Afganistán, o la utopía democrática

Con la salida de las tropas estadounidenses de Afganistán el pasado 31 de agosto debemos registrar en esta humilde bitácora utópica el fracaso de un nuevo esfuerzo por hacerla realidad.

Una breve digresión: los estudios sobre la utopía están ganando momento y podemos decir que se encuentran en estado más que saludable. Ya son varias las universidades que la incluyen en sus programas y con toda seguridad el fracaso de Afganistán será motivo de muchos de estos estudios utópicos.

Las invasiones de Afganistán e Irak eran una respuesta absurda al derribo de las Torres Gemelas. Europa se sumó por estar bajo el paraguas de los EUA, pero con mucha reticencia. 20 años después el fracaso de ambas invasiones demuestra sin duda que fue una respuesta sin pies ni cabeza. (Sigue leyendo »»)

D10S, la fiesta del gol y la afición líquida

Hace algunos años, en la fiesta de cumpleaños de una amiga, empezamos a bailar. Yo estaba feliz con la música y bailaba con una sonrisa. A la hermana le pareció que mi sonrisa era impostada y, como buena holandesa, se lanzó a desenmascararme. Empezó a bailar a mi alrededor con una sonrisa simulada, como queriéndome dar un espejo de cómo me veía yo con ella. Mi amiga la llamó a un lado y vi cómo le explicaba que para los latinos esa conexión de felicidad con la música era real. Creo que incluso le comentó cómo para ella, la primera vez que me vio concentrado en un solo de piano de Markolino, se burló de mí diciendo que parecía que tenía un ataque de estreñimiento.

Le pregunté por la reacción de su hermana y me dijo que ella nunca había visto algo igual. Me pidió disculpas si me había incomodado pero le dije que para nada, que yo estaba en lo mío y que por el contrario lamentaba que ella no conociera ese intenso placer de gozo musical. (Sigue leyendo »»)

Acelerador de partículas

Estoy disfrutando bastante la obra de José Luis Alvite, publicada en ediciones muy cuidadas y bellas de Ézaro Ediciones. Mi lectura va muy lenta porque en cada página hay muchas cosas para paladear. Estas últimas semanas he leído noticias que se entienden mejor después de este párrafo de Alvite, de su Áspero y sentimental:

[…] A diez kilómetros de Cambados, faltaba todavía hora y media para el final del viaje. Pero, ¿quién tenía prisa? Éramos jóvenes y el paisaje estaba a estrenar. Las horas tardaban días en pasar y el tiempo era en realidad un almanaque con el péndulo de goma arábiga. En la relojería de los hermanos Villar sólo los relojes averiados daban la misma hora. A la señora de la Telefónica se le mezclaban en la calceta las llamadas de Montevideo y la lana del jersey. En la peluquería del Campillo la belleza ocurría con una calma señorial a inmutable, como si el elegante Pepito Rey estuviese retocándole la cabeza a los chiquillos con las tijeras de podar las tullerías del “Palais de Versaille”. En casa de las Cunqueiras llevaba años encamada una señora muy anciana y muy consumida que aparentaba por lo menos la edad de la muerte, pero todos los veranos iba visitarla y siempre estaba igual. María y Victoria la aseaban cada mañana y entonces quedaba matutina, radiante y a la vez mortal, como si le hubiesen lavado la cara con la calavera del agua. Era una joven de casi cien años, ¿qué prisa podría correrle dejar atrás el prometedor futuro de su encasquillada agonía? Todos éramos jóvenes entonces, muchacho[…].

En La lentitud Kundera también se refirió a ese aceleramiento del tiempo que la sociedad ha ido experimentando con los años. Llegó a plantear dos ecuaciones: el grado de lentitud es directamente proporcional a la intensidad de la memoria y el grado de velocidad es directamente proporcional a la intensidad del olvido. Seguro Kundera disfrutaría la descripción del tiempo de Alvite, a la que cualquier persona que haya vivido una temporada en el campo, lejos del ritmo de la ciudad, podrá reconocer sin esfuerzo.

Paradójicamente, con el encierro provocado por la pandemia, la inmovilidad forzada, creo que el proceso descrito por Kundera se ha acelerado con la dependencia en las redes sociales para llevar algo parecido a la vida. Y las redes van a un ritmo vertiginoso. El cerebro exige ahora consumir información a la velocidad de un trino, al swipe de los timelines en Instagram, Facebook, Tinder, TikTok, etc. Cuando se aproxima un instante de tedio, de regreso a ese mundo de entretenimiento online donde hay servicio las 24 horas.

Dos grandes víctimas de esta tendencia son el fútbol y la iglesia católica. Los estudios sociológicos sobre los jóvenes reflejan que no tienen la paciencia (y, quizás, ni la falta de concentración) para ver un partido de fútbol que dura dos horas o más. En cualquier momento aparecerá el celular para seguir alimentándose de las redes. Y la iglesia católica está experimentando el mismo fenómeno: se está quedando sin feligreses que no ven la relación entre su discurso y su vida cotidiana, mucho menos para estar escuchando a curas durante la hora larga que dura una misa.

