De las ilusiones más emocionantes entre los amantes se encuentra la sensación permanente de estar enamorados, como por primera vez. Suspiré profundo por Lina, la esposa de Juan, y decidí pasar por el parque de las flores a buscar unas rosas de aroma penetrante, tal como lo exigía el encuentro de esa noche. La selección del color me pareció esta vez menos importante: todo valía con Lina, lo importante era la sorpresa, el detalle. La vendedora de rosas me veía con una cara medio romántica, como que intuía la celebración que propiciarían sus flores y que interrumpía a veces para llamar la atención de alguna de sus hijas que jugaba a las escondidas entre los cubos de agua. “Coquito, ¿no me reconoce?”. Sólo una persona en el mundo me llamaba Coquito: (Sigue leyendo »»)