Trabajo como mariachi o bolerista (a pedido del cliente) en la Plaza Garibaldi. Recibí ayer un emilio de mi amiga Margarita con el enlace a la noticia del mariachi torturador, un asaltante disfrazado de mariachi, “con su sombrero y portando un machete de 40 centímetros con el que robaba a la gente que pasaba junto a él, pero además de ello, la obligaba a escucharlo cantar”, según cuenta la nota. "Después de que le di mi reloj, la cadena y el dinero, me puso el machete cerca del cuello y me dijo que no me fuera hasta que acabara la canción y cuando cerró los ojos (como parte de su presentación) me fui corriendo y vi una patrulla, la paré y les dije que me había robado un charro con un machete", relataba el joven de 17 años asaltado: “¡¡Cantaba horrible además!!”.
“Ten cuidado con él, anda suelto todavía y de pronto se esconde entre ustedes, los roba y los tortura con una serenata, jajaja”, me alertaba Margarita.
Le respondí que hay que ver a qué cosas tienen que recurrir los artistas para ser oídos hoy en día, si bien no excusa la forma un poco agresiva de cobrar la boleta, hasta traumatizante para la audiencia. Eso sí, hay que abonarle al mariachi torturador la pasión con la que hace su oficio, inolvidables esos ojos cerrados… “Cantar rancheras es un arte muy menospreciado hoy en día, Margarita, además ¿qué criterio tendrá un jovencito asustado de 17 años para decirnos que el mariachi cantaba horrible?”, le pregunté al final.
“Pues eso no lo sabremos hasta escucharlo. En todo caso, ojalá las cosas vayan bien con tu trabajo y no vayas a tener que recurrir a esos métodos para mantener cautiva a tu audiencia, jajajaja —escribió ella de regreso—. ¡Un beso!”. En ese momento decidí, por algo de pudor, dignidad y respeto con mi amiga, no responder a su correo: el mariachi torturador soy yo.