En Europa, la respuesta fue la fallida Superliga. Apostaba a que el Clásico una vez al mes tendrá la fuerza suficiente para mantener a los aficionados pegados a la pantalla o en el estadio. Es probable que en los próximos años veamos cómo estalla la burbuja del fútbol y los futbolistas empiecen a ganar menos dinero. ¿Cómo va a responder la iglesia católica? Está regida por ritos milenarios que difícilmente aceptará cambiar. El discurso del cielo y el infierno es cada vez más difuso ante una realidad social que lo ha desbordado. Hoy leí que en Barcelona piensan cerrar 150 parroquias.

Regreso a la lectura lenta de Alvite, a disfrutar sus impresiones de viaje sin afán alguno, a sentir la tarde pasar sin prisa. A esos paisajes que narra y que para muchos hoy son la auténtica ciencia ficción o una utopía más.

Autodefensas

1.

A veces Colombia se me parece a un rompecabezas por armar en el que las piezas conforman un caos pero en el que sabemos que cada una tiene su lugar para conformar un todo armónico. Muy a veces.

2.

No sé si será una idea original de Santo Domingo, la decía con mucha gracia: «Los medios de comunicación son como un revólver, que cuando uno lo necesita, lo saca y dispara». Una ocurrencia que hizo escuela en los principales grupos económicos del país, los cacaos: todos se armaron con su medio de comunicación. (Sigue leyendo »»)

Amaneceres

1.

Una de las consecuencias de la primera lectura de La metamorfosis, de Kafka, es el hábito de preguntarme cada mañana cómo amanecí hoy, en qué me he convertido. Explorar mis extremidades por si detecto alguna pelusilla o alguna otra textura extraña.

2.

Otra consecuencia es el sueño recurrente en el que amanezco en una habitación de hotel blanca, con mis maletas a los pies, el brillo del sol en la ventana y la actividad vital de la ciudad llamándome a salir. No sé en qué ciudad estoy, intuyo que es Marrakesh pero no estoy seguro. Este sueño ya lo he anotado varias veces en esta bitácora utópica, lo repito para dejar constancia de que es recurrente.

3.

Otro lector en el que ese cuento tuvo gran impacto fue García Márquez. Mucho ha hablado él de cómo desde esa lectura aprendió cuán esencial es el primer párrafo en una novela: «Ahí está dicho todo». Pero hay más: Kafka se constituyó así en uno de los precursores del realismo mágico: García Márquez aprendió de él que cualquier cosa es creíble siempre y cuando esté bien contada. Ese es el trato con el lector. Pero ¡ojo! que el realismo mágico existe y está muy presente en nuestras vidas, no es un ejercicio de la imaginación puesto al servicio del escritor para venderle humo al lector.

4.

La metamorfosis kafkiana es pan de cada día. Un hombre de cierta edad en el Vaticano amanece convertido en el representante de un dios en la Tierra. Un multimillonario arrogante amanece convertido en el 45º presidente de los Estados Unidos. Otro joven lampiño y canoso, aficionado a tocar la guitarra y hacer suertes con balones de fútbol, amanece metamorfoseado en presidente de Colombia. ¿Se habrán preguntado aquel día lo mismo que Gregorio Samsa, qué me ha ocurrido? ¿Habrán tenido dificultades para levantarse de la cama?

5.

Cierta mañana amanecí convertido en monje budista. No por alguna metamorfosis realista mágica sino porque me quedé dormido con el traje de monje que mi hermana me había traído de regalo desde Nepal. Era el tradicional el hábito no hace al monje, igual que la banda presidencial no hace un presidente ni la casulla de Jorge demuestra la existencia de dios. Pero sí, veo a Iván vistiéndose con su banda presidencial y tengo que recordar ese día. He de reconocer que durante el acto sí me sentí un poco monje budista y recordé la tarde en que me encontré con uno en la plaza Keim que me preguntó ¿cuándo vas a volver? Y yo apenas atiné a responderle: «No todavía».

6.

A Iván la banda le queda dos tallas muy grande. Como la palabra amistad a cierta examiga mía. Recuerdo esas mañanas de vacaciones en las que después de preguntarme cómo he amanecido, en qué me habré metamorfoseado, la única duda que me asalta es si dormiré 15 minutos más girado hacia la derecha o a la izquierda. Iván despierta hoy en medio de una pesadilla, casi ni tiempo tiene para dormir, mucho menos para comprender en qué momento lo transformaron en presidente. Samsa era viajante de comercio: si no se presenta a su trabajo, encontrarán a otro. Igual le sucederá a Iván, esa empresa para la que trabaja y parece que desconoce es un negocio muy bien montado. Alguien más vendrá.