una sensación fantástica. Quedo en modo viaje. Me trataré de desconectar de todo”. E. descubre que perdió una llamada importante porque dejó el celular en modo viaje. Adopté esa costumbre de ella antes de dormir. Inconscientemente creo que me ayuda a dormir más rápido, siento que empiezo el viaje hacia la noche.

2.

Las calles de Buenos Aires
Ya son mi entraña.

Con estos versos empieza el poema Las Calles de Borges, el primer poema de su primer libro Fervor de Buenos Aires (o del que él quiso llamar su primer libro, negando sus Himnos Rojos). Con el estudio de este poema comenzó uno de los cursos de verano que el profesor Manuel Hernández le dedicó a Borges. De ahí pasamos a leer a Poe, Baudelaire y sobre todo a Benjamin, las páginas de todos ellos que hablan sobre la ciudad. Dirección única se volvió un libro fetiche de mi modo viaje. De paseo por Berlín inicié con entusiasmo infantil una colección de señales de Einbahnstraße que me encontraba en el camino.

De ese curso me quedó una especie de plantilla para recorrer la ciudad, para conocer su entraña y explorar cómo se escribía en la mía. La necesidad de descubrir su parkway de La Soledad, como bellamente lo expresó un compañero, su fábrica de colchones, su Candelaria… La ciudad como espejo del alma.

3a.

En esa plantilla en expansión se encuentra la búsqueda de la música, preferiblemente en vivo. Recorro también las tiendas de discos. Tengo un juego laberíntico con Bill Evans: él grabó cerca de 50 discos y alguna vez me propuse coleccionarlos. Resultó que por aquellas cosas de los derechos de autor, cada año salen nuevos discos de él. Sin exagerar me he encontrado más de 150 suyos, adonde quiera que vaya siempre me encuentro un nuevo disco de él, haciendo imposible completar la colección de su obra.

Anoche cuando puse Blue in Green, la versión con Miles Davis, E. comentó que para ella ese era el mejor álbum de jazz de la historia: “Miles Davis era un genio, componer todas esas canciones”. Entramos en la discusión de si Blue in Green era composición de Bill Evans o Miles Davis, uno de esos puntos de fricción entre amantes del jazz. Recordé que Miles Davis había dicho que al tocar con Bill Evans él había aprendido a darle otra textura a su trompeta y esto se reflejaba en Blue in Green. Que Bill Evans no compuso la interpretación de Miles Davis es lo que da pie para la disputa: lo que él interpretó fue obra suya. En ese caso lo más apropiado sería decir que es una pieza en colaboración, salvo que Evans en alguna ocasión afirmó que él la había compuesto pero era Miles Davis quien recibía las regalías. En términos económicos estamos hablando de mucho dinero: Kind of Blue es de los álbumes más vendidos en la historia de la música, no solo del jazz. Ni hablar de los derechos de autor y el daño moral…

La discusión en verdad duró poco: E. propuso que hiciéramos una obra en colaboración y entramos en modo viaje guiados por la melodía de Bill. Un romántico jazz trio.

3b.

La versión del sexteto de Miles Davis:

La versión del Bill Evans trio:

4.

Cuando una pareja de amigos de E. se separó no lograron acordar quién era el dueño de Kafka, el gato que tenían en común. Optaron por un régimen de reunión familiar: una semana ella, una semana él. E. acarició a su gata y dijo: “Imagínate, todo lo que conoce del mundo es mi casa y sus alrededores. Kafka al menos conoce dos casas”. Volvió ese flashback de La Flora, cuando una joven me contó que no conocía el centro de Bogotá porque no había dinero para el pasaje. Su mundo estaba forzosamente reducido a La Flora, con suerte al barrio vecino de La Esperanza y el cercano parque Entre Nubes. Por esa manía optimista mía traté de encontrar algo bueno en esa situación y pensé al menos no conocerás a los gomelos ni a los rolos antipáticos, pero guardé silencio. Todavía sigue siendo un golpe duro de encajar.

Por esos contrastes de la vida, conocí a otra pareja en una situación similar –solo que estaban atrapados por el exceso de dinero. Él era el director de finanzas de Shell en Colombia, ella su esposa. “Colombia es el secreto mejor guardado”, decía él, luego de contarme que esa mañana había estado jugando golf en San Andrés. “Y nos pagan primas por disfrutarlo”. Creo que él también tenía su vena optimista marcada. Ella no era tan entusiasta. La invitamos a nuestro paseo de los domingos por la Sabana y nos dijo que no les estaba permitido salir del anillo de seguridad.

Le pregunté con curiosidad cuál era ese anillo. Me describió que Shell y otras multinacionales tenían contratado un servicio de seguridad que hacía un anillo desde la 72 con Circunvalar hacia los Cerros y hasta la 94. Un servicio muy discreto, apenas reconoces a los vigilantes hablando por radio en sus camionetas. En ese espacio los niños pueden jugar en la calle si quieren, fuera de ese perímetro ninguna empresa pagará un seguro en caso de secuestro. “Hay otro similar en Santa Ana”. “¿Esto significa que no puedes ir a La Calera?”. “Podemos, pero bajo nuestro propio riesgo y según tenemos entendido, hay gente apostada a la salida de la vía para tratar de hacer una pesca milagrosa y atraparnos”. Esta es una conversación de hace 20 años, cuando la guerrilla estaba feliz secuestrando extranjeros, no sé qué tanto haya cambiado la situación ahora. “Pero de regreso ustedes podrían pasar por nuestra casa, disfrutamos de un buen vino y de Oscar Peterson”. Aceptamos la invitación, aunque me sentí yendo de visita a una jaula dorada. “Y ni modo de decirle que no conocerá a los gomelos y los rolos antipáticos”, pensé.  Llevé un disco de Bill Evans de regalo. Aún me cuesta encajar que el libro de los pasajes no está abierto para todos. ¿Cómo llamaría Benjamin ese pasaje secreto entre estos dos mundos?

Sigamos en modo viaje: