Leí que en el restaurante colombiano iban a celebrar la novena a las 7pm. Así que decidí pasar a las 9pm a comerme una arepita con carne desmechada. Una joven paisa de 16 años se lamentaba por su mala suerte: llegó a las 8pm y se perdió la novena. Para no dejarla desamparada en ese día de Navidad, decidieron rezarla de nuevo, justo en el intermedio del partido del Real Madrid contra San Lorenzo de Almagro. Menos mal que estaba malísimo.
Lo que me llamó la atención fue lo distante que era ese rito para mí ahora. Recordé diferentes novenas en las que participé de joven, pero ya fuera de Colombia, tomé una distancia insalvable con el catolicismo y sus derivados. Me sentí como un observador más en una mezquita viendo a los musulmánes rezándole a Alá. Ya no digo ni amén. Mi indeferencia fue evidente para quien guiaba la novena pues evitó pasármela para que leyera algún aparte. Pudo ser paranoia mía, pero ante los ojos de algún participante sería un ateo o el mismo anticristo. Lo de ateo no es enteramente cierto: creo en la existencia de dios en un 2%. Es un margen de error basado en el misterio del origen del universo.
Darme cuenta de esta indiferencia me hizo replantearme si iría a la cena de Navidad tradicional que organizan unos amigos. Sé desde hace muchos años que he asistido como quien va a una fiesta en la cual se come muy bien; si el niño nace o no me tiene sin cuidado. Llevo regalitos y experimento cierto placer culpable al ver a alguien pidiendo con el mayor de los fervores y los ojos cerrados algún milagro. Creyentes sanguijuelas los llamo yo. Después de la experiencia de la novena pensé que llegó el momento de cortar con mi participación farsante en la celebración de la Navidad. Decliné la invitación y viví la noche del 24 como cualquier otra. Un nuevo caso del señor Scrooge dirán algunos invitados.
Ese 2% en el que creo también está relacionado con las experiencias místicas que me ha dado la música. El Oratorio de Navidad de Bach me hipnotiza por completo, como también lo hace la música sufi, la india, la china y japonesa tradicionales. Todas ellas me inducen a estados de conciencia en los que me siento uno con el universo, experimento la disolución total del yo. De hecho, si mi invitaran a una novena donde van a escuchar el Oratorio de Navidad no tendría cómo decir que no (igual que de joven iba por la palabra mágica: novena bailable). Por estas experiencias creo en las teorías de los neurólogos que dicen que nuestro cerebro está cableado para estas vivencias místicas: puedo aceptar que sea el rincón de dios, lo conozco, lo vivo, lo disfruto.
La segunda sorpresa fue la irritación que me causó hoy que me llamaran a desearme feliz navidad y a preguntarme que qué tal mi celebración. Casi me animé a escribir un nuevo relato salvaje inspirado en el ingeniero bombita: "Mirá, vos sabés que no soy católico, dejate de boludeces conmigo, pibe. Llamá a felicitar a tu mamá, boludo". Pero me contuve y aclaré que me quedé descansando, sin energía para comer y pedir milagros hasta las 3 de la mañana. Hay que aprender a convivir con las diferencias.
Disolvámonos por el sendero abierto por Bach, feliz navidad para mis amigos y familiares creyentes: