Llamado a la utopía

Escribe Carlos Castillo en El Tiempo:

La solución de los problemas exige un compromiso nacional, un esfuerzo conjunto de todos los partidos y las clases sociales. No podemos depender de un gobierno de cuatro u ocho años. Todos los ciudadanos deben actuar y todos deben controlar. Torpe sería pensar que se pueden solucionar esos males nacionales con la imposición del criterio del que arrase en las elecciones.

¿Utopía? ¡Claro que sí! Seguramente, con el resultado de esta contienda electoral y la de los próximos meses, el triunfalismo del ganador insistirá en el espejismo de que todo se va a solucionar. Sabemos que eso no es posible. Con ello llegará una frustración más. Seguramente seguirá la cantaleta de la ventaja de unas ideologías sobre otras.

Me alegró encontrar a otro paseante utópico en El Tiempo, no sabe uno cuándo ni por dónde aparecen en esta época en que las utopías están tan desprestigiadas, a pesar de que siguen haciendo falta.

De helicópteros y fotos perdidas

I.
Una de las aficiones preferidas del Times británico es mofarse del príncipe Carlos. Incluso hay lectores que solicitan que, para garantizar la entretención de todos, le reserven una columna semanal. Además de su buen humor, al Príncipe le sobran historias. La última es la excusa que ofreció para no asistir a la inauguración de una exposición: «Lo siento mucho, no puedo ir: mi helicóptero amaneció congelado«.

Una excusa excepcional de la cual difícilmente se puede dudar… Fue inevitable pensar en Íngrid.

II.
En una entrevista con Yamid Amat, los detectives Ómar Garzón y Nelson Burgos relatan las últimas horas de libertad de Íngrid, la única secuestrada en Colombia que se entregó a las Farc.

Hay varias cosas sorprendentes en la entrevista:

1. Afirma Garzón: «La terquedad de ella fue la que la llevó al secuestro». Me pregunto cuál es el origen de su terquedad: ya que había llegado a Florencia, ¿iba a perder el viaje al Caguán? Luego le pregunta Amat a Burgos: «¿Usted, detective Burgos, también trató de disuadirla?» y responde: «Por supuesto. Le supliqué que no viajara porque ponía en peligro su vida y nos condenaba a muerte si la acompañábamos. Nos dijo: ‘Yo con ustedes dos no tengo problemas; son los demás los que los van a tener cuando regrese». ¿A cuáles problemas se refería Íngrid? Lo que sí es claro es que Íngrid no supo calcular el riesgo que significaba ir al Caguán en ese momento: estaba más preocupada por hacerles juicio de responsabilidades a los superiores de su escolta que en preocuparse por su vida o libertad personal.

2. Life is about priorities:
«-¿Con quién viajó?
Garzón: Con Clara Rojas. Iba un fotógrafo francés, el camarógrafo de la campaña y Lampre [asesor de imagen]. Cinco. En el retén los regresaron a todos. Solo dejaron a Íngrid y a Clara Rojas».

Íngrid decide que se quede su escolta, pero que no falten los de la imagen (asesor, fotógrafo, camarógrafo). Una política moderna: ya sabe que la arena pública hoy en día son los medios, y sin imágenes en la televisión o fotos en la prensa, un candidato no es nadie. A la pregunta de cuáles tres objetos o personas llevarías a una isla peligrosísima en la cual no tienes casi posibilidades de supervivencia, ella responde: «¿Puedo llevar a cuatro?» y ninguno de esos cuatro es su escolta: que pase cualquier cosa, pero que no falten los de la imagen. En el último retén, el de las Farc, le dicen que qué pena pero los de la imagen se quedan. Y efectivamente, esa fue la última vez que la vieron.

3. «-¿Si a Íngrid le prestan el helicóptero, se salva?
Burgos: Claro que sí.»
Y es que la falta de humor en Colombia nos está matando. El motivo principal del viaje de Íngrid era expresarle su apoyo al alcalde de San Vicente del Caguán que era de su movimiento Oxígeno Verde. Cual príncipe Carlos, Íngrid habría podido decirle al alcalde: «Discúlpeme pero no puedo ir a visitarlo. No autorizaron el despegue de mi helicóptero y no puedo correr el riesgo de ir por carretera, ¿usted me entiende, verdad? Refúgiese que apenas pueda voy a visitarlo y nos tomamos una foto». Se habría perdido esa fotico (que igual se perdió) pero ella probablemente estaría ahora mismo con su familia y su movimiento haciendo campaña para las elecciones de marzo. Mas no todo es negativo: como con el príncipe Carlos, se ahorraron los gastos del transporte en helicóptero y se minimizó el impacto del combustible altamente contaminante de estos vehículos para la atmósfera, algo muy consecuente de parte de líderes ambientalistas.

III.
La clave de todo este asunto me parece que es el protagonismo, los bajos niveles de tolerancia para no aparecer en los festivales de la imagen donde está la noticia. Íngrid tenía que armar su «contrafestival», no podía quedarse fuera de las fotos de los políticos y cacaos en el Caguán. Íngrid no escuchó a sus escoltas, al ejército que le insistió que no fuera, a la misma Ley que desacató y cuyo último recurso fue pedirle que firmara una constancia de que ella asumía la responsabilidad completa de su viaje. Y todo esto por la foto perdida.

¿Qué irá a pasar cuando la liberen?

La muchacha de chaleco amarillo

Es una funcionaria del Hogar de Paso del Departamento Administrativo de Bienestar Social (Dabs), encargada de darles una nueva oportunidad a los ciudadanos de calle de Bogotá. El Tiempo cuenta la historia de John Jairo Vélez, una de las personas que ha recibido su ayuda:

Estaba desgonzado en la acera, en la troncal Caracas con calle novena, con los ojos cerrados, muy débil y esperando morir de verdad, cuando una muchacha con chaleco amarillo le dijo que se subiera a una camioneta blanca. “Pensé que venían a matarme, pero ella me tranquilizó. Me pasó una bolsa con un perro caliente, un yogur, un paquete de maní y una mandarina. Todo un manjar”».

Según la estadística de la Veeduría Distrital y Planeación Nacional, el 75 por ciento de quienes reciben atención especializada y la siguen, logran recuperarse: la muchacha del chaleco amarillo y el equipo de trabajo al que pertenece hacen parte de esos héroes utópicos de nuestro tiempo, de personas que aún en las circunstancias más difíciles creen que es posible el cambio. Y lo logran.

Bullying

He leído en varios artículos de psicología recientes sobre bullying y los daños asociados. Bullying es el equivalente a montársela a otra persona. Aún no hay un acuerdo sobre la mejor  traducción. Para mi sorpresa encontré que el Merriam-Webster remite a una palabra holandesa en la etimología de Bully (el montadorcito), pero en Holanda se utiliza Pesten para decir bullying. Se me ocurre sugerir torear como traducción. El bullying y el torear a una persona tienen mucha relación: se provoca a una persona hasta ponerla de mal genio o llevarla contra las tablas. De hecho es una expresión conocida, torear a alguien. Con esta asociación, los aficionados y fanáticos del toreo podrían entender con claridad por qué es tan brutal esa afición: provocar a un animal para lucimiento del torero y deleite del público. Encuentro similitudes con las peleas de gallos y perros. El humor bogotano tiene mucho de la provocación al toro, de picar a alguien para molestarlo. Alguien alguna vez me contó que una o dos semanas antes del 9 de abril del 48, en la Santamaría el público se abalanzó sobre el toro para descuartizarlo. Hay quien ve la legendaria batalla contra el dragón, contra los temores psicológicos, versión española, en el toreo. Hay quienes han retratado la fuerza del animal luchando por su supervivencia, son muchas las imágenes que nos ha legado el toreo. No faltará quien proponga como alternativa al bullying aprender a torear, a hacer verónicas largas a tanto torito suelto que anda por ahí, o a los mismos bullies.