Me encantan las (auto)biografías. Vienen a mi memoria las del Marqués de Sade (por Francine du Plessix Gray), la de Picasso (por Norman Mailer), las trilogías de Elías Canetti y Juan Goytisolo, los diarios de Kafka, Hesse y Kazantzakis, El diario de Moscú de Benjamin donde retrata su relación poliamorosa con Asja Lacis un siglo antes de que se inventara la palabreja, y un largo etcétera. Son bitácoras de navegación por la vida y se leen como novelas de aventuras por su misterio. Con este ánimo empecé la lectura de Joseph Anton: A Memoir, la autobiografía de Salman Rushdie.
No sabía quién era él hasta el escándalo de Los versos satánicos por allá en 1989, la obra que sin querer nos introdujo a muchos a la palabra fatwa y cuyo eco llega hasta nuestros días. Leí después Hijos de la medianoche, una traducción malísima de Bajo el sol jaguar que me forzó a buscar la obra original en inglés y Shalimar the Clown. Me atrevo a decir que Rushdie es uno de los más claros herederos del realismo mágico de García Márquez. Hasta que llegué a su autobiografía.
Joseph Anton es el nombre que él utilizaba para registrarse en los hoteles mientras huía de la fatwa. Es una composición de dos de sus escritores más queridos: Conrad y Chekhov. La obra podría incluirse en la literatura del secuestro, pues Rushdie se concentra en mostrar cómo era su vida durante la fatwa, que mantenía muy limitada su capacidad de movimiento y radio de acción. Aunque no lo dice, su máxima es la de Hamlet: O God, I could be bounded in a nutshell and count myself a king of infinite space, were it not that I have bad dreams. El nombre de su pesadilla es Padma Lakshmi, la bella modelo y foodie india-estadounidense. (Sigue leyendo »»)