¿Se rompen las estatuas?

En una escuela en Amsterdam empezó el profesor de Historia a dar su clase y una estudiante lo interrumpió para decirle: «Profe, tiene que evolucionar, aprenda a vivir el aquí y el ahora, usted siempre anda fijado en el pasado». Héctor Lavoe, con su Periódico de ayer cantó algo similar a lo que dijo la estudiante. Es curioso que mucha gente sigue estudiando historia como una cosa del pasado, no como algo que nos ayuda a entender cómo hemos llegado aquí como sociedad y para dónde estamos yendo.

Existen también los casos opuestos: el presidente mexicano López Obrador acudió al pasado para exigir en el presente una disculpa por el genocidio del descubrimiento europeo de América. Pero –cómo me gusta tanto citar esta pregunta de Carlos Fuentes– ¿nos comportamos nosotros diferente con los indígenas y afrodescendientes que el conquistador español?

Trato de darle un contexto al desgarro que me produce la noticia sobre la violación masiva de una niña-joven indígena por siete militares en Colombia, y con la sombra del asesinato y violación de Yuliana Samboní muy presente también: ¿los tratamos muy diferente nosotros, los mestizos independizados? Se suma la muerte de Heandel Rentería Córdoba, un auténtico héroe utópico que ejercía su profesión de médico en Quibdó y falleció por covid-19: denunció que trabajaba en condiciones precarias y que no recibía salario desde septiembre de 2019. ¿Somos conscientes de cuánto cuesta tener un médico en el Chocó? Perder un médico en el Chocó es como perder 20% del sistema de salud del departamento.

No, no nos hemos independizado. Similar a como narró Borges en Deutsches Requiem, nos liberamos de la corona española pero nos quedamos habitando sus estructuras. Ganó. Nos vestimos de democracia cada cuatrenio para seguir viviendo en un sistema cuasifeudal dirigido por los monopolios del 10% privilegiado de Colombia, el mismo sistema clasista de castas, remplazando el don y doña por doctor y doctora.

La turba 2.0 (ya digitalizada) sigue condenando a diestra y siniestra, incapaz de mirarse a sí misma, de evaluar qué tanto hay de esos esclavistas, conquistadores, colonos, nazis de los que cree que se ha desprendido: ¿basta con tumbar las estatuas para liberarnos de esos pasados? La creencia de vivir el aquí y el ahora reaccionando al escándalo del día, la reproducción de esa muerte anunciada que tan bien describió García Márquez. Por todo esto el poder desprecia a las ciencias sociales. Solo acepta o legitima la que repite su discurso, la que enseña que somos el país con la tradición democrática más longeva de América Latina: no hay camino a Utópica, porque solo hace falta ajustar unos detalles para darnos cuenta de que vivimos en ella, nos dicen. Lo demás son fantasías de mamertos.