Hace cuatro años estaba en pleno romance de verano con Z. Cuando ella vio que me estaba entusiasmando mucho me dijo: “Daniel, no te emociones tanto, nuestra relación tiene los días contados”. Me dejó perplejo. “Siento decírtelo. Vengo del futuro y sé que en tres semanas ya no estaremos juntos”. Z me parecía una mujer tan sofisticada que en parte yo también estaba de acuerdo con que ella venía del futuro, que representaba a la mujer del siglo XXII.
—Sé que no me crees. Nadie me cree. ¿Ya llenaste el formulario de tu polla mundialista?
—¿El de Don Ballon?
—Sí, déjame lo lleno por ti. Después del mundial sabrás que no te estaba mintiendo.
Mientras lo llenaba me parecía que simulaba ejercicios de memoria, como “ese partido cuánto fue que quedó”. Al terminar puso en la final: España-Holanda 0-0.
—Excúsame pero en la final del mundial siempre tiene que haber un ganador.
—Claro que lo sé. El partido terminará 0-0 en el tiempo reglamentario y Andrés Iniesta anotará el gol que le dará su primera copa del mundo a España en la prórroga, en el minuto 116.
—Ajá.
—No te preocupes, Holanda se desquitará en Brasil 2014. Apuesta todo tu dinero, me lo agradecerás algún día.
“Vale, muchas gracias”, le dije. “Lo que quiere es dejarme y quebrado además”, pensé. Guardé su polla, no sin antes sonreírme –casi burlarme– del 7-0 que Portugal le iba a clavar a Corea del Norte, el 3-2 de Eslovaquia a la campeona Italia o el 4-0 de Alemania a Argentina en cuartos de final.
Como ella predijo, su futurismo o mi subdesarrollo terminaron nuestro romance exactamente tres semanas después. Luego de la victoria 7-0 de Portugal sobre Corea del Norte busqué la polla que Z había llenado y quedé pasmado al ver cómo se cumplían uno a uno sus pronósticos. Contra mi deseo e incertidumbre aposté cien euros a que España le ganaría la final a Holanda por 1-0 en extratiempo. Gané 2.450 euros gracias a Z, pero pude hacerme millonario si no hubiese dudado de ella.
La busqué después de recibir el pago de la casa de apuestas. Pasé por su apartamento pero la vecina me dijo que se había trasteado la semana pasada. “No me dijo a dónde se iba”, me contó. “Probablemente regresó al futuro”, pensé yo. Me fui en la bici al Beatrixpark y me senté bajo el árbol donde la conocí, un poco con la esperanza de que volviera a aparecer para darle las gracias o invitarla a pasear con el dinero que gané, pero ya nunca más la volví a ver.