No vomito fácil. Tengo muchas ganas de hacerlo y no he podido aun. Me enferma todo lo acontecido con la niña embera violada por 7 soldados del ejército colombiano. Pensé que el horror vivido y la reacción nacional con el asesinato y violación de la niña Yuliana Samboní tendría un efecto positivo a largo plazo: tardaríamos mucho tiempo, quizás jamás, en volver a ver un caso similar. Pero el tamaño de la enfermedad es mucho mayor. Medicina Legal reporta que en los primeros 5 meses de este año, de los 7.500 exámenes médicos practicados por presunto delito sexual, 6.479 fueron hechos a menores. Cifras que además no son nuevas: Medicina legal dijo que el mismo año en el que sucedió lo de Yuliana, llevaban 20 mil casos de abusos sexuales. Es un patrón consistente de la sociedad colombiana. No entiendo qué me impide vomitar todavía.
Tanto el violador y asesino Uribe Noguera, como los 7 militares detenidos esta semana, deberían ser materia de estudio exhaustivo. Es importante conocer qué los llevó a abusar de menores, primero, y de menores indígenas, segundo. Es imperativo desarmar esos imaginarios que los impulsan a cometer estos crímenes. Los colegios y las escuelas necesitan pasar por una terapia de choque educativa. Hay que ponerlos frente a estos casos, hay que dejar que sientan una profunda repulsión, hay que mostrarles la realidad de las víctimas, sus familiares y amigos luego de estos crímenes. Debe quedar una impronta de que por más gustico que tengan, es obligatorio respetar las líneas rojas. Todo acompañado por una educación de amor y respeto por el prójimo. A la vez, y esto es una tarea utópica de generaciones, el sistema de castas debe ser transformado para que nadie vea a un indígena o afrodescendiente como alguien que existe para ser abusado, insultado, humillado y demás.
Que esto se repita demuestra la falta de interés del Estado en reaccionar ante las cifras escandalosas que revela Medicina Legal: ¿en verdad son más importantes la economía y el empleo?
Quisiera escribir una crónica utópica en la que esta violación se transforma en el punto de quiebre en la historia del país. En la que la sociedad solidaria se vuelca con la familia indígena, con la comunidad indígena, a reparar el daño y brindar todas las garantías para que esta niña pueda algún día recuperar su sonrisa. El asco, el desgarramiento, la náusea no me dejan. Aquí lo único que hay para rescatar es que no la enterraron viva, toda una lección para los violadores por venir. Quiero vomitar y no puedo.