Tres veces intentaron reclutarme las fuerzas del orden. La primera fue antes de graduarme como bachiller, cuando me salvé del servicio militar obligatorio gracias a que de los 11 que presentamos excusa médica, 10 habían pagado por la libreta militar; yo fui la ñapa.
La segunda vez fue cuando fui a una entrevista de trabajo en el extinto DAS.
La tercera fue en Holanda. La empresa para la que trabajaba entonces organizó una salida con los empleados a uno de los centros de instrucción de la policía neerlandesa. Todo muy sofisticado, como era de esperarse. La primera demostración fue en el simulador de casos delictivos. Una sala con un proyector enorme y dos grupos de sillas con capacidad para 50 personas. El instructor que nos asignaron nos explicó la dinámica del ejercicio: en la pantalla se proyectarían situaciones delictivas (hurtos, asaltos a mano armada, etc.); los participantes seleccionados tendrían un arma que dispara un rayo láser para interactuar con la escena.