Hace alrededor de 15 años vivía un romance con una mujer que se estaba separando, que dormía en habitaciones separadas. Después de 2 años la separación no se daba y decidí dar un ultimátum. Ella finalmente empacó su maleta y se vino a vivir a mi casa: «¿Ahora sí me crees?». A mí me tomó totalmente por sorpresa. La recibí feliz, pero no sabía cómo apoyarla. La vi nerviosa, acababa de empacar toda su vida en una maleta y ahora se encontraba a la deriva, sin seguridad de si mi casa sería su puerto final o no. Traté de aligerar el momento y le dije vamos a alquilar un par de películas. Después de esta proposición ella me pidió que la comprendiera, que quizás todo era muy súbito, tomó su maleta y regresó a su hogar. Entendí que había dicho una estupidez propia de quien no tenía ninguna experiencia en esos casos.
Recordé esta anécdota ayer cuando leí que una mujer había hecho lo mismo para apoyar a una amiga que acababa de abortar. Parece que con la amiga sí le funcionó, pero igual reconocí la misma falta de preparación para acompañar a una persona que pasa por un momento existencial crucial. Y mucho más atrás, recordé cuando acompañé a una amiga muy querida a abortar. Estar con ella no era un problema, lo difícil para mí era cómo ayudarla después de. Pensaba en prepararle un caldito de pollo, dejarla que reposara en mi casa, pero ¿de ahí en adelante qué? Eso sí, jamás pensé en entretenerla. (Sigue leyendo »»)