Me dice en un trino LS que lo mío es anunciar muertes porque le compartí la mala noticia del fallecimiento de Toots Thielemans. Obviamente no tendré que informarla sobre el mazazo de la muerte de uno de los ídolos de la música latinoamericana ayer. Dejo un par de notas de recuerdo para compartir con los utópicos lectores de esta bitácora.
1. Toots
Me cuenta mi hermana que las estaciones del metro de Bruselas interpretaron la música de Toots Thielemans todo el día. Un bello homenaje de su ciudad al hombre que le dio un registro único a la armónica en el jazz. A Toots lo escuché por primera vez siguiendo la obra de Bill Evans. En uno de sus álbumes estaba la interpretación de Bluesette en conjunto con su compositor e intérprete en la armónica.
Me familiaricé con su obra y coleccioné varios de sus discos, en especial el que grabó con Chet Baker y el trío de Ake Johansson. Luego tuve la oportunidad de escucharlo en vivo en el North Sea Jazz Festival y casi que puedo recordar todo el concierto en vivo. Me gustó en especial su sencillez, que en el fondo era lo que cantaba y contaba con su armónica. Una historia que no tiene sucesor visible en el jazz. Murió de 94 años, porque nadie es eterno, nos recordó su manager.
2. Juan Gabriel
Mi amiga N, polaca, estuvo de visita hace un par de semanas. Visitamos juntos la exhibición de Helmut Newton y luego, en un café, escuchamos Ederlezi, la versión de Goran Bregovic. N. me dijo que la letra era en polaco. Le pedí que por favor me tradujera de qué se trataba. Se río y me dijo que era el canto de una pastora por las ovejas degolladas, “nada especial”.
Podría ser el evento más trivial del mundo pero la emoción con la que era cantada me transportaba. Igual que cuando escuché por primera vez a Rocío Dúrcal cantando Amor eterno. Acabo de ver uno de sus videos interpretando esta canción y efectivamente entra en trance interpretándola. Como me sucede con muchas baladas, no reparo en su letra: hasta hoy que leo sobre la muerte de Juan Gabriel me entero de que compuso la canción para elaborar el duelo de la muerte de su madre, y por ello se escucha en muchos entierros en México cuando una madre muere.
Recuerdo también una noche en La Haya, cuando en una tertulia acompañada por un bolerista mexicano, vi como salía él con 3 hombres más, todos cantando abrazados rancheras en plena plaza del parlamento holandés. Le dije al hombre que estaba a mi lado, mexicano, que qué felicidad verlos tan contentos, que si esta escena sería posible en México, con esa cultura del mero macho que debe hacer más difícil reconocer la homosexualidad. Él me dijo, “difícil sí es, muy difícil de hecho, como también lo debe ser en Colombia”. Le comenté que tenía la impresión de que la gente en Colombia era cada vez más abierta hacia el tema, que de hecho había una gran cantidad de bares gay en una zona de Bogotá que ya empezaba a ser conocida como Chapigay. Luego me enteré por una amiga que mi interlocutor, como el bolerista y sus acompañantes, también era homosexual y su difícil era expresado por la experiencia propia.
Leo también que en una entrevista le preguntaron a Juan Gabriel que cuál era su condición sexual y él respondió que lo obvio no se pregunta. La primera vez que lo vi en televisión le dije a mi mamá que era supergay. Ella respondió con un “¿tú crees?” y le dije que sin duda. La delicadeza y profundidad de la música de Amor eterno no están al alcance de un hombre heterosexual, como los Nocturnos de Chopin o las Danzas polovtsianas de Borodin.
Me entero hoy también que tuvo una infancia con muchas dificultades, que escapó de un centro de menores a los 13 años y que fue en la calle donde le abrió el camino a su talento musical. Es de suponer entonces que tal como Joe Arroyo no sabía leer o escribir música y tenía que explicarles las canciones a sus intérpretes. Una fuerza de la naturaleza: dejó más de 1.500 temas. Un compositor así no puede más que causar una gran admiración.
Sea esta una pequeña nota de agradecimiento al compositor de la que es una de mis Ederlezi latinoamericanas